viernes, 4 de enero de 2019

Discurso: “Gravitación de Argentina en el mundo” - Parte 7


El Gobierno de esta Nación hermana emplea procedi­mientos que los argentinos rechazamos categóricamente. Nosotros queremos el desarrollo económico, pero estamos dispuestos a conseguirlo afirmando la libertad, respetando las tradiciones espirituales y asegurando la paz social. So­mos y seremos siempre miembros de la comunidad occidental y de la familia americana. Repudiamos la inje­rencia de potencias extrañas en los asuntos americanos. Esta posición del Gobierno argentino es perfectamente conocida por los dirigentes cubanos. Y así se lo ratifiqué al doctor Guevara. Pero este representante oficial de una nación americana solicitó una entrevista al Presidente de la República Argentina para exponerle la opinión de su gobierno en materia de las relaciones con el resto del hem­isferio. Hubiera sido impropio de la responsabilidad que la propia familia americana le asigna a la Argentina, ne­garse a recibir al representante de un gobierno americano por más opuestos que sean los criterios sustentados por uno y otro Estado.

Una Nación seria y responsable no debe practicar la política del avestruz que consiste en eludir los problemas o en pretender ignorarlos. Existe un problema cubano y es obligación de todos los Estados americanos considerarlo y buscar una solución que convenga a la comunidad ame­ricana y a sus ideales democráticos. No puede admitirse que América, y cada uno de los países que la constituyen se desinteresen de la situación de una Nación hermana sujeta a serios diferendos con las demás. La paz y la tran­quilidad de América, la preservación del sistema regional interamericano y la estabilidad política de nuestro conti­nente hacen que no pueda ni deba desaprovecharse una sola posibilidad, por mínima que fuere, para que se reafir­men los principios de aquel sistema y su vigencia en todos los países del hemisferio.

Si el representante cubano deseaba discutir con el Pre­sidente argentino ese problema, habríamos faltado a nues­tros deberes de gobernantes y de americanos sí hubiésemos rehuido el diálogo. Solamente los débiles eluden la con­frontación con hombres que no piensan como ellos. Nin­guno de los estadistas de las grandes naciones occidentales rehúsan hablar con los dirigentes de los países comunistas. Nosotros no querríamos ser jamás gobernantes de un pueblo que tiene miedo de confrontar sus ideas con otras ideas.

El pueblo argentino nunca tuvo miedo en el pasado ni lo tiene ahora. Por el contrario, está absolutamente conven­cido de que la causa americana, occidental y cristiana es invencible y, que Cuba, tarde o temprano, se reintegrará plenamente al seno de la familia americana.

La Argentina es un país que gravita en América, porque la categórica definición de sus objetivos nacionales así lo ha determinado. Su política internacional debe estar a la altura de esa responsabilidad y no rehuirla nunca.

La responsabilidad consiste en ser claros y coherentes y en actuar con el respaldo del pueblo en cada ocasión. Fijados los objetivos y definida la doctrina, la conducción no puede ser vacilante ni deliberativa; debe ser ejecutiva. No podemos exigir el respeto del mundo si en cada movi­miento de nuestra personalidad internacional no se refleja la unión y la cohesión internas.

Hemos definido con hechos y no con simples palabras la política internacional argentina en esta hora decisiva del mundo. Es la hora en que la rivalidad estéril de la guerra fría, estéril porque no da soluciones positivas, ceda su sitio a una política dinámica como la que se expresa en el “Programa de la Alianza por el Progreso”. Es la política de la afirmación democrática, de la ayuda al desarrollo económico de las naciones atrasadas, la política de la libera­ción definitiva del mundo colonial, de la cooperación re­gional e internacional. No hay disensiones políticas que puedan distraer al mundo de esta empresa común de pro­greso y de bienestar para todos sus habitantes en la era de los maravillosos avances tecnológicos.

Los argentinos estamos realizando con el esfuerzo del pueblo la integración de nuestras fuerzas internas y la integración de nuestro país en la comunidad americana con proyecciones desconocidas en el pasado. Los grandes países industriales de Norteamérica y de Europa están volcando importantes recursos técnicos y financieros al desarrollo de América latina, única zona subdesarrollada de occidente.

Tenemos al alcance de nuestras manos la victoria decisiva en esta batalla por la elevación espiritual y material de nuestros pueblos. Traicionamos los altos intereses de la comunidad occidental cuando nos distraemos en la inútil discusión de querellas políticas, cuando magnificamos cual­quier episodio que nos divide en lugar de luchar por los grandes objetivos que nos unen y que han de preservar­nos eficazmente de la contaminación totalitaria.

La soberanía nacional se defiende fortaleciendo el fren­te interno para actuar con una sola voz en el concierto internacional. La defensa de los ideales democráticos del pueblo argentino no es patrimonio exclusivo de sector al­guno. Todos los argentinos estamos obligados a preservar la dignidad nacional. El Presidente de la Nación es sola­mente el intérprete de esta conciencia nacional cuando trata con los extranjeros. Y el país y el mundo tienen derecho a exigir que el Presiden argentino hable en nombre de todos los argentinos.

Estoy convencido de que hablo en nombre de todos los argentinos cuando digo que el gobierno no retrocederá en el cumplimiento del programa de afirmación democrática y desarrollo económico y social que convertirá a la Argen­tina en la presente década en una potencia mundial. Cuan­do digo que solamente en la marcha hacia esos objetivos podremos consolidar la libertad y asegurar trabajo, salarios dignos y los beneficios de la cultura a todos los habitantes de la República y cuado afirmo que la política interna­cional argentina, que ha devuelto a nuestro país su pres­tigio de Nación soberana e independiente, es la política que sirve a los intereses, ideales del mundo espiritual al que pertenecemos indisolublemente y a los más altos ideales de la paz mundial.

En nombre del orgullo argentino, del bueno nombre de la Nación Argentina, formulo este nuevo llamado a la unidad nacional y afirmo solemnemente que cumpliré con mi deber sin vacilaciones, porque así entiendo servir a la preservación de la soberanía nacional, que es indivisible e indeclinable y emana del pueblo.

Sobre la visita y audiencia del 16 de agosto de 1961 al ministro de Industrias y de la República de Cuba, delegado a la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social realizada en Punta del Este, doctor Ernesto Guevara.


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