Funcionó en un salón de la Parroquia Santa María de los
Angeles. Se proyectaban películas para todo público y asistían vecinos
ilustres, como Roberto Goyeneche y Lino Spilimbergo. Reunimos a los vecinos que
participaron de ese exitoso emprendimiento. Anécdotas de un cine pequeño que le
hizo sombra al Cumbre y Aesca de Saavedra.
En la esquina de Rómulo Naón y Tamborini funciona un comedor
comunitario, pero hace más de medio siglo se inauguró, en ese mismo sitio, un
cine que perteneció a la Parroquia Santa María de los Angeles. La sala tenía
capacidad para 280 personas y se montó de la nada por inspiración del padre Alfonso,
fraile capuchino (90) que supo interpretar el interés del Arzobispo de Buenos
Aires, Monseñor Santiago L. Copello. El prelado sostenía que era necesario
crear en las parroquias espacios para actividades sociales que convocaran a las
familias.
Entonces el padre Alfonso puso manos a la obra y recurrió a los
jóvenes del barrio para que lo ayudasen a llevar adelante la idea de abrir un
cine en Coghlan. El primero y el único en su historia; nació el 15 de mayo de
1953 y se mantuvo 20 años. El sacerdote fundador, que cumplió en junio 66 años
de pastor, está asombrado por el reencuentro con los chicos de aquel entonces y
se emociona cuando tararea la banda de sonido de Juegos prohibidos. Esa
película causó un gran suceso entre los espectadores que concurrían al cine.
Las funciones se ofrecían los fines de semana a la tarde y a la noche.
Hebe Cid enfrenta el grabador desafiando el paso del
tiempo y buscando en su memoria datos interesantes. “Había que comprar 180
butacas y entonces se repartieron tarjetas que valían 100 pesos y estaban
divididas en 50 fracciones de dos pesos cada una. Con esa venta se pudieron
conseguir las butacas que necesitábamos, de asiento rebatible”, cuenta. También
habla de las corridas del día de la inauguración. “Debimos apurarnos con la
limpieza del salón y cuando terminamos nos cambiamos para actuar en el Coro.
En
ese momento el director era Roberto Vezzoni y me acuerdo que
interpretamos Barcarola, deJacques Offenbach y la zarzuela La
del Soto del parral”. Claro que antes hubo que conseguir el proyector y poner
en condiciones técnicas el local. Se extendió el cableado de las luces a la
platea, a la cabina de proyección y a los parlantes. Esa tarea estuvo en manos
de Enrique Pérez, que se destacaba por sus conocimientos en electrónica.
El padre Alfonso compró dos proyectores con el asesoramiento de Ricardo
Schenone, un hombre fuerte de la industria cinematográfica.
“Los equipos eran marca Gaumont, de 35 mm . Como funcionaban a
carbones requerían regulación manual y había que estar muy atento. Venían
seguramente de alguna sala comercial”, cuenta con detalles minuciosos Juan
Soderlund, que era responsable de la función del domingo por la tarde. Juan
dice que no había que distraerse porque cualquier movimiento en falso podía
causar el corte de la película. “Cuando la pantalla quedaba en blanco el
público empezaba a chiflar sin piedad”, agrega. Juan tiene 71 años, siguió toda
su vida vinculado al cine y durante los últimos seis años manejó una sala en
Mar del Tuyú. “Ahora los proyectores son muy modernos y no llevan carbones sino
lámparas que no requieren ninguna regulación manual. La gente ya no me chifla”,
apunta con una sonrisa.
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