Pero donde se agranda nuestro sufrimiento hasta adquirir
caracteres trágicos, es al desentrañar la vergonzosa comedia de la falsa piedad
que se desarrolla a nuestro derredor, mordiéndonos de rabia por nuestra
impotencia y también por sentirnos un poco viles -vileza que es a veces
justificada, pero que casi siempre no tiene justificación alguna frente a esta
inicua y cínica hipocresía que nos hace pasar a nosotros, trabajadores, como los
beneficiados, cuando somos los benefactores; que nos coloca en situación de
mendigos a quienes se quita el hambre por misericordia, mientras, que en
realidad somos nosotros los que damos de comer a todos los parásitos y les
procuramos el bienestar de que gozan: que consumimos nuestras vidas entre los
horrores de las privaciones, para saturar de goces las de ellos, para permitir
sus expansiones, sus placeres, -su ocio,- teniendo conciencia del despojo a que
se nos somete.
Quiere prohibirsenos hasta el poder sonreír ante las maravillas
de la naturaleza, porque se nos considera como instrumentos, nada más que como
instrumentos para embellecer su vida parasitaria. Nos damos cuenta de
toda la insensatez de nuestros afanes; sentimos lo trágico, mejor dicho lo ridículo
de nuestra situación: imprecamos, maldecimos, nos sabemos locos y nos sentimos
viles, pero todavía continuamos bajo la influencia (como cualquier mortal) del
ambiente que nos circunda, que nos envuelve en una malla de frívolos deseos, de
mezquinas ambiciones de “pobres cristos” que creen mejorar un poco sus
condiciones materiales, intentando arrancar de entre los dientes de los lobos
-de los que poseen y defienden la riqueza- una migaja de pan que no se consigue
más que al elevado precio de nuestra carne y de nuestra sangre dejadas en los
engranajes del mecanismo social. Y, a pesar nuestro, por necesidad o sugestión
colectiva, nos dejamos arrastrar por el torbellino de la locura común.
Y rotas, en nosotros, las fuerzas que nos mantienen íntegros
en nuestra conciencia que ve claro en las cosas y sabe que no lograremos nunca
por este camino destrozar las cadenas que nos mantienen esclavos, porque no se
destruye la autoridad colaborando con ella, ni se disminuye el poder ofensivo
del capital ayudando a acumularlo con nuestro trabajo, con nuestra producción;
rotas estas resistencias, decía, comenzamos a acelerar el paso y bien pronto
veloz carrera, loca carrera sin sentido ni fin, que no nos conduce más que a
soluciones transitorias, siempre vanas e inútiles.¿Qué decir? ¿Avidos de
ganancia? ¿Sugestión del ambiente? ¿Insensatez? De todo un poco, aunque bien
sabemos que con nuestro trabajo, bajo las condiciones del sistema capitalista,
no resolveremos ningún problema esencial de nuestras vidas, salvo raros casos
particulares y condiciones especiales.
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