Enzo Regali describió los sucesos significativos ocurridos
en tierras cordobesas.
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   Cada 25
  de mayo, en los actos escolares resuenan las palabras de Cornelio Saavedra,
  anunciando: “Ahora sí, los integrantes de este Cabildo hemos aprobado el petitorio
  presentado, queda entonces destituido el virrey Cisneros y se forma una Junta
  de Gobierno que asume el día de hoy…” Esa es
  la historia conocida, la situación en España, la Buenos Aires colonial, la
  reunión del pueblo en la plaza frente al Cabildo, la destitución del virrey
  Cisneros y la constitución de la Primera Junta. Pero qué pasaba en el
  interior del virreinato del Río de la Plata; y qué pasaba en Córdoba en mayo
  de 1810. Enzo
  Regali, profesor y licenciado en Historia de la Universidad de Buenos Aires y
  de la Universidad Católica de Córdoba, detalla lo ocurrido en nuestra
  provincia, lo que la historia calificó como contrarrevolución. «Para entender
  los sucesos de mayo en Córdoba, hay que remontarse a las invasiones inglesas
  de 1806 y 1807. Además, es necesario tener en cuenta que desde 1810 se
  comenzó a elaborar una historiografía con un marcado carácter centralista
  porteño. En ella se minimizan, se ocultan o desvalorizan el papel cumplido
  por los pueblos del interior», comienza Regali. Y
  continúa narrando que Córdoba fue uno de los casos paradigmáticos de las
  disidencias con Buenos Aires, que también las tuvieron Paraguay, el Alto Perú
  y la Banda Oriental. Sin embargo, tal vez por su rasgo histórico de ser nexo
  de hombres y regiones, la provincia mediterránea nunca se retiró del
  ordenamiento que conformaban las Provincias Unidas de Sudamérica y luego la
  Confederación Argentina.  En
  tierras cordobesas molestó la falta de consulta del Cabildo porteño, que se
  había arrogado la representación de todo el virreinato. La convocatoria
  realizada por circular del 27 de mayo de 1810, para nombrar representantes
  (diputados) era acompañada de la exigencia de reconocimiento a la nueva
  Junta, lo que profundizó la desconfianza del interior hacia Buenos Aires. Por entonces,
  se veían claramente dos problemas: por un parte, la mayoría miembros que le
  quedaban a Buenos Aires, nueve en total; mientras los “arribeños” -así se
  designaba a quienes venían del norte- solo designaban uno por ciudad. El otro
  problema fue el envío de un ejército bien armado para la época, con el
  objetivo de hacer cumplir las órdenes de la Primera Junta. Ante
  tantas dudas, el 6 de junio el Cabildo de Córdoba resolvió desconocer la
  autoridad de la Junta de Buenos Aires, resistir y dar aviso al resto de las
  ciudades del norte y al virrey del Perú. Un poco en soledad, el Deán Funes
  sostuvo la legalidad de lo actuado en la capital virreinal y solicitó un
  “Cabildo Abierto”. Al mismo tiempo, Antonio Ortiz del Valle apoyó elegir
  representantes a la Junta pero rechazar la expedición que ya venía en marcha. Rechazo
  y enojo  El ex
  virrey Liniers y el gobernador Juan Gutiérrez de la Concha, junto a otros
  vecinos, comenzaron a reclutar tropas en el interior para enfrentar al
  ejército que se acercaba. No consiguieron formar una milicia importante y
  terminaron presos de las fuerzas de Buenos Aires. Estaban al mando del
  riojano Ortiz de Ocampo y de Juan Ramón Balcarce, ambos compañeros de lucha
  junto a Liniers contra las Invasiones Inglesas, por lo que guardaban respeto
  y afecto hacia el exvirrey. Enterada
  la Junta de la detención de los rebeldes, Moreno motorizó el fusilamiento
  donde se los encuentre, sin juicio previo. La Junta de Gobierno votó dicha
  decisión por unanimidad. Sólo se abstuvo Manuel Alberti, dada su investidura
  sacerdotal. Cuando
  la orden llegó a Córdoba, concitó el rechazo del vecindario e incluso del
  Deán Funes, que apoyaba a la Junta. Ortiz de Ocampo y Balcarce se negaron
  entonces a cumplir la orden y enviaron los presos a Buenos Aires para que allí
  se resuelva su situación. No fue ajeno a la decisión el Deán Funes, que
  intentó ganar tiempo para evitar los fusilamientos. Moreno
  enfureció al enterarse del incumplimiento de la orden y envió a Castelli como
  representante de la Junta a cumplir con la medidade fusilar a Liniers.
  Castelli cumplió su cometido, salvándose únicamente el obispo Orellana por
  ser arzobispo. De
  haber sido derrotados los Juntistas, probablemente hubieran tenido igual
  destino. Eran las sangrientas costumbres de época que patriotas o españoles
  aplicaron por igual. Moreno y sus partidarios no tenían una comprensión cabal
  de las tradiciones del interior del virreinato. Vivían en una ciudad de
  comerciantes, que en esos tiempos ni siquiera tenía la influencia de la clase
  ganadera y había absorbido una formación católica pero iluminista, por lo que
  creía y practicaba el poder de las luces. Ni bien
  los representantes del interior llegaron a Buenos Aires, Moreno se propuso
  evitar que integraran la Junta, tratando que conformaran otro cuerpo sin
  funciones ejecutivas. Su moción perdió y el secretario renunció a su cargo.
  Solicitó irse en misión a Gran Bretaña, adonde nunca llegó, ya que murió por
  causas no muy claras a poco de salir, en las costas de Brasil, el 4 de marzo
  de 1811. Las
  contradicciones entre Buenos Aires y el resto del sur de Sudamérica, así como
  un cierto ocultamiento del papel fundamental de las provincias en todo el
  proceso han contribuido a que los logros obtenidos aún en medio de duras
  batallas internas: la independencia y la construcción de una república,
  perdieran algo de sus virtudes y resultara menos comprensible la historia del
  sur continental, concluye Regali.  | 
 
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