martes, 1 de octubre de 2019

Elpidio Gonzalez - Parte 2


Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero a este hombre que fue hijo de un gaucho federal de Felipe Varela, dada a conocer por el diario “La Nación” el día de su muerte (18 de octubre de 1951), y que decía así.
“(…) en un tranvía cierto domingo de un frío invierno, al mediodía, un anciano, pesándole más los años que el maletín de gastado cuero cargado de betún y anilinas Colibrí para los zapatos con que se ganaba la vida, vistiendo un traje gris, pobre y limpio y la barba, larga pero cuidada, subió a un tranvía.

Después de sacar el boleto se sentó al lado de un señor que venía leyendo un libro.
-“Cantos de vida y esperanza”, un buen libro de Rubén Darío”, le dijo el anciano al pasajero lector, y luego se enfrascó en sus cosas sin prestarle más atención.

El anciano contaba ahora algunas monedas que había obtenido de la venta del día.
-“Y sí, es él”, pensó el lector; ese al que ahora se le caía una moneda de un peso y se levantaba cansinamente a recogerla.  Era él, el mismo que decían que vivía en un cuarto de la calle Cerrito que se venía abajo; el mismo que había rechazado una pensión que le correspondía; el amigo de Yrigoyen; el vicepresidente de Alvear…. el que tampoco aceptó una casa que el gobierno quiso darle para que viviera como merecía.  Si, era Elpidio González.

El viejo político, con la moneda recuperada en su mano, jadeó un poco.  Se había agitado al agacharse a recogerla.  Y, como justificándose, dijo a su vecino al sentarse nuevamente junto a él:
-“Si no la uso para limosna, la usaré para comer”.
Y en la siguiente parada se alejó hacia la puerta trasera, como un espectro, para irse.
-“¡Oiga, señor González! -le dijo el viajero- sírvase guardar el libro que le agrada con usted.  Sería un honor para mí que le aceptara”.

El anciano le miró agradecido y, cerrando los ojos, le dijo con convicción y humildad:
-“Un funcionario, aunque ya no lo sea, no acepta regalos, hijo.  Y, además, recuerdo bien a Darío, mejor que a los precios de las pomadas: … y muy siglo dieciocho, y muy antiguo, y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y, una sed de ilusiones infinitas…”

Después de recitar su estrofa, tras la parada, el anciano bajó del tranvía y se perdió en la historia, con toda la riqueza de su pobreza, guardada en un maletín viejo, lleno de pomadas, y de unas pocas monedas escurridizas.

Un hombre olvidado, quizás, porque es un espejo en el cual muy pocos –o acaso nadie en la política argentina de hoy- pueda mirarse….  Elpidio González.

Lo recordamos, rechazó toda pensión del estado que le correspondiera y había sido: diputado nacional, ministro de Guerra, jefe de Policía, vicepresidente de la República, ministro del Interior y, finalmente, preso político durante dos años, tras el derrocamiento del gobierno democrático de Yrigoyen, que integraba.

Su paso por los altos cargos públicos no había significado para él un enriquecimiento material.  Pobre, muy pobre, hizo frente al violento cambio de la fortuna con estoica simplicidad”.

Su padre, el coronel Domingo González

Reservo para el final, algunos datos interesantes acerca del padre de don Elpidio González, hablo del coronel Domingo González, militar que abrazó la causa de las montoneras federales.
Bajo las órdenes del caudillo y general Juan Saá, Domingo González se sublevó en la zona de Cuyo hacia 1866 y 1867, siendo parte de la última gran revuelta federal que hubo en el país.  Cabe agregar que el padre de Elpidio González fue también un viejo servidor de Angel Vicente “Chacho” Peñaloza.

La estrategia de la sublevación de 1866/67 estaba a cargo de tres caudillos federales: Felipe Varela, Ricardo López Jordán y Juan Saá.  El primero lucharía por el noroeste, el segundo en el litoral, y Saá en la zona de Cuyo.  El Quijote de los Andes (Varela), le dio un nombre a esta contraofensiva gaucha federal: “Revolución de los Colorados”.

Igualmente, no pasó mucho tiempo para que, una vez iniciado el levantamiento federal, Domingo González pasará a colocarse bajo las órdenes del mayor Simón Luengo, en Córdoba, donde se enroló dentro del partido “ruso” que existía en la provincia mediterránea.  En el post-Caseros, se entendía por “ruso cordobés” al hombre político intransigente que, a su vez pertenecía a “una organización amigadel general Urquiza –dúplice jefe del Partido Federal- y de los hombres decididamente antiporteñistas.  En Córdoba, los “rusos” marcaron (…) una estoica “tercera posición” que se batió contra los partidos Constitucional y Ministerial, ambas expresiones del unitarismo  cordobés”. (2)

Aunque no hay muchos datos biográficos del padre de Elpidio González, lo que debería generar una inquietud para la investigación revisionista, sí sabemos que el coronel era apodado con el alias de “Gato Amarillo” y que, sublevado el 20 de febrero de 1867 en la provincia de Córdoba junto con Simón Luengo, José Pío de Achával –ex hombre de confianza del caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra- y el mayor Agenor Pacheco –ex secretario privado del “Chacho” Peñaloza-, González fue designado jefe de un Batallón de Guardias Nacionales.  Esta noticia cundió rápidamente en las hojas del periódico “La Nación Argentina” de febrero de 1867.

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