Su nombre completo fue Manuel José Joaquín del Corazón de
Jesús Belgrano. Nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770, ciudad donde
falleció el 20 de junio de 1820. Su padre era de origen italiano, pariente de
los Castelli. Cursó sus estudios en el Colegio de San Carlos, donde obtuvo su
grado en Filosofía. Marchó luego a España, para estudiar en las universidades
de Salamanca y Valladolid, donde obtuvo su diploma de abogado, además de
cultivar su intelecto con distintos idiomas y lecturas de economía y política.
En 1794 España creó el Consulado de Buenos Aires y nombró a Belgrano como su
secretario, cargó que ocupó hasta 1810. Desde este lugar, y con fundamento en
las ideas de la Fisiocracia -de las que vino imbuido de Europa-,el prócer fue
un activo promotor de la agricultura, la ganadería el comercio y la educación.
En las invasiones inglesas tuvo su primer contacto con las
armas, participando en el Regimiento de Patricios. La crisis de la monarquía española
lo llevó a fogonear, junto a otros contemporáneos, la idea “carlotista”, que
implicaba la designación como Regente en América de Carlota Joaquina, hermana
del rey español, que era a su vez esposa del príncipe portugués y tenía
residencia en el Brasil. Pero la caída del poder central y la sucesión
precipitada de acontecimientos en mayo de 1810 lo vieron inmiscuirse en las
ideas de la Revolución de Mayo, en la que participó como vocal de la Primera
Junta. Tuvo también una faceta de periodista, participando con escritos en
distintas publicaciones de la época, y creando en 1811 el Correo de Comercio,
difusor de las nuevas ideas económicas.
La guerra fue el telón de fondo del nuevo escenario, y allí
Belgrano se convirtió en “militar a la fuerza”, como refirió a San Martín en
una de sus cartas. Participó en los tres escenarios militares en que se jugaba
el destino de la Revolución: el Alto Perú, Paraguay y la Banda Oriental. Las
penurias de los ejércitos, las animosidades intestinas entre los patriotas y las
derrotas que sufrió no lo amedrentaron en su abnegación ni en su convicción de
servir a la Patria.
En febrero de 1812, designado jefe de las Baterías de
Rosario, hizo izar por primera vez nuestra bandera nacional. Buenos Aires lo
desautorizó y le ordenó ocultarla, pero para cuando llegó la orden ya la había
izado nuevamente en Jujuy. Ese mismo año fue con destino al Ejército del Norte
y venció en la batalla de Tucumán, y un año después en la de Salta. Luego de
dirigir el “Éxodo Jujeño” y de sufrir las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma
(1813), fue relevado por San Martín, a quien recibió en Yatasto. Entre 1814 y
1815 cumplió funciones diplomáticas en Europa, en un difícil contexto marcado
por el retorno de Fernando VII al trono español.
El Congreso de Tucumán lo vio como ferviente promotor de la
idea monárquica, con un descendiente de los incas a la cabeza. Volvió a hacerse
cargo del Ejercito del Norte, teniendo a Martín Miguel de Güemes como un eficaz
colaborador. En 1819, ya enfermo, decidió su retorno a Buenos Aires. Su muerte
tuvo lugar el 20 de junio de ese año, y fue producto de tres enfermedades:
sífilis, cirrosis y cáncer hepático. El hecho pasó casi inadvertido para la
sociedad porteña, que ese día se hallaba en una crisis política y vio desfilar
tres gobernadores. Se dice que sus últimas palabras fueron “Ay, patria mía”!.
La pobreza que vivió en sus últimos días se reflejó también en el mármol para
su lápida, que se extrajo de una cómoda que había pertenecido a su familia, y
en la que colocó la leyenda: “Aquí yace el general Belgrano“.
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