jueves, 1 de marzo de 2018

Estoy tan cambiao, no sé más quien soy - Parte 1


Tango en Buenos Aires
 

Convictos de haber amparado, desde fines del siglo pasado, las alegres trapisondas de los porteños en sus ratos de ocio, los reductos tangueros —después de varios años de piadoso destierro— amagan convertirse, nuevamente, en un escalón obligado de la noche capitalina. 

El resurgimiento de los locales nocturnos donde se puede escuchar o bailar el tango es un fenómeno que ya no sorprende: a los tradicionales Caño 14 y Cambalache (donde se abroquelan figuras tan mitológicas como las de Troilo y Tania) se agregó una ringlera de boliches y tanguerías que son el último grito de la moda en materia de ruido y de sanatas: dos neologismos que los argentinos del año 20 condensaban en una sola frase: tirar manteca al techo.

Pese a ser menos bullangueros, o pecaminosos, que los cabarets de antaño, los modernos antros tangueros logran encandilar todas las noches a cientos de parroquianos. Algunos de estos locales son simples cafés con escenario, que no soslayan las mesas de fórmica o el proletario "especial de lomito". 

Otros, más exclusivos, son una suerte de garçonniere aristocrática, con piso alfombrado y mullidos sillones de cuero. Todos, no obstante, están unidos por un común denominador: no se parecen en nada, es cierto, a las añejas academias o cafés para hombres solos que pulularon en Buenos Aires (bajo diversas formas y despareja suerte) hasta principios ce la década del 50. Para computar sinonimias o desemejanzas entre los sitios tangueros de ayer y de hoy, un redactor de SIETE DIAS hurgó en la memoria de nostalgiosos feligreses y recorrió, por espacio de una semana, los más característicos estaños en boga. 

El ejercicio, urdido a fuerza de trasnochadas más o menos fatigantes, bisbisea un final inesperado, que araña límites casi sociológicos: el periódico resurgimiento u ostracismo del tango —y por ende de sus boliches— suele estar ligado, según opinaron algunos de los informantes, al desarrollo o estancamiento de la clase media en la sociedad argentina. 

Esta tesis encierra, cuando menos, una solapada polémica: inferir que el tango no es la música de todo el pueblo, sino solamente de uno de sus sectores más gravitantes parece —más que una audacia— algo así como una soberana herejía, un crimen de lesa argentinidad.


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