domingo, 3 de junio de 2018

La asombrosa vida del joven Belgrano - Parte 3

El litigio de su padre absorbió las energías de Manuel. El expediente (explica a su madre en carta del 11 de agosto de 1790) "formaba un verdadero promontorio que iba y venía por las oficinas". Doña María Josefa González, a todo esto, se hacía cargo de sostener a la familia.

Belgrano confiesa: "Mi aplicación no la contraje tanto a la carrera que había ido a emprender, como al estudio de los idiomas vivos, de la economía política y el derecho público" (Autobiografía). Su madre quería verlo doctor en Leyes. Pero Manuel le respondió en una carta concluyente: "Renuncio a graduarme de doctor. Lo contemplo como una cosa inútil y un gasto superfluo. Además, para litigar, me basta el grado que tengo, y la práctica que llevo adquirida". En carta a su padre, afirma en diciembre de 1790 que lo de doctor es "una patarata". (¿Un mamarracho?)


Finalmente, la Real Cancillería de Valladolid lo habilitó como abogado. Volvió a Buenos Aires, donde se encontraría con su primo Juan José, hijo del pariente de su padre, Angelo Castelli. Hablaba perfectamente italiano.

Según ficha de la Universidad de Valladolid, en 1789, era un "natural de la ciudad de Buenos Aires, de 19 años de edad, poco más o menos pelo rojo y ojos castaños". Se distinguía por su porte extranjero, de maneras refinadas, que le permitían frecuentar los mejores salones.


Hijo de padres ricos, su juventud fue revoltosa y siguió las ideas de su generación. "Se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad, y sólo veía tiranos que impedían al hombre disfrutar de sus derechos". Un liberal revolucionario.

En marzo de 1794, así lo describe Bartolomé Mitre: "Joven, rico y de buena presencia, todas las puertas se le abrían. El prestigio de un viaje al Viejo Mundo, su instrucción variada, sus conocimientos de música, su título de abogado, sus maneras afables y cultas, le dieron un lugar distinguido en la sociedad. Se relacionó con los jóvenes más inteligentes de la época. Especialmente con Castelli, con quien desarrolló estudios económicos".

En los años subsiguientes, Belgrano será funcionario de la Corona Española (en el Consulado, donde llegó a ser secretario) y llorará de impotencia al producirse las Invasión Inglesa de 1806. Sus quince años en el Consulado le permitieron trazar un perfil estadístico y económico del Virreinto. Improvisado como militar, mantuvo un diálogo sutil con el general San Martín, a quien Belgrano sugería suavemente que respetara las formas de la religión católica y las creencias del pueblo, muy especialmente la devoción por la Virgen.

Belgrano, un católico profundo, participó del movimiento de mayo y fue moderado, al principio partidario de la Infanta Carlota de Borbón.Uno de sus momentos más dramáticos se produce cuando llegan a Buenos Aires las noticias de una conspiración tramada en Córdoba por algunas personalidades de orientación monárquica. Las encabeza, nada menos, Santiago Liniers, el ex virrey, que se encontraba teóricamente retirado y atendiendo un campo de su propiedad, junto al gobernador Juan Gutiérrez de la Concha y el obispo Rodrigo Antonio de Orellana, más otros vecinos destacados. Se proponían resistir a la revolución, con ayuda de unos mil milicianos, a los que habían convocado junto a distintos jefes militares y políticos: el coronel Santiago Allende, el teniente de gobernador Victorino Rodríguez y el secretario Joaquín Moreno, entre otros.

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