Para relegar, pues, a su verdadera dimensión a esa violencia de pequeños grupos que se alberga en un auténtico proceso de protesta social sin cauce, es preciso ejecutar un programa de lucha contra las oligarquías financieras que dirigen la economía del país, que son dueñas de grandes sectores de la publicidad y la prensa y que son, además, responsables de nuestro estancamiento.
Alfredo Allende: La violencia se encuentra en la génesis misma de la patria, ya se ha dicho. No vamos, entonces, a hablar de la existencia o inexistencia de ella: está allí y alguien la ha llamado la levadura de la historia. Tampoco creo que nos interese ese tipo de violencia individual que puede ser considerada de tipo psicopático sino la violencia general que exterioriza una crisis social y económica. Habría entonces que entrar a discriminar los matices de este tipo de violencia: hay violencia de los gobiernos que intentan detener los movimientos populares de liberación; hay violencia que se expresa cuando los gobiernos defienden el statu quo y se niegan a dar cauce a los imprescindibles cambios en la política económica.
Hay violencia cuando desde abajo —en parte por sectores no interesados en el cambio— se resisten las modificaciones estructurales que intentan algunos gobiernos. Los repudiables asesinatos cometidos últimamente, así como los de trabajadores y otros representantes populares que también se están produciendo con lamentable asiduidad, tendrían una característica de violencia individual pero facilitados por un entorno social y económico que está en plena crisis y debe ser reemplazado de una manera revolucionaria por una modificación total de las fuerzas productivas existentes en el país. En este sentido, el Movimiento de Integración y Desarrollo ha manifestado reiteradamente que el documento emitido por el general Perón es un programa de unidad para revolucionar el país y evitar la violencia: pero el cumplimiento de dicho programa exige plazos perentorios. Cuando en un país existe más de un diez por ciento de desocupados y un terrible número de desempleados encubierto, cuando las quiebras no encuentran parangón en la historia, cuando la economía se desnacionaliza, no es extraño que afirmemos que mientras no termine este estado de cosas vamos a tener reiteradas explosiones de violencia.
Guillermo de la Torre: Tal vez corresponde hacer primero un diagnóstico de lo que ocurre en el país. Un psiquiatra amigo me decía hace algunos días que ha notado como nunca —a través de sus pacientes y de la observación cotidiana— los síntomas de un alto grado de inseguridad en la Argentina. Esa inseguridad se manifiesta en tres aspectos: el argentino se siente debilitado económicamente y no es preciso hacer prosa excesiva para entenderlo. A esto debemos añadir una inseguridad física, dada por el miedo: el miedo a la tortura, a la persecución, a la censura ideológica, a morir por causa de una bala perdida. Hay por último una inseguridad moral, que tal vez sea la más grave. Es que la gente no cree en lo que le dicen, está cansada del engaño, cansada de los políticos que la han gobernado y siguen con la misma cantilena.
Pero creo que, considerada esta inseguridad, es necesario definirse: hay una violencia natural que descarga ese sentido de inseguridad, esa violencia está normalmente justificada pero no debe confundirse con la violencia artificial manejada desde grupos ocultos, que busca generar una mayor inseguridad y busca el caos. No es la violencia de arriba la que provoca esta violencia artificial de abajo, sino a la inversa: esa violencia artificial es provocadora, busca víctimas para utilizar y tal vez tenga cómplices desde arriba. Quiero recordar esto: en 1968 murió en Córdoba el estudiante Santiago Pampillón. En ese momento ocurría una reacción popular contra un aumento de las tarifas impositivas municipales del 300 por ciento. El intendente municipal de Córdoba que estableció tal aumento era el ingeniero Pedro Gordillo.
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