“Para
él escribir era jugar, divertirse, organizar la vida -las palabras, las ideas
con la arbitrariedad, la libertad, la fantasía y la irresponsabilidad con que
lo hacen los niños o los locos. Pero jugando de este modo la obra de Cortázar
abrió puertas inéditas, llegó a mostrar unos fondos desconocidos de la
condición humana y a rozar lo trascendente, algo que seguramente él nunca se
propuso. No es casual (…) que la más ambiciosa de sus novelas tuviera como
título Rayuela, un juego de niños”, apunta Mario Vargas Llosa, en un artículo
periodístico aparecido en El País el 28 de julio de 1991.
En 1951 se instaló en París, donde vivió
con su primera mujer, Aurora Bernárdez, con quien se casó dos años más tarde.
Así recordaba sus primeros años en esa ciudad cosmopolita: “Tus cartas me
devuelven a mis primeros años de París. (…) También yo escribí cartas afligidas
por la falta de dinero, también yo esperé la llegada de esos cajoncitos en los
que la familia nos mandaba yerba y café y latas de carne y de leche condensada,
también yo despaché mis cartas por barco porque el correo aéreo costaba
demasiado”. Pronto lo contratarían para traducir la obra completa, en prosa, de
Edgar Allan Poe.
La Revolución Cubana le dejó una
profunda impresión. En 1963 visitó Cuba para ser jurado en un concurso. Nunca
dejaría de interesarse por la política latinoamericana. Luego del triunfo de
la revolución sandinista visitó varias veces Nicaragua. Sus
experiencias quedarán plasmadas en el libro Nicaragua, tan violentamente dulce.
Vargas Llosa dirá sobre esta
transformación, este despertar en el escritor de un compromiso con la realidad
latinoamericana: “El cambio de Cortázar -el más extraordinario que me haya
tocado ver nunca en ser alguno, una mutación que muchas veces se me ocurrió
comparar con la que experimenta el narrador de ese relato suyo, Axolotl,
en que aquél se transforma en el pececillo que está observando- ocurrió, según
la versión oficial -que él mismo consagró- en el Mayo francés del 68. Se le vio
entonces en las barricadas de París, repartiendo hojas volanderas de su
invención, y confundido con los estudiantes que querían llevar ‘la imaginación
al poder’. Tenía cincuenta y cuatro años. Los 16 que le faltaban vivir sería el
escritor comprometido con el socialismo, el defensor de Cuba y Nicaragua, el
firmante de manifiestos y el habitué de congresos revolucionarios que fue hasta el final”.
Cortázar murió el 12 de febrero de
1984 a causa de una leucemia. Sin embargo, la escritora uruguaya Cristina Peri
Rossi asegura que en los análisis de sangre no había síntomas de leucemia y
conjetura que el escritor murió de sida, virus que habría contraído tras
realizarse una transfusión en el sur de Francia.
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