sábado, 26 de junio de 2010

El Tratado Roca-Runciman - parte 1


Son las 13:07 en Londres. El despacho del ministro de Relaciones Exteriores de Gran Bretaña está ocupado por un puñado de personas ataviadas con trajes de etiqueta matutino. Sobre el escritorio de Sir John Simon (ausente por enfermedad) dos documentos idénticos, uno en inglés y otro en español, esperan para ser rubricados.

Toda la ceremonia se da con gran reserva. “Sin fotógrafos, ni periodistas, ni ordenanzas del Foreign Office”, retrata la prensa de la época. Sin embargo, lo que allí sucede ya es conocido por todos desde hace varios días. Sólo se trata de una formalidad protocolar.

Es 1º de mayo de 1933, día Internacional de Trabajo, pero el vicepresidente de la República Argentina, Julio Argentino Roca (h), y el presidente del British Board of Trade, Walter Runciman, no se toman descanso. Están por concluir casi tres meses de arduas negociaciones con la firma de un acuerdo comercial angloargentino. De aquí en más, la Historia recordará esta infamia simplemente como el tratado Roca-Runciman.

A bajar las barreras

“Creo que el tratado representa una tarea que hemos realizado también en interés del mundo entero”, dijo Roca, tras la firma, a los periodistas de UP (United Press).

Después de la “Crisis del "30", que había comenzado a fines del 1929, el mundo atravesó una etapa de creciente proteccionismo y caída del comercio internacional. Ninguna Nación quería arriesgarse a contraer en su economía el “virus de la depresión”.

En ese contexto, Gran Bretaña selló, en agosto de 1932, un acuerdo (Pacto de Ottawa) con sus colonias y ex colonias, miembros del Commonwealth, para abastecerse recíprocamente. Así, Canadá, Australia y Nueva Zelanda pasaban a ocupar el lugar de fuente de materias primas agroganaderas que pertenecía a la Argentina.

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