viernes, 7 de octubre de 2011

Quebracho Herrado - parte 2

La batalla

Lavalle desplegó su línea de batalla, la cual a pesar de su extensión - cubriendo todo su frente - resultaba débil, porque siendo su fuerza principal la caballería, ésta se encontraba montada en animales cansados. El despliegue unitario era el siguiente: En el ala derecha el Coronel Vilela con tres escuadrones; en el centro el batallón de infantería al mando del Coronel Díaz y la artillería; el ala izquierda 6 escuadrones al mando del Coronel Vilela y la reserva con tres escuadrones. Oribe desplegó sus fuerzas reuniendo en su derecha a sus mejores tropas, a las órdenes del intrépido general Ángel Pacheco. Era evidente su propósito de fiar a esa ala el éxito de la jornada. Lavalle, por el contrario, concentró sus mejores escuadrones en su izquierda, de modo que quedó casi a un costado de la línea el batallón Díaz y la artillería.

El centro del ejército federal era mandando por el comandante Costa, y se componía de 3 batallones y la artillería; el ala izquierda, la mandaba el coronel Lagos y tenía sólo 2 regimientos; el ala derecha, a las órdenes de Pacheco, tenía los mejores cuerpos de caballería.
Ambos ejércitos estaban a 10 cuadras escasas el uno del otro.
La disposición respectiva de ambos ejércitos ofrecía a Lavalle la probabilidad de una victoria inesperada, si su caballería lograba romper la izquierda federal – es de destacar que la infantería carecía de un papel importante, solo servía de mero apoyo de la caballería. A diferencia de la mayoría de los generales de la época, el general Paz sabía lo que valía una buena infantería entrenada y disciplinada - y tenía suficiente empuje para arrollar todo por delante en el primer esfuerzo. Era indudable que el estado de las cabalgaduras no permitía confiar en ellas durante una acción larga, pero sí podía contarse con una atropellada brillante.

A las 2 de la tarde, Lavalle ordeno avanzar a sus escuadrones, al oír el toque de carga, los jinetes unitarios atacaron valerosamente, arrollando las fuerzas de Lagos. Pero al mismo tiempo Pacheco atropellaba la línea unitaria, la sableaba, la destrozaba y envolvía su centro. Los escuadrones que Lavalle había conducido al primer empuje, con sus caballos cansados y, desmoralizados al sentir triunfante por la retaguardia al enemigo, se encontraron entre dos fuerzas.


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