Si bien hay antecedentes de representaciones teatrales en
fiestas patronales y oficiales, tales como la coronación de Fernando VI, pasos
de compañías de cómicos ambulantes y frecuentes representaciones en los patios
de las casonas coloniales, el teatro llega a Buenos Aires en 1757 cuando se
edifica el Teatro de Operas y Comedias en las actuales Alsina entre Defensa y
Bolívar. Allí se representaron desde obras de marionetas hasta la ópera Las
variedades de Proteo de Antonio Texeira y Antonio José Da Silva.
Hay
pocas noticias de este primer intento previo al virreinato que durará apenas
hasta octubre de 1761 cuando la sala fue clausurada por orden el obispo de
diócesis de Buenos Aires que venía insistiendo sobre la inmoralidad que
propagaban las artes escénicas y logró su cometido argumentando que las representaciones
terminaban muy tarde. Recién en noviembre de 1783 quedó inaugurada la Casa de
Comedias, nombre elegante que será convertido por el público en el menos
prosaico de La Ranchería. El famoso virrey de las luminarias, el mexicano Juan
José de Vértiz y Salcedo, había autorizado a Francisco Valverde para encarar la
construcción del teatro en las actuales esquinas de Perú y Alsina, en la zona
conocida como “la ranchería de las Misiones”, porque allí los jesuitas hasta
su expulsión tenían depósitos donde comercializaban algunos productos de
sus famosas reducciones.
¿Cómo era aquel teatro de 1783? Para imaginárnoslo tenemos
que empezar por dejar de lado cualquier tipo de lujo. Era una especie de galpón
con techo de paja y paredes de ladrillo asentado en barro de 26 varas de frente
por 55 de fondo 1.
El escenario no era muy alto, con la garita del apuntador y en su parte
superior podía leerse en dorado: “Es la comedia espejo de la vida”.El palco
oficial, destinado al virrey y las autoridades, estaba decorado con cenefas
rojas y amarillas. Para iluminar la sala se usaban velas de sebo distribuidas
en candilejas al borde del escenario y arañas ubicadas estratégicamente para
que ningún rincón quedara a completamente a oscuras. La entrada costaba dos
reales y para saber si había función en aquella Buenos Aires que no tenía
periódicos, había que acercarse hasta la farmacia de los Angelitos en las
actuales Chacabuco y Alsina y fijarse si el farolito estaba encendido. En ese
caso, los aficionados al teatro podían caminar una cuadra más y disfrutar de la
función.
Allí, Manuel José de Lavardén, uno de nuestros primeros
autores teatrales, estrenó en 1789 sus obras Siripoy La Inclusa basadas
en temáticas históricas locales.
1 Una vara
equivale a 84 centímetros.
Felipe Pigna
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