miércoles, 1 de diciembre de 2010

Soberanía en la Patagonia – parte 1


En 1876 una barca francesa de mil toneladas, la Jeanne Amelie, se hallaba en el puerto Santa Cruz abocada a la labor de extracción de guano; llegó la corbeta chilena Magallanes y la tomó presa. La Jeanne Amelie tenía permiso consular argentino, pero lo mismo fue conducida al Estrecho, donde se perdió para siempre entre las restingas de Punta Dungeness.

Inmediato intercambio de enérgicas y ásperas notas diplomáticas, que concluye con el desconocimiento categórico de la jurisdicción argentina sobre la Patagonia más allá de la margen derecha del río Santa Cruz. Y para demostrar que se hablaba en serio, en octubre de 1878, nuevamente la corbeta Magallanes capturó otro barco guanero, el norteamericano Devonshire, que también operaba con autorización del gobierno argentino, y lo llevó a Punta Arenas.

“Era necesario que la República Argentina hiciera de una vez por todas, acto ostensible de posesión de lo que era suyo.
De su legítimo patrimonio, de aquello de que la querían despojar sin derecho ni razón, creyéndola débil y aniquilada por sus dolorosos desgarramientos internos, y por eso fueron los buques de la escuadrilla de ríos, a hacer flamear a lo largo de las costas orientales patagónicas nuestra inmaculada bandera, clavándola sus tripulantes en la cima de uno de los cerros más elevados del cañadón de Misioneros, sobre la margen derecha del río Santa Cruz”, expresa en 1928 el capitán de navío don Santiago J. Albarracín en su libro “Páginas de Ayer”.

Aquella escuadra destacada para tan honrosa como riesgosa misión, estaba compuesta por los buques construidos durante el gobierno de Sarmiento con destino a la defensa de los ríos de la cuenca del Plata. Pero el espíritu y el coraje argentino estuvieron siempre resueltos para la defensa de la soberanía nacional, sin reparar en la actualización o no de los medios con que contó en tal o cual casus belli.

Qué hay que salir al mar con buques de río, ¡pues en adelante serán buques de mar! “.. no había más, ni tampoco hubiéramos podido adquirir otros… ¡y muy bien que nos sirvieron!”, dice Albarracín en la obra ya citada.

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