martes, 16 de abril de 2013

Mateo Banks, estanciero y primer homicida múltiple - parte 2


Mateo esperó hasta que cayó la tarde, cuando regresó el peón del campo, Juan Gaitán, que había viajado al pueblo de Parish a realizar unas compras. Cuando llegó, lo mató de un escopetazo mientras guardaba el sulky en el galpón de la estancia. De inmediato, el asesino se subió a ese carro y marchó unos 5 kilómetros hasta El Trébol, donde continuaría con la masacre.

En El Trébol se cruzó con Claudio Loiza, el otro peón de la familia, a quien le dijo que lo acompañara a La Buena Suerte porque Dionisio estaba enfermo. “Vaya que yo voy a ensillar el caballo”, le habría dicho el peón, aunque Banks le ordenó que subiera al sulky, que no había tiempo para perder. A unos dos kilómetros, el estanciero paró porque se le había caído el rebenque y, cuando el peón bajó a buscarlo, recibió un escopetazo en el cuello. El cadáver fue arrojado en un pajonal de la zona.

Esa mañana, de acuerdo a la investigación posterior, Mateo había estado en El Trébol y había intentado envenenar a todos, arrojando veneno para ratas en una olla con puchero. Pero las mujeres percibieron el mal olor y tiraron la comida. Ni se dieron cuenta del peligro que corrían.
Por la noche lo habían invitado a cenar en la estancia, pero Banks dijo que no se sentía bien, que se iba a acostar en su habitación. Poco después de las 23, Mateo golpeó la ventana de la habitación de su hermana María Ana, que era soltera. Le dijo que Dionisio estaba mal, que tenían que ir a ayudarlo. La mujer se subió al sulky y emprendió el viaje, corriendo la misma suerte que el peón Loiza.

De regreso, golpeó en la habitación de su hermano Miguel y despertó a su cuñada, Juana Dillon, a quien le pidió si le podía hacer un té porque no se sentía bien. Ahí la mató de un escopetazo. Miguel, al escuchar la detonación, salió de su cuarto y tuvo el mismo final. Cecilia, la hija de 15 años del matrimonio, también fue asesinada de un tiro. Sólo dos se salvaron: Anita, de 5 años y hermana de Cecilia, y María Ercilia, de 4, hija de uno de los peones. Ambas nenas fueron encerradas en una habitación.
En horas de la madrugada del día siguiente, Mateo Banks se presentó en la casa del médico de la familia, el doctor Rafael Marquestau, a quien le contó que había matado a uno de los peones y el otro había escapado porque habían asesinado a sus hermanos, cuñada y sobrinas. Dijo que él mismo había recibido un balazo, pero que éste había impactado en su bota, sin herirlo. Fue el médico el que llamó al jefe de la Policía de Azul.

El velatorio y posterior entierro de las víctimas conmovieron a ese distrito bonaerense, que por entonces tenía casi treinta mil habitantes. Mateo Banks era, hasta ese momento, el único sobreviviente de una brutal e inexplicable masacre. A los pocos días, los investigadores ya habían encontrado los restos del peón Gaitán y además habían probado que el orificio en la bota de Mateo había sido hecho con un punzón, no con un balazo. También habían determinado que las municiones usadas para matar tanto a los peones como a los familiares habían partido de la misma escopeta.

Mateo Banks terminó confesando ante los policías de Azul y La Plata que trabajaban en el caso, aunque en la primera jornada del juicio el acusado denunció que había firmado una declaración bajo tortura y que no era cierta la mencionada confesión. Y sostuvo la versión de los peones asesinos. El juicio oral se realizó en la sede del Sport Club de Azul, y finalizó un año después de los crímenes. Allí fue condenado a perpetua, pero el defensor planteó una nulidad, por lo que se realizó, un año más tarde, un segundo juicio en la ciudad de La Plata, con el mismo resultado.
Condenado, Mateo Banks fue llevado a la cárcel de Ushuaia, donde cumplió la pena con otro preso famoso: Cayetano Santos Godino, el “petiso orejudo”.

En 1949 recuperó la libertad y quiso volver a Azul, pero no lo pudo hacer porque no era bien recibido en una sociedad aún conmovida por la brutal masacre. Por eso consiguió un documento falso, a nombre de Eduardo Morgan, y se fue sólo a una pensión en el porteño barrio de Flores, en la avenida Ramón Falcón. En la primera noche en ese lugar, cuentan que tomó un jabón y una toalla y se encerró en el baño para darse una ducha. Pisó el jabón, se cayó, su cabeza golpeó el borde de la bañera y murió en el acto. Tenía 77 años.

por PAULO KABLAN pkablan@dpopular.com.ar

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