El mate
Es tal vez la más antigua de esas costumbres. Su origen se remonta a los indios guaraníes que habitaban la pampa argentina, antes de la llegada de los españoles. Su práctica se extendió al gaucho, al criollo y al compadrito de los tangos. Ganó fama de bebida milagrosa y los españoles lo prohibieron por desconocer sus efectos y considerarlo un símbolo de haraganería. El mate siempre implica una pausa que inicia, además, una rueda de conversación.
Se trata de una infusión que se prepara a partir de las hojas picadas de la planta de Yerba Mate. Se puede tomar en taza, en su versión “mate cocido”, pero lo más tradicional y típico es hacerlo en un mate, que es un recipiente, generalmente una calabaza, en el que se coloca la yerba sobre la que se vierte agua caliente. La infusión preparada de esta manera se absorbe por medio de una bombilla. Cada cual tiene su receta sobre cómo hacer un buen mate, la cantidad de yerba, la temperatura del agua, la forma de colocar la bombilla, etc. Puede agregarse azúcar en cada “cebada” y así se obtiene “mate dulce”, pero el verdadero, el más criollo, es el mate amargo. Cualquier hora del día es buena para “unos matecitos”, pero la tarde es su momento ideal, en la versión de “mate con bizcochitos”.
El café
Interpretado como infusión y como lugar de reunión, tiene historia propia en la vida de cada porteño. Es la versión aggiornada de los antiguos almacenes donde paraban los parroquianos con sus caballos, allá por el año 1920, para tomarse una ginebra. Sus características fueron cambiando a través del tiempo. Alrededor de los años 60 se transformaron en los boliches de barrio donde los vecinos se encontraban para jugar al billar, a las cartas o a los dados, confesar proezas y compartir dolores, cantarse un tango o simplemente ver la vida pasar. Con el paso del tiempo, fue perdiendo ese rasgo de bohemia y adoptó nuevas formas. Los hay de todo tipo y estilos y pueblan todas las zonas de Buenos Aires. Siempre hay uno a mano para darse cita con un amigo, hablar de negocios, pactar un encuentro de amor, o simplemente parar ir a leer el diario, a pensar o a “hacer tiempo”.
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