lunes, 26 de enero de 2009

Manuel Belgrano: luchador hasta la muerte


Manuel Belgrano: luchador hasta la muerte

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Las dolencias que Manuel Belgrano sufrió a lo largo de su vida, condicionaron su accionar político y militar; al mismo tiempo que reflejó la ingratitud de los dirigentes de la época.


Cuando en 1819 el creador de la bandera vuelve a empuñar las armas dado que el gobierno le ordena reprimir las montoneras federales del Litoral, Belgrano comenzó con los primeros síntomas de vaya uno a saber qué enfermedad. Por tal motivo, al poco tiempo solicita una licencia por razones de salud. Como si esto fuera poco, su tienda de campaña poco lo ayudaba ya que era desabrigada y húmeda. Así, las noche fueron cada vez más duras y la respiración anhelante y dificultosa, dejaba escapar algunas sospechas del cuadro. La noticia sobre el diagnóstico del General se conoció poco tiempo después: La avanzada hidropesía era incurable.
A partir de esto, todos los planes sufrieron un vuelco ya que la enfermedad no le permite continuar en servicio. Pero las negativas del propio Belgrano no tardaron en llegar, y sólo al cabo de sus fuerzas y ante la insistencia de los más allegados, solicita licencia.
El 11 de septiembre de 1819 dejó el mando a su sucesor, el general Francisco Fernández de la Cruz. El día anterior se había despedido del ejército con sentidas palabras: ”Me es sensible separarme de vuestra compañía, porque estoy persuadido de que la muerte me sería menos dolorosa. Auxiliado de vosotros, recibiendo los últimos adioses de la amistad”. Los lazos íntimos y entrañables que tenía en Tucumán lo impulsan a dirigirse a esa provincia tan unida a sus recuerdos. Sin embargo, a poco de llegar, tras un viaje mortificante por los achaques de su enfermedad, un cuartelazo dirigido por un oficial irresponsable lo enfrentó con el vejamen: pretendieron arrestarlo en su domicilio.
La enérgica actitud de su amigo, el médico don José Redhead, impidió que se consumara la afrenta. Días después, impuesto el Congreso del hecho insólito; recomendó al nuevo gobernador, don Bernabé Aráoz, que atendiese y prestase toda la colaboración que le requiriese el General en Jefe del Ejército. Desmoralizado y cada vez peor de su enfermedad, Belgrano piensa en marcharse de su tierra por considerar como un desprecio el trato recibido. Sólo lo detiene la falta de recursos. Felizmente, lo que el erario público no pudo hacer por él, lo hizo un comerciante argentino, don José Celedonio Balbín Antiguo: ”Me honraba siempre llamándome su amigo” - fue de los pocos que lo acompañaron en sus tribulaciones en la postrera visita a Tucumán. Que nunca falta al virtuoso que pena quien lo reconforte con el aliento de su presencia.

Un duro regreso a casa


En enero de 1820 Belgrano siente que su estado empeora. ”Yo quería a Tucumán como a mi propio país -dice el General a un amigo -pero han sido tan ingratos conmigo, que he determinado irme a Buenos Aires, pues mi enfermedad se agrava día a día”. Resuelto el viaje, solucionados, en parte, los problemas económicos con el préstamo de 2.500 pesos que le concede su amigo Balbín, Belgrano inicia la marcha a principio de febrero junto al doctor Readhead, su confesor el padre Villegas, y los dos ayudantes, los sargentos mayores Jerónimo Helguera y Emilio Salvigni.
A las incomodidades de un viaje hecho sobre caminos marcados a rueda de vehículos, y al alarmante avance de la enfermedad -debe ser bajado en cada posta y conducido a la cama- se unen desaires y contrariedades. Llegado a Córdoba, la falta de dinero obliga a interrumpir el viaje. Por tal motivo, un amigo porteño, Carlos del Signo, decidió financiar los 400 pesos necesarios para concluir el viaje. A fines de marzo, Belgrano llegó a su ciudad natal conducido por la solicitud y la generosidad de unos pocos y consecuentes amigos. Después de permanecer algunos días en la quinta de San Isidro, entró en la vieja casona de la calle Pirán (hoy Belgrano) a pocos pasos de Santo Domingo. Con la conciencia muy tranquila por saber que su paso por la vida no ha sido en vano, el creador de nuestra bandera esperó la hora de su muerte. Sabe que llega para morir y cristianamente espera la hora decisiva


Su situación económica es tan apurada que gestiona, por nota, la ayuda oficial. Lo preocupan las deudas y los anticipos, aunque confía que la sucesión podrá cumplir con todos. El gobierno de Buenos Aires, sin dinero en sus arcas, en lucha con Santa Fe, abocado a los mil problemas de la caótica situación, se esfuerza por hacer llegar al héroe agonizante, los recursos que necesita. Consigue entregarle a cuenta de los 15 mil pesos que se le adeudan de sueldos, 2.300 pesos. Esta ayuda, y, sobre todo, la concurrencia de íntimos y de conocidos que le hacen compañía, confortan los últimos días del héroe.Poco antes de morir, en un momento de lucidez dijo: ”Pensaba en la eternidad donde voy y en la tierra querida que dejo. Espero que los buenos ciudadanos trabajarán para remediar sus desgracias”. En las primeras horas del 20 de junio, cuando las Provincias Unidas del Río de la Plata se hallaban sumidas en la más profunda anarquía, ocupado todavía su pensamiento sobre por la tierra argentina a la que amó con toda la potencia de su ser, murió el ilustre general MANUEL BELGRANO. Amortajado según su deseo con el albo hábito dominico, fue enterrado a la entrada de la Iglesia de Santo Domingo por un núcleo reducido de parientes y de amigos. Un solo periódico dio la noticia, El despertador teofilantrópico de fray Francisco Castañeda. El torbellino político absorbía la atención de la ciudad. Y los hombres ignoraron, en el día de los tres gobernadores», que se había extinguido el más puro de los hombres de mayo.

Gabino García Pintos

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