Análisis espacial de la Zanja de Alsina en la
Provincia de La Pampa, Argentina (1876-1879). Un abordaje interdisciplinario
entre la Arqueología y la Geografía
Carlos Landa1, Virginia Pineau2, Luis Coll3, Emmanuel Alfayate4, Florencia Caretti5, Jimena Doval6, Astrid Rearte*, Ariana Andrade** y Emanuel Montanari7
Universidad de Buenos Aires/CONICET
Universidad Nacional de La Pampa
Resumen: La Zanja de Alsina (1876-1879) fue un hito en la dinámica de
frontera con las parcialidades indígenas autónomas de Pampa y Patagonia. Su
establecimiento constituyó el puntapié inicial que dio lugar a la
transformación del mundo fronterizo hacia uno rural plenamente integrado a la
dinámica capitalista global. Dicha zanja -de 3 m de boca por 2 de
profundidad-fue concebida y proyectada desde el Ministerio de Guerra y Marina
(cito en Buenos Aires, Argentina), contando con una extensión ideal de 600 km y
real de 400 km. En este trabajo, desde un enfoque interdisciplinario,
presentaremos los primeros resultados de los análisis espaciales llevados a
cabo sobre imágenes satelitales, cartografía histórica y otras fuentes
documentales e información provista por la labor arqueológica con el objetivo
de poder localizar la mencionada zanja así como también los asentamientos
militares adyacentes (Machado, Alsina y Alvear) - ubicados en el actual noreste
del territorio pampeano.
Introducción
Los seres humanos, en sus diversas y múltiples formas de agruparse, se
piensan bajo diferentes formas en el espacio y el tiempo. Los individuos y las
sociedades no pueden reflexionar sobre sí mismos o sentir por fuera de estos
conceptos. La nada, el vacío, la eternidad son imaginados, reflexionados,
definidos y caracterizados como estados particulares teniendo como referencia
al espacio y al tiempo, ya sea por oposición o por ausencia. Dicha referencia
siempre se encuentra anclada a lo conocido. Los hombres trashuman, habitan,
viven, luchan, construyen, aman, matan, piensan, y se piensan en un espacio y
en un tiempo; y en este devenir dejan huellas, trazas, vestigios, marcas,
relictos.
En los diferentes campos de conocimiento científico y con mayor especificidad
las Ciencias Sociales como la Historia, la Antropología, la Sociología, la
Arqueología y la Geografía, se ha abordado el tándem conceptual espacio-tiempo
desde sus múltiples enfoques y temáticas de estudio (Tilley 1994; Ingold 2000,
Braudel 1972, Santos 1996, 2000; entre otros). En este trabajo nos centraremos
desde el enfoque de la Arqueología histórica en el desarrollo y constitución de
una espacialidad y materialidad vinculadas a procesos expansionistas del
Estado-nación argentino por sobre las comunidades de diversos pueblos
originarios de Pampa y Patagonia. Este proceso se manifestó en un amplio rasgo
denominado Zanja de Alsina y particularmente en nuestra área de estudio en
relación a tres asentamientos castrenses jalonados sobre ella: los fortines
Machado y Alvear y la Comandancia Alsina
Para el desarrollo de este trabajo abordaremos sintéticamente la relación entre
la Geografía y la Arqueología con el fin de comprender el devenir de los
conceptos y metodologías arraigadas en nuestra propia disciplina y praxis
profesional. A continuación se introducirá el contexto socio histórico bajo el
cual se ha desarrollado el proyecto de fronteras del Dr. Alsina, llevándonos a
la definición del marco temporo-espacial de nuestro tema de investigación. La
misma se llevará a cabo a partir de la integración de diversas fuentes de
información (registro arqueológico, documentos escritos e imágenes
satelitales), que propiciará un abordaje trans-disciplinar a partir del
aprovechamiento de las herramientas del SIG.
