Alvaro Yunque relata un episodio de la vida de Adolfo Alsina que explica por qué los orilleros tenían tanta devoción por él.
"Joven aún (Alsina) en el temido barrio del Alto (San Telmo) entra a un almacén. Va en busca del dueño del boliche un caudillo crudo. Este se halla ausente y Alsina se dispone a esperarlo. Pero en el boliche tomando a la mañana -caña o ginebra- se hallan algunos compadres del barrio: melenudos, chambergo sobre los ojos, facón a la cintura. El alcohol los hace provocadores. Aquel hombre de levita y de galera, traje inadecuado para el sitio, los mueve a burla. ¿Y su nariz? El más osado, un muchachón, alude a ella. Alsina, fulminante, le aplica un sopapo. Y lo desmaya. Los otros sacan facones, pero a la defensiva, impuestos. En aquel momento entra el patrón del boliche. Reconoce a su visitante: ¡Doctor Alsina! ¡Nombre mágico! Los matones envainan y, lentamente, como al descuido, van ganando la puerta, lelos y avergonzados. El caído ha vuelto en sí. Se entera que quien le ha pegado es Adolfo Alsina...¡Pucha qué mala suerte! Y él que venía recomendado a Alsina, precisamente por su padre. Trae una carta.
¿Cómo se llama? Pedro Galván. ¡Si conoce Alsina al padre del muchacho, un crudo de ley!
¿A ver la carta?Y lee en voz alta lo que dice: allí le mando a mi hijo, pronto va a cumplir dieciocho años, bautícemelo con sangre en cualquier entrevero...
¡Ya estás bautizado, pues! Y lo toma a sus órdenes. Lo hace su guardaespaldas. Pasan los años, Pedro Galván le sigue adicto. Su injuria y su cuchillo están prontos a salir cortando a la menor duda de que el Dr. Alsina no es el mejor argentino, ¡el más macho!..."
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