martes, 14 de febrero de 2012

María Guadalupe Cuenca y Mariano Moreno



En el día de los enamorados, una celebración de origen anglosajón que con el tiempo se fue imponiendo en estas regiones, recordamos algunas cartas de amor que hicieron historia. Empezamos con las famosas cartas –aquellas que nunca llegaron a destino- que María Guadalupe Cuenca enviara a su amado Mariano Moreno. Se habían conocido en Chuquisaca donde él estudiaba la carrera de Leyes y se casaron en 1804 tras un breve noviazgo. Menos de un año más tarde nacía Marianito, el único hijo que tuvieron, y pronto la familia se instalaría a Buenos Aires.

La invasión napoleónica a España y un resentimiento hacia los españoles que había surgido entre los criollos a finales del siglo XVIII al calor de las reformas borbónicas, agitaron las aguas en el Río de la Plata. Pronto los criollos comenzaron a imaginar nuevas formas de gobierno. La caída de la Junta Central de Sevilla, último bastión del poder español, precipitó los acontecimientos y Mariano Moreno no tardó en convertirse en primerísima figura, al ser designado secretario de la Primera Junta de Gobierno tras los acontecimientos del 25 de mayo de 1810.

Así, Moreno se convertía en el alma mater del nuevo gobierno, lo que le trajo no pocos enemigos. Pronto se produciría una profunda división al interior de las filas patriotas, que se cristalizó en el enfrentamiento entre saavedristas (el grupo más moderado) y morenistas (el grupo más radical).

En diciembre de 1810, la pulseada se inclinó a favor de los saavedristas, y los partidarios de Moreno fueron desplazados uno por uno. El propio Moreno fue enviado en misión diplomática a Gran Bretaña. Partió el 24 de enero de 1811, pero nunca llegaría a destino. Murió en altamar el 4 de marzo siguiente.

Mientras tanto en Buenos Aires, María Guadalupe siguió durante meses enviando cartas de amor y desesperación que Moreno nunca recibió. A continuación transcribimos fragmentos de algunas de ellas:

“Mi amado Moreno de mi corazón: me alegraré que lo pases bien en compañía de Manuel. Nosotras quedamos buenas y nuestro Marianito un poco mejorado, gracias a Dios. Te escribí con fecha de 10 o 11 de éste, pero con todo vuelvo a escribirte porque no tengo día más bien empleado que el día que paso escribiéndote y quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho, hasta ahora mis pocas salidas se reducen a lo de tu madre; no he pagado visita ninguna, las gentes, la casa, todo me parece triste, no tengo gusto para nada. Van a hacer tres meses de que te fuiste pero ya me parecen tres años; estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz, pero te queda el de Dios, pues obrando por la razón y con la virtud no puede desampararnos Dios; no ceso de encomendarte para que te conserve en su Gracia y nos vuelva a unir cuanto antes porque ya vos me conoces que no soy gente sino estando a tu lado; sólo Dios sabe la impresión y pesadumbre tan grande que me ha causado tu separación porque aun cuando me prevenías que pudiera ofrecérsete algún viaje, me parecía que nunca había de llegar este caso; al principio me pareció sueño y ahora me parece la misma muerte y la hubiera sufrido gustosa con tal de que no te vayas. (…)”

Carta de María Guadalupe Cuenca a Mariano Moreno del 21 de junio de 1811

“Mi querido Moreno de mi corazón: me alegraré que ésta te halle con perfecta salud como mi amor lo desea. Nosotras quedamos buenas, a Dios gracias, pero con la pesadumbre de no saber de vos en cinco meses que se cumplen mañana. Ya te puedes hacer cargo cómo estaré sin saber de vos en tantos meses que cada uno me parece un año, cada día te extraño más. Todas las noches sueño con vos, ah, mi querido Moreno. Cuántas veces sueño que te tengo abrazado pero luego me despierto y me hallo sola en mi triste cama, la riego con mis lágrimas, de verme sola, y que no sólo no te tengo a mi lado sino que no sé si te volveré a ver, y quién sabe si mientras esta ausencia no nos moriremos alguno de los dos, pero en caso de que llegue la hora sea a mí Dios mío, y no a mi Moreno, pero Dios no lo permita que muramos sin volvernos a ver. (…) María Guadalupe Moreno.”

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