La historia de Ezpeleta da cuenta
de una ciudad muy sacrificada. Después de la segunda fundación de Buenos Aires,
el 11 de junio de 1580, los españoles realizaron el reparto de las tierras
conquistadas. Dividieron el radio comprendido entre el Riachuelo hasta la
actual ciudad de Campana en 29 parcelas, y el sector que hoy ocupa esta
localidad fue otorgada a don Pedro de Izarra.
A fines del siglo XVII llega a Montevideo desde España, don
Salvador Joaquín de Ezpeleta, descendiente de una familia vasca del más alto
nivel. Luego se trasladó a Buenos Aires y más tarde a Santa Fe y Entre Ríos.
Trajo consigo tropas de carreta, una flota de veleros de cabotaje, saladeros,
curtiduría, estaqueadora de cueros, café y billares y otros elementos.
Posteriormente su hijo Mariano de Ezpeleta, diputado por
Santa Fe, quien se desempeñó como ayudante del general Ramón Espindola durante
la expedición al Paraguay, bajo el mando del general Juan Manuel Belgrano,
compra tierras en el partido de Quilmes y establece en estas una estancia,
posiblemente antes de 1828, ya que en los libros del archivo de la parroquia de
Quilmes, en el año mencionado esta asentada la defunción de Cristóbal Ezpeleta,
negro al servicio de don Mariano.
La fundación del pueblo de Ezpeleta no puede
precisarse, pero se ha podido establecer que el 8 de enero de 1891 Donato
Sagré, Justo Carballo y Simón Ezpeleta, pidieron a la Municipalidad la
aprobación de la traza del pueblo hecha en terrenos de su propiedad al que
llamarían Ezpeleta.Este fue el eco que permitió el desarrollo de la ciudad,
pero el puntapié inicial lo dio, unos años atrás en 1872, la habilitación de la
estación ferroviaria, que fue bautizada como Teniente Coronel Severo Ezpeleta.
Pero recién tendrá sus primeros pobladores en 1873, cuando
algunas mejoras en el cementerio crean condiciones propicias para que en sus
alrededores se cree residencia fija.
En 1891 se planea el pueblo, junto a la estación ferroviaria
homónima. Ya con el transporte se empezó a desarrollar la ciudad, la llegada de
los saladeros a la orilla del arroyo Giménez (El Saladero de Nelson, de la
firma inglesa Higland Scot Canning, fue el más importante) fueron fundamentales
para el desarrollo del pueblo.
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