El lunes 10 de abril, cuando el país no se había aún
recuperado del estupor que provocaron las muertes del general Juan Carlos
Sánchez y del empresario Oberdan Sallustro, Alejandro Lanusse citó a los jefes
políticos nacionales a la Casa Rosada. Ese día, el presidente expuso ante ellos
su posición frente a los hechos de sangre y los atentados terroristas; los
líderes no pudieron hablar en la oportunidad.
Panorama decidió entonces convocar a un encuentro de dirigentes políticos para
tratar el tema de la violencia: un modo de ofrecer a sus lectores el
pensamiento orgánico de los partidos sobre tan actual y candente cuestión.
Dirigida por el equipo de especialistas de Panorama —Jorge Lozano, Jorge
Raventos, Jorge Bernetti y Marcos Diskin—, la reunión se concretó el jueves 13,
entre las 18 y las 24 horas. De los catorce invitados, sólo tres faltaron a la
cita: Ricardo Balbín, radical, sin aviso; Horacio Thedy, demoprogresista, quien
anunció a último momento que tenía otro compromiso, y el secretario general del
Justicialismo, Jorge Gianola, quien informó que toda la posición de su partido
sobre el tema estaba resumida en el comunicado que ese día hizo público. Los
once participantes fueron, pues: Blas Manuel Alberti (Frente de Izquierda
Popular), Víctor Alderete (Nueva Fuerza), Oscar Alende (UCRI), Alfredo Allende
(Movimiento de Integración y Desarrollo), Guillermo de la Torre (Partido
Renovador), Ariel Dulevich Uzal (Nueva Fuerza), Rodolfo Galimberti (Consejero
Superior del Partido Justicialista), Fernando Nadra (Partido Comunista), Luis
Pan (Socialismo Democrático), Jorge Selser (Socialismo Argentino), Horacio
Sueldo (Democracia Cristiana). Lo que sigue es una síntesis de los aspectos más
relevantes de la conversación:
Blas Alberti: Como ustedes saben, yo represento al Frente de Izquierda Popular,
expresión política de la corriente ideológica conocida como Izquierda Nacional
en nuestro país y en América latina. Para nosotros, pues, es claro que, en toda
sociedad dividida en clases, la violencia y la política están íntimamente
vinculadas. Lo prueba nuestra misma experiencia histórica, tan rica en hechos
violentos producidos por los opresores y por los oprimidos. Ha sido la
violencia colectiva, la violencia del pueblo la que ha mostrado a lo largo de
toda la historia humana la capacidad inmensa de modificar el curso de los
hechos, de impulsar los grandes cambios, las inmensas conquistas del progreso
de los hombres. En la Argentina, sin ir demasiado lejos, las elecciones que
llevaron al poder a Hipólito Yrigoyen en 1916 fueron consecuencia de tres
revoluciones que el radicalismo impulsó para imponer al régimen oligárquico la
violencia de los de abajo como contrapeso a la violencia y a la usurpación del
régimen. Gracias a ese impulso revolucionario que movilizó la violencia
popular, la vida argentina se democratizó en gran medida y se incorporaron las
clases medias a nuestra política.
En 1930, la oligarquía y el imperialismo —en la persona del general Uriburu—
produjeron otro acto de violencia: se trataba, en esta oportunidad, de la
violencia de los opresores que derrocaron al gobierno popular de Yrigoyen para
instaurar una dictadura que encarceló, mató o hambreó a las mayorías
argentinas. En junio de 1943, nuevamente el Ejército produce un acto de
violencia: esta vez para marcar el derrumbe del régimen de la década infame. La
dictadura militar del nacionalismo sin pueblo que allí se instaura, pronto
dejará lugar a la presencia de las masas gracias a que éstas, por medio de la
violencia y la movilización, ganan las calles y conquistan el comicio limpio de
febrero de 1946. En 1955 la oligarquía, con la colaboración del imperialismo y
de todos los sectores internos ligados a él, derrota por la violencia al
régimen popular del general Perón e instaura un período que ya dura 17 años de
fraudes, proscripciones, fusilamientos, torturas, tribunales y cámaras
especiales, servicios especiales, cárceles y delincuencia económica.
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