sábado, 24 de febrero de 2018

Había una vez un cine - Parte 1



Funcionó en un salón de la Parroquia Santa María de los Angeles. Se proyectaban películas para todo público y asistían vecinos ilustres, como Roberto Goyeneche y Lino Spilimbergo. Reunimos a los vecinos que participaron de ese exitoso emprendimiento. Anécdotas de un cine pequeño que le hizo sombra al Cumbre y Aesca de Saavedra.

En la esquina de Rómulo Naón y Tamborini funciona un comedor comunitario, pero hace más de medio siglo se inauguró, en ese mismo sitio, un cine que perteneció a la Parroquia Santa María de los Angeles. La sala tenía capacidad para 280 personas y se montó de la nada por inspiración del padre Alfonso, fraile capuchino (90) que supo interpretar el interés del Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Santiago L. Copello. El prelado sostenía que era necesario crear en las parroquias espacios para actividades sociales que convocaran a las familias. 

Entonces el padre Alfonso puso manos a la obra y recurrió a los jóvenes del barrio para que lo ayudasen a llevar adelante la idea de abrir un cine en Coghlan. El primero y el único en su historia; nació el 15 de mayo de 1953 y se mantuvo 20 años. El sacerdote fundador, que cumplió en junio 66 años de pastor, está asombrado por el reencuentro con los chicos de aquel entonces y se emociona cuando tararea la banda de sonido de Juegos prohibidos. Esa película causó un gran suceso entre los espectadores que concurrían al cine. Las funciones se ofrecían los fines de semana a la tarde y a la noche.

Hebe Cid enfrenta el grabador desafiando el paso del tiempo y buscando en su memoria datos interesantes. “Había que comprar 180 butacas y entonces se repartieron tarjetas que valían 100 pesos y estaban divididas en 50 fracciones de dos pesos cada una. Con esa venta se pudieron conseguir las butacas que necesitábamos, de asiento rebatible”, cuenta. También habla de las corridas del día de la inauguración. “Debimos apurarnos con la limpieza del salón y cuando terminamos nos cambiamos para actuar en el Coro. 

En ese momento el director era Roberto Vezzoni y me acuerdo que interpretamos Barcarola, deJacques Offenbach y la zarzuela La del Soto del parral”. Claro que antes hubo que conseguir el proyector y poner en condiciones técnicas el local. Se extendió el cableado de las luces a la platea, a la cabina de proyección y a los parlantes. Esa tarea estuvo en manos de Enrique Pérez, que se destacaba por sus conocimientos en electrónica. El padre Alfonso compró dos proyectores con el asesoramiento de Ricardo Schenone, un hombre fuerte de la industria cinematográfica.

“Los equipos eran marca Gaumont, de 35 mm. Como funcionaban a carbones requerían regulación manual y había que estar muy atento. Venían seguramente de alguna sala comercial”, cuenta con detalles minuciosos Juan Soderlund, que era responsable de la función del domingo por la tarde. Juan dice que no había que distraerse porque cualquier movimiento en falso podía causar el corte de la película. “Cuando la pantalla quedaba en blanco el público empezaba a chiflar sin piedad”, agrega. Juan tiene 71 años, siguió toda su vida vinculado al cine y durante los últimos seis años manejó una sala en Mar del Tuyú. “Ahora los proyectores son muy modernos y no llevan carbones sino lámparas que no requieren ninguna regulación manual. La gente ya no me chifla”, apunta con una sonrisa.


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