viernes, 25 de enero de 2019

Discursos: “La llamada crisis moral” - Parte 2


Existencia de un problema moral

Se habla de una “crisis moral” del gobierno, mejor dicho de la conducta de los hombres de gobierno. Nadie atina a definir exactamente los términos de esta crisis moral, pero se repite la frase en todas las tribunas. Resulta por lo menos curioso que, siendo tan varios los temas que comprende la llamada “crisis moral” de que hablan los severos guardianes de la ética, ninguno de ellos tenga sensibilidad para percibir la real crisis de valores morales que en escala mundial afecta a los pueblos de todas las latitudes.

La liberalización de las costumbres -por ejemplo- y la corrupción que avanza a través de ciertas formas innobles del cine, la literatura, el teatro o la televisión, preocupan profundamente a padres de familia, educadores, sacerdotes y gobernantes.

Una verdadera cruzada contra esta ola de inmoralidad, un verdadero esfuerzo por consolidar la familia, la educa­ción de los jóvenes, un verdadero esfuerzo por fomentar el buen cine y teatro, la buena literatura y los buenos progra­mas de televisión, sería realmente saludable y lograría ca­nalizar tanta energía inutilizada en el absurdo empeño de mostrar que los argentinos están siendo gobernados por un grupo de gente que carece de elemental sentido ético.

Como hombre, estoy profundamente preocupado por la crisis de valores éticos que afecta al mundo e incide sobre todos los pueblos, y como Presidente de la República me siento obligado al mayor esfuerzo en colaborar por hacer desaparecer en nuestro país las causas que puedan provocar problemas morales y sus consecuencias.

Por ello, debo señalar que sería más útil al país que la energía utilizada por nuestros críticos en ocuparse de la presunta crisis moral del gobierno y de ciertas institucio­nes fundamentales, fuera dirigida hacia los problemas mo­rales de fondo que conmueven a nuestras sociedades.

La conducta de los gobernantes

Hay muchas formas por las cuales el gobernante puede violar los principios éticos que reglan su función. En nuestra conversación anterior, hablé del “entreguismo”, o sea, el sometimiento de la economía nacional al imperialismo. Esta sería una infracción a la ética del gobernante, pues estaría entregando el control del patrimonio nacional al extranjero, traicionando los intereses de su propio país.

Creo haber demostrado el jueves pasado que en la po­lítica del petróleo y de la radicación de capitales, no sola­mente no nos hemos entregado al extranjero sino que he­mos sentado las bases de una soberanía efectiva al liberar a la nación de los monopolios ligados a la importación de combustibles y materias primas y de maquinarias que pue­den fabricarse en el país.

Otra violación a la ética administrativa sería que, en estas negociaciones con el capital internacional, el presi­dente de la Nación, sus ministros o simples particulares vinculados al gobierno practicaran como socios o comisio­nistas del contrato.
Hemos concertado convenios que significan la inversión de centenares de millones de dólares, pero nadie ha denun­ciado concretamente la menor irregularidad ni el menor en­riquecimiento de los funcionarios actuantes, aunque hu­biera sido fácil arrojar sombra sobre negociaciones de tan elevado monto.

Los contratos petroleros resultan excepcionales, no sólo por su importancia económica sino porque fueron suscrip­tos por un método también y realmente excepcional.

Por acuerdo directo y sin licitación.

La opinión pública nacional e internacional justificó el procedimiento y nadie con seriedad ha impugnado la honradez de las tratativas. En el exterior se lo ha elogiado unánimemente. Pues bien, estos contratos, que importan cientos de mi­llones de dólares, no han maculado a ningún funcionario y llevan tres años en ejecución.


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