En su libro Historia social del gaucho, Ricardo Rodríguez Molas analiza el reclutamiento forzoso de los peones rurales para los ejércitos "patriotas": el 29 de mayo de 1810, la Primera Junta decidió en toda la jurisdicción de Buenos Aires "una rigurosa leva, en la que serán comprendidos todos los vagos sin ocupación conocida, desde la edad de 18 hasta la de cuarenta años".
En cumplimiento de estas órdenes, pequeños grupos de soldados al mando de oficiales comenzaron a recorrer la campaña y a reclutar con violencia a los peones que encontraban en su camino. Fue tan extremado el celo puesto en la acción, que algunas tropas de carretas se vieron imposibilitadas de proseguir su camino al quitárseles todos los peones del servicio.
En tiempo de la cosecha de trigo, numerosos peones se trasladaban desde el Interior hasta las chacras próximas a Buenos Aires.
En 1810, ante el temor de ser enrolados, pocos santiagueños, cordobeses y puntanos llegaron al Plata. Preocupados, los miembros del Cabildo enviaron comunicaciones escritas a los gobernadores del Interior aconsejándoles que hicieran entender a los trabajadores que una vez terminadas las tareas no se los molestaría y "se les dejará libre el regreso al lugar que les acomode".
La guerra: algo más que triunfos y derrota
En las guerras de la Independencia murieron muchos soldados. Los sobrevivientes sufrieron, en muchos casos, amputaciones y enfermedades que arrastraron por el resto de sus vidas. En sus Memorias, Belgrano relata algunas de las situaciones vividas por el ejército en su marcha rumbo al Paraguay :
"Salí de Curuzú Cuatiá con todas las divisiones reunidas dirigiéndome al río Corrientes, al paso que llaman de Caaguazú, por campos que parecía no haber pisado la planta del hombre, faltos de agua y de todo recurso y sin otra subsistencia que el ganado que llevábamos [...].
Llegamos al río Corrientes [...] y sólo encontramos dos muy malas canoas que nos habían de servir de balsa para pasar la tropa, artillería y municiones: felizmente la mayor parte de la gente sabía nadar y hacer uso de lo que llamamos 'pelota' y aun así tuvimos dos ahogados y algunas municiones perdidas por la falta de balsa."
Cuando atravesaron los pantanos del Iberá, Belgrano informó: "No es fácil expresar [...], lo que han padecido los oficiales y toda la tropa andando al paso de buey por entre bañados y lagunas con mil sabandijas y el peso de los soles [...] y después de las marchas más penosas, por países habitados de fieras y sabandijas de cuanta especie es capaz de perjudicar al hombre, llegamos a dicho punto de San Jerónimo, sufriendo inmensos aguaceros, sin tener una sola tienda de campaña ni aun para guardar las armas".
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