jueves, 18 de octubre de 2012

“Es el trabajo, la capacidad de creación de los seres humanos lo que da sentido y riqueza a un país”.


En agosto de 1982, cuando ya se perfilaba para encabezar la fórmula radical para las prometidas elecciones presidenciales, Raúl Alfonsín, sostenía: “Yo creo que en nuestro país, fundamentalmente, hay una presencia de minorías agresivas; la vieja oligarquía señorial de base terrateniente, inescrupulosa, totalitaria, de base financiera, y que permanentemente ha impedido la realización de nuestro pueblo, refugiada en la esterilidad de la especulación y que atenta contra la producción”.

En el mismo reportaje para la revista El Porteño, el entonces máximo representante de la corriente Movimiento de Renovación y Cambio, reacio a sostener un compromiso con los militares, argüía: “Estas minorías tienen necesidades de gobernar y como no son responsables absolutamente de ningún proyecto que puedan presentar ante el pueblo, que les permita auspiciar un partido político que defienda esos intereses de ellos, necesitan recurrir a las Fuerzas Armadas, como brazo armado en un esquema de dominación social”.

Un año más tarde, cuando parecía inevitable su triunfo, arrancaba su último discurso de campaña, con igual identificación del mal argentino: “Se acaba la dictadura militar. Se acaba la inmoralidad y la prepotencia. Se acaba el miedo y la represión. Se acaba el hambre obrero. Se acaban las fábricas muertas. Se acaba el imperio del dinero sobre el esfuerzo de la producción”.
Alfonsín triunfó con casi el 52% de los votos, más de 10 puntos por encima del peronismo. El 10 de diciembre asumiría la presidencia y entonces comenzaría la ardua tarea de cumplir con las promesas de una democracia cuyo parto arrojaba un costo inconmensurable al país: no sólo por las víctimas directas del Terrorismo de Estado, sino por las consecuencias que a largo plazo dejaría la Dictadura, que rebalsarían por mucho incluso las aspiraciones menos ambiciosas del nuevo gobierno democrático. Hasta los resonantes logros como el histórico Juicio a las Juntas, serían revisados luego de que debiera abdicar de su cargo, en 1989, dando lugar al desolador proyecto neoliberal.

Un proyecto que había incubado su reinado ya en 1976, tanto que Alfonsín diría en su recordado discurso de cierre de campaña: “Vinieron con el pretexto de terminar con la especulación y desencadenaron una especulación gigantesca que desmanteló el aparato productivo del país, empobreció a la inmensa mayoría de los argentinos y enriqueció desmesuradamente a un minúsculo grupo de parásitos. Vinieron con el pretexto de evitar la cesación de pagos ante el extranjero y endeudaron al país en forma que nadie hubiera podido imaginar y sin dejar nada a cambio de una deuda inmensa”.

El disparatado proyecto impuesto a sangre y fuego -y que la renacida democracia no vino a frenar, sino que incluso lo profundizó- encontró una abrupta respuesta popular en diciembre de 2001. Las lecciones fueron varias, quizá una de las mayores la reflejara entonces Alfonsín, en el discurso que en esta gaceta recordamos, al condenar la especulación y el dominio de las finanzas: “Es el trabajo, la capacidad de creación de los seres humanos lo que da sentido y riqueza a un país".

Felipe Pigna

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