lunes, 17 de junio de 2019

Violencia en la Argentina - Los políticos se definen - Parte 1



El lunes 10 de abril, cuando el país no se había aún recuperado del estupor que provocaron las muertes del general Juan Carlos Sánchez y del empresario Oberdan Sallustro, Alejandro Lanusse citó a los jefes políticos nacionales a la Casa Rosada. Ese día, el presidente expuso ante ellos su posición frente a los hechos de sangre y los atentados terroristas; los líderes no pudieron hablar en la oportunidad.

Panorama decidió entonces convocar a un encuentro de dirigentes políticos para tratar el tema de la violencia: un modo de ofrecer a sus lectores el pensamiento orgánico de los partidos sobre tan actual y candente cuestión.



Dirigida por el equipo de especialistas de Panorama —Jorge Lozano, Jorge Raventos, Jorge Bernetti y Marcos Diskin—, la reunión se concretó el jueves 13, entre las 18 y las 24 horas. De los catorce invitados, sólo tres faltaron a la cita: Ricardo Balbín, radical, sin aviso; Horacio Thedy, demoprogresista, quien anunció a último momento que tenía otro compromiso, y el secretario general del Justicialismo, Jorge Gianola, quien informó que toda la posición de su partido sobre el tema estaba resumida en el comunicado que ese día hizo público. Los once participantes fueron, pues: Blas Manuel Alberti (Frente de Izquierda Popular), Víctor Alderete (Nueva Fuerza), Oscar Alende (UCRI), Alfredo Allende (Movimiento de Integración y Desarrollo), Guillermo de la Torre (Partido Renovador), Ariel Dulevich Uzal (Nueva Fuerza), Rodolfo Galimberti (Consejero Superior del Partido Justicialista), Fernando Nadra (Partido Comunista), Luis Pan (Socialismo Democrático), Jorge Selser (Socialismo Argentino), Horacio Sueldo (Democracia Cristiana). Lo que sigue es una síntesis de los aspectos más relevantes de la conversación:

Blas Alberti: Como ustedes saben, yo represento al Frente de Izquierda Popular, expresión política de la corriente ideológica conocida como Izquierda Nacional en nuestro país y en América latina. Para nosotros, pues, es claro que, en toda sociedad dividida en clases, la violencia y la política están íntimamente vinculadas. Lo prueba nuestra misma experiencia histórica, tan rica en hechos violentos producidos por los opresores y por los oprimidos. Ha sido la violencia colectiva, la violencia del pueblo la que ha mostrado a lo largo de toda la historia humana la capacidad inmensa de modificar el curso de los hechos, de impulsar los grandes cambios, las inmensas conquistas del progreso de los hombres. En la Argentina, sin ir demasiado lejos, las elecciones que llevaron al poder a Hipólito Yrigoyen en 1916 fueron consecuencia de tres revoluciones que el radicalismo impulsó para imponer al régimen oligárquico la violencia de los de abajo como contrapeso a la violencia y a la usurpación del régimen. Gracias a ese impulso revolucionario que movilizó la violencia popular, la vida argentina se democratizó en gran medida y se incorporaron las clases medias a nuestra política.


En 1930, la oligarquía y el imperialismo —en la persona del general Uriburu— produjeron otro acto de violencia: se trataba, en esta oportunidad, de la violencia de los opresores que derrocaron al gobierno popular de Yrigoyen para instaurar una dictadura que encarceló, mató o hambreó a las mayorías argentinas. En junio de 1943, nuevamente el Ejército produce un acto de violencia: esta vez para marcar el derrumbe del régimen de la década infame. La dictadura militar del nacionalismo sin pueblo que allí se instaura, pronto dejará lugar a la presencia de las masas gracias a que éstas, por medio de la violencia y la movilización, ganan las calles y conquistan el comicio limpio de febrero de 1946. En 1955 la oligarquía, con la colaboración del imperialismo y de todos los sectores internos ligados a él, derrota por la violencia al régimen popular del general Perón e instaura un período que ya dura 17 años de fraudes, proscripciones, fusilamientos, torturas, tribunales y cámaras especiales, servicios especiales, cárceles y delincuencia económica.



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