Arqueología y Geografía, una relación…
La Arqueología y Geografía poseen cada una de ellas un derrotero
epistemológico particular con diversos puntos en común y retroalimentaciones
varias (Villafañez 2011). Durante los últimos 50 años diversas disciplinas
sociales desarrollaron un interés creciente por la incorporación del espacio
como una dimensión central de investigación. Ambas disciplinas pasaron por
etapas neo positivistas manifiestas en la constitución de las llamadas Nueva Arqueología
y Nueva Geografía (ésta última influyendo sobre la primera) que buscaron
otorgarle a sus disciplinas estatus científico basado en posturas objetivistas,
en el empirismo y el desarrollo de leyes generales (Binford 1962, 1965,1968;
Burton 1963). Una década luego comenzó a esbozarse el denominado escenario
postempirista (Schuster 2002), múltiples corrientes fueron desarrollándose
tanto en una como en otra: geografía humanista, neo marxismo, estructuralismo,
fenomenología, feminismo, etc. Desde las tres últimas décadas de la centuria
pasada, la perspectiva en torno a la producción social del espacio comenzó a
plasmarse en muchos de los estudios geográficos que proponían explicar lógicas
territoriales. Estas miradas proponían vincular lo espacial y lo social como
dos categorías analíticas fuertemente imbricadas (Castells 1974; Lefebvre
[1974] 1991; Soja 1985; Harvey 1998; Massey 1999; Santos 2000; entre otros).
En
Geografía, desde el denominado “giro cultural” (década de 1960 atravesando las
disciplinas sociales) y su correlato geográfico el “giro espacial”, la
dimensión cultural comenzó a ocupar un lugar central en los estudios espaciales
integrando a las dinámicas sociales, políticas y económicas desde una
perspectiva crítica y reflexiva. Así, lugares y paisajes comenzaron a tener una
presencia más activa dentro de los abordajes que pretendían pensar lo espacial
en clave material, pero también de inmaterialidades tales como experiencias
espaciales, sentidos, espacios de vida, discursos territoriales, imaginarios,
construcción de identidades, etc. (Flores 2013).Este enfoque da lugar a la
relación y producción interdisciplinaria considerando que: “Una de las
particularidades que tienen los territorios y sus paisajes es el constante
dinamismo producto de las transformaciones propias de dicho ámbito, pero
también de su relación con el afuera.
El dinamismo se vincula con las prácticas
y también con el movimiento, con el contaste fluir” (Flores 2010; p. 4).
El espacio así pensado, lejos de la concepción estática de marco o escenario,
se encuentra diacrónicamente en un continuo proceso de transformación.
Asimismo, dentro del devenir de la disciplina arqueológica diversos fundamentos
teórico-prácticos utilizados para abordar temáticas espaciales (relaciones personas-espacio,
su producción socio-cultural, dinámica diacrónica de los paisajes, etc.) pueden
rastrearse ya desde la década del 20 del siglo pasado (Anschuetz et al.
2001). Sin embargo, al igual que para los antecedentes que mencionamos
anteriormente en las demás disciplinas sociales y la Geografía específicamente,
fue durante la década de 1960 cuando todos estos corpus teóricos y
conocimientos generados comienzan a caracterizarse en forma sistemática y a
constituir campos subdisciplinares tales como la denominada “Arqueología
espacial” y luego otras como la denominada “Arqueología del paisaje” (Clark
1977, Binford 1978; Hodder y Orton1990; entre otros). Sin embargo fue durante
mediados del decenio de 1990 que esta tendencia se consolidó de la mano de
investigadores anglos y españoles (Ashmore y Knapp 1999, Criado Boado 1999,
Ingold 2000), quienes de forma multidisciplinaria conjugaron teorías, métodos y
técnicas de diversas disciplinas sociales tales como la Geografía, la
Antropología y la Economía entre otras. El espacio comenzó a ser entendido como
un producto social, una construcción colectiva. Así empezaron a desarrollarse
estudios espaciales de sociedades pretéritas tanto cualitativos y cuantitativos
como combinados, abordando distintas escalas: macro (global), meso (regional),
micro (intrasitio) y utilizando diversas vías de análisis: geo-estadística,
mapas distribucionales y sistemas de información geográfica (GIS), entre otras
(Gutiérrez y Gould1994; Buzai y Baxendale 2011, 2012).
Tanto para la Geografía como para la Arqueología, en los últimos años, subyace
la idea de que la espacialidad -y los paisajes- no sólo son socialmente
producidos, sino también vividos, sentidos, experimentados, condensadores de
significados múltiples (Criado Boado 1996; Ingold 2000; Bender 2001; Thomas
2001; entre otros).De esta forma, la frontera perpetrada por el Estado
Nacional, como negación de la territorialidad indígena, se configuró como una
herida de 400 km en la tierra. Consideramos que dicha frontera, plagada de
médanos inmensos, de asentamientos marginales llamados fortines, con sus
soldados destinados y oficiales concientizados de su cruzada, constituyen un
objeto de estudio que bien puede ser abordado conjugando la Arqueología con la
Geografía e integrando no solo sus miradas teóricas sino también sus múltiples
y variadas técnicas de análisis.
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