sábado, 4 de mayo de 2019

El Río de la Plata después de Mayo de 1810: el impacto económico y social de la Revolución - Parte 3


En este contexto, y debido a la inestabilidad y a los fracasos militares de la Junta, aprovechados por la oposición morenista, en septiembre de 1811 se debió crear un gobierno más restringido, el Primer Triunvirato, que liberalizó la economía aún más, pero fue derrocado el 8 de octubre de 1812 por un golpe militar de los oficiales del ejército regular, los que ganaron predominio sobre la milicia urbana (creada como consecuencia de las invasiones inglesas). Con este golpe la Logia Masónica Lautaro, que tendría una gran influencia política hasta fines de la década de 1810, apareció en escena, y con ella dos oficiales recién llegados de España se volvieron prominentes: Carlos María de Alvear y José de San Martín. 
    Los revolucionarios de octubre de 1812 exigieron la convocatoria de una Asamblea General en el término de noventa días. El 31 de enero de 1813 la Asamblea inició sus sesiones y eligió a Carlos de Alvear como su presidente. Se declaró soberana, abolió los títulos nobiliarios, eliminó el mayorazgo, declaró la libertad de vientres, prohibió los tributos y servicios personales de los indios y oficializó el escudo de armas y el himno nacional, pero no declaró la independencia. Esto último fue consecuencia del triunfo de la tendencia alvearista, que opuestamente a lo que postulaba la sanmartiniana, no consideraba oportuna dicha declaración por consejo británico. En realidad la situación se había vuelto crítica para las colonias americanas emancipadas y especialmente para Buenos Aires. Los acontecimientos europeos anunciaban el próximo retorno de Fernando VII al trono y había evidencia de que el monarca restaurado no tardaría en enviar una expedición armada al Río de la Plata para sofocar la revolución con la colaboración de los realistas de Montevideo. Esto  empeoraba considerablemente la ya vulnerable situación a raíz de los reveses militares sufridos por Belgrano en el Alto Perú en los últimos meses de 1813. En vista de ello,  la Asamblea decretó a fines de enero de 1814 la concentración del poder ejecutivo en una sola persona, creando el cargo de director supremo del Río de la Plata que recayó en Gervasio Antonio de Posadas. 
    Alvear sucedió a Posadas en enero de 1815 pero fue pronto derrocado por los mismos militares que lo habían apoyado durante el auge de su influencia, y su caída arrojó al gobierno de Buenos Aires a una severa crisis, agravada por el conflicto con Artigas en las provincias del Litoral. De todas maneras, y a pesar del caos político interno, la parte sur del Río de la Plata quedaría para esa época definitivamente libre del poder español, aun cuando tal cosa estaba lejos de constituir una certeza en aquel momento.
    A estas alturas se debe mencionar algo acerca de las transformaciones sociales que estaban ocurriendo como consecuencia de la revolución que no sólo separaba a las colonias de España sino que también estaba destruyendo el orden social. Las sangrientas persecuciones lanzadas, según circunstancias, contra españoles o contra criollos, contra realistas o contra revolucionarios, podían fácilmente convertirse en guerras sangrientas de los sumergidos contra las clases superiores. Tanto los revolucionarios como los realistas debían reunir grandes ejércitos cuyos soldados rasos provenían de los sectores pobres y de los grupos raciales subordinados, que debían ser armados y cuyo descontento debía ser evitado. La movilidad social ascendente debía ser aceptada. Aun en los ejércitos realistas, los líderes criollos comenzaron a predominar, y generales mestizos con los que más adelante nos encontraremos, como Castilla, Santa Cruz y Gamarra, comenzaron a emerger en los cuerpos de oficiales realistas. 
    Por otra parte, la guerra consumía y destruía enormes cantidades de recursos, tanto en términos de plata y oro como de bienes. El libre comercio de tan reciente cosecha implicó el desplazamiento de comerciantes locales por comerciantes británicos, mientras los comerciantes de Cádiz, que antes predominaban, quebraron junto con las industrias artesanales que tenían que competir contra bienes del exterior, que eran más baratos y de mejor calidad. En Buenos Aires, los españoles fueron forzados a quedar fuera del comercio minorista, y se les prohibió enseñar, montar a caballo, y hasta dejar sus casas de noche: fueron humillados. Por otra parte, dondequiera que la revolución era derrotada, las elites criollas eran humilladas de la misma forma, y hordas de mulatos y mestizos emprendían una venganza contra quienes habían buscado subvertir el antiguo régimen. 
    Así es que tanto entre los revolucionarios como entre los realistas, las clases bajas y los grupos raciales subordinados tuvieron participación en la victoria y reclamaron parte del botín. Esto significó la ruptura del viejo orden social, en tanto las clases bajas y los grupos raciales subordinados adquirieron un interés en la continuación de los disturbios, que generaban oportunidades de ascenso por largo tiempo negadas. Chile fue afectado por este proceso en un grado menor que el Río de la Plata, y el último fue menos afectado que Venezuela, pero este tipo de fenómeno era observable en cualquier parte de la América hispana. La revolución y la guerra civil entre revolucionarios y realistas locales, que después de la restitución de Fernando VII en el trono se convertiría en guerra contra España, no era ya simplemente un conflicto entre españoles y criollos blancos. 
    Posiblemente, estos factores sociales hayan hecho la reconquista más difícil para España, incluso en momentos en que la causa revolucionaria parecía perdida. Aun otro revés español fue la revolución liberal en España, producida por el mismo ejército que se suponía zarparía para reconquistar Buenos Aires. Los españoles liberales podrían haber estado dispuestos a hacer algunas concesiones a los revolucionarios hispanoamericanos más exitosos, y por ende eran vistos con sospecha por los realistas hispanoamericanos, que habían resistido y en muchos casos habían derrotado a los revolucionarios con recursos exclusivamente locales, y temían ser traicionados por españoles dispuestos a transigir. Por último, cuando en 1823 España retornó al absolutismo, ya era demasiado tarde para la causa realista.


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