Nacido en Bormes, a pocos pasos de Saint-Tropez, y por ende forjado en el fatigoso trabajo del mar, empezó como simple marinero mercante, fue artillero de la armada de su patria, más tarde, posiblemente, patrón y luego dueño de algún buque, hasta que llegó al Río de la Plata, justo para enrolarse en los días iniciales de la Revolución en un remedo de fuerza naval que conoció la derrota en las pardas aguas del Paraná, frente al pueblo de San Nicolás. Pudo dedicarse al comercio fluvial pero pidió un lugar entre los granaderos de San Martín.
En San Lorenzo arrancó la bandera española y la vida de quien la portaba. Luego acompañó al futuro Libertador en su larga marcha hasta Tucumán para hacerse cargo del Ejército del Norte. Más tarde capitaneó la Halcón en unas de las primeras campañas corsarias autorizadas por el gobierno argentino, y fue rival de Guillermo Brown no sólo en el coraje sino en la puja obstinada por repartir las presas conseguidas. En la célebre expedición al Pacífico obtuvo el buque que lo haría perpetuarse en el tiempo a través de sus hazañas: La Argentina. Pero también recibió graves imputaciones por parte de sus oficiales y compatriotas, que contribuyó a desmentir el grumete criollo Tomás Espora.
La fragata zarpó al cumplirse un año de declarada la emancipación, y en su fantástico raid liberó esclavos, combatió con piratas filipinos, suscribió acuerdos con el rey de Hawaii y golpeó repetidamente las posesiones españolas de California. Como expresó el ilustre historiador naval Teodoro Caillet-Bois, «la campaña corsaria […] es, acaso, el episodio más pintoresco de nuestra guerra de la Independencia, si no de los más gloriosos».
Bien pudo decir Bouchard en una carta a su armador Vicente Anastasio Echevarría, escrita en una lengua propia y singular donde se mezclaban varias otras, cuando éste le reclamó la rendición de cuentas y prontas remesas de dinero a pesar de saberlo preso en Valparaíso por orden de Lord Cochrane: “Si conservo la vida, que me parece será bastante, esto será la recompensa que ha tenido Colón con los españoles después de haber descubierto las Américas y yo por haber dado la vuelta al Globo con una bandera de los países libres de América y más en mi contra con la bandera de Buenos Aires”.
Sus últimos años y su trágica muerte, luego de servir a la naciente Armada del Perú, plantean muchos interrogantes. También los suscita la circunstancia de que prefiriera quedarse en aquel país en lugar de volver a la Argentina donde su esposa e hijas padecían agobiantes privaciones de las que seguramente estaba al tanto.
No fue, tan singular personaje, un táctico y un organizador notable, como Brown, capaz de llevar a la victoria a toda una flota, sino un arrojado y audaz comandante, hábil para el enfrentamiento singular del que en la mayoría de los casos salía victorioso. Así lo define el ilustre historiador naval Teodoro Caillet-Bois: “El veterano marino tenía, incuestionablemente, mejor mano para actuar en corso que para dirigir escuadras. No era su gloria mandar en jefe sino conducir su propia nave, lo que no es poco cuando se hace bien. Carecía de la visión del águila que se eleva para ver mejor, pero, en cambio, poseía la garra del halcón que embiste fuerte y recto para ganar en velocidad que es audacia y es confianza en sí mismo”.
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