domingo, 10 de abril de 2011

La revolución de las orillas – parte 2


A medianoche, como dije, la Plaza de la Victoria estaba llena de orilleros a caballo que rodeaban el edificio del Cabildo en un imponente silencio. Los regidores buscaron la protección de la Fortaleza (actual Casa de Gobierno) para averiguar el propósito de la nocturna presencia de tanta gente, hasta esos momentos poco vistas en el centro de la ciudad.
Grigera se hace intérprete ante los amedrentados vocales de la Junta: “El pueblo tiene que pedir cosas interesantes para la Patria”. Inútilmente los morenistas de la Junta han llamado en su ayuda al Regimiento de la Estrella comandado por French y constituido precisamente para sostener a la Sociedad Patriótica.

Se ha diluido ante la sola presencia de los orilleros. Los demás regimientos que aún quedaban en Buenos Aires (parte de Patricios y Arribeños y los Húsares de Martín Rodríguez lejos de marchar contra los orilleros han abierto las puertas de sus cuarteles plegándose a la ola popular. De los Jóvenes de la Sociedad Patriótica no ha quedado ninguno en el café de Marcos ni en sus lugares de reunión; los vecinos “de posibles” han atrancado las puertas de sus casas, y no se puede contar con ellos.

No obstante, la conmoción popular no obtiene un triunfo pleno. Allí está el pueblo de Buenos Aires, el auténtico pueblo que echó a los ingleses en 1806 y 1807 y decidió las jornadas de la Semana de Mayo. Pero falta algo más. Falta un jefe.
Saavedra goza de popularidad, pero no es un caudillo. Carece de la arenilla dorada que debe tener todo jefe. Ante la presencia de esos hombres de a caba¬llo que acaban de imponerse con su sola presencia y piden que gobierne solo, sin doctores, el coronel de Patricios no atina a aceptar.

Tal vez hizo bien, porque no se sentía jefe y su gobierno personal hubiese sido un desastre. Su negativa reiterada consterna a los orilleros que acabarán por contentarse con el alejamiento de los morenistas, y su reemplazo por buenos vecinos que no tendrán mayores luces, pero les parecen más dignos de confianza.

Un solo y gran triunfo se saca de la desconcertante noche del 5 al 6 de abril. A pedido de Saavedra, el Dr. Campana toma la secretaria de la Junta. “La figura oscura y sin gloria del populacho de las quintas” según Mitre, ocupando nada menos que el sitial de Moreno. Pero esa figura oscura y sin gloria escribirá las mejores páginas -las únicas auténticamente revolucionarias- de los primeros años de la Emancipación.

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