La historia es la única rama del conocimiento que nos puede decir qué fuimos en el pasado, qué somos en el presente y qué seremos en el futuro.
viernes, 30 de enero de 2015
El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 3
Es por razones mucho más fundamentales que las que se han
expuesto, que voy a dar este voto limitado. Yo creo, señor Presidente, que se
trata de algo fundamental, de algo que afecta nuestra misma organización
política, nuestro porvenir como nación. No es admisible, en ningún caso, bajo
ningún concepto, sin trastornar todas las nociones de organización política,
equiparar el delito civil al delito militar, equiparar el ciudadano al soldado.
Son dos entes absolutamente diversos.
El militar tiene otros deberes y otros
derechos; obedece a otras leyes, tiene otros jueces; viste de otra manera,
hasta habla y camina de otra forma. Él está armado, tiene el privilegio de
estar armado, en medio de los ciudadanos desarmados.
A él le confiamos nuestra
bandera, a él le damos las llaves de nuestra fortaleza, de nuestros arsenales;
a él le entregamos nuestros conscriptos y le damos autoridad para que disponga
de su libertad, de su voluntad, hasta de su vida. Con una señal de su espada se
mueven nuestros batallones, se abren nuestras fortalezas, baja o sube la bandera
nacional, y toda esta autoridad, y todo este privilegio, se lo damos bajo una
sola y única garantía, bajo la garantía de su honor y de su palabra. Nosotros
juramos ante Dios y la Patria, con la mano puesta sobre los Evangelios; el
militar jura sobre el puño de su espada, sobre esa hoja que debe ser fiel,
leal, brillante como un reflejo de su alma, sin mancha y sin tacha. Por eso,
señor, la palabra de un soldado tiene algo de sagrado, y faltar a ella es algo
más que un perjurio.
Y bien, señor Presidente, es este el cartabón en que tienen
que medirse nuestros jóvenes militares, para saber si tienen la talla moral
necesaria para ceñir la espada, que es el legado más glorioso de aquellos
héroes que nos dieron patria; para vestir ese uniforme lleno de dorados y
galones, que sería un ridículo oropel si no fuera el símbolo de una tradición
de glorias, de abnegación y de sacrificios que obligan como un sacerdocio al
que lo lleva.
No, señor Presidente, no podemos equiparar el delito militar
al delito civil. Sarmiento decía, una vez, repitiendo las palabras que San
Martín pronunciara con relación a uno de los brillantes coroneles de la
Independencia: “El ejército es un león que hay que tenerlo enjaulado para
soltarlo el día de la batalla”.
Y esa jaula, señor Presidente, es la disciplina, y sus
barrotes son las ordenanzas y los tribunales militares, y sus fieles guardianes
son el honor y el deber.
¡Ay de una nación que debilite esa jaula, que desarticule
esos barrotes, que haga retirar esos guardianes, pues ese día se habrá
convertido esta institución, que es la garantía de las libertades del país y de
la tranquilidad pública, en un verdadero peligro y en una amenaza nacional! No,
señor Presidente. Establezcamos la diferencia, salvemos la disciplina, siquiera
sea en la forma benévola en que lo hace el Poder Ejecutivo; pero, de cualquier
manera, establezcamos esta equivalencia que importa destruir lo más grande, lo
más eficaz, lo más fundamental que tiene el ejército, más que el saber y más
que los cañones de tiro rápido: las ordenanzas y la disciplina; y que nuestros
regimientos repitan siempre lo que los viejos regimientos decían al terminar la
lista de la tarde, cuando se unían en una sola voz la de los jefes y los
soldados: ¡Subordinación y valor, para defender la patria!
CARLOS PELLEGRINI
jueves, 29 de enero de 2015
El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 2
Y bien, señor Presidente: han pasado trece años; hemos
seguido buscando en la paz, en el convencimiento, en la predica. de las buenas
doctrinas, llegar a la verdad institucional; y si hoy día se me presentara en
este recinto la sombra de Del Valle, y me preguntara: -¿Y como nos hallamos?-
;¡tendría que confesar que han fracasado lamentablemente mis teoría evolutivas
y que nos encontramos hoy peor que nunca! Y bien, señor Presidente: si ésta es
la situación de la República, cómo podemos esperar que por esta simple ley de
olvido vamos a modificar la situación, vamos a evitar que se reproduzcan
aquellos hechos? Si dejamos la semilla en suelo fértil, ¿acaso no es seguro que
mañana, con los primeros calores, ha de brotar una nueva planta, y hemos de ver
repetidos todos los hechos que nos avergüenzan ante las grandes naciones
civilizadas? ¿No nos dice esta ley de amnistía, no nos dice esta exigencia
pública, que viene de todos los extremos de la república, esta exigencia de
perdón que brotó al día siguiente del motín, que hay en el fondo de la
conciencia nacional algo que dice: esos hombres no son criminales; esos hombres
podrán haber equivocado el rumbo, pero obedecían a un móvil patriótico? Ha
habido militares que han sido condenados, que han ido a presidio, que han
vestido la ropa del presidiario, y cuando han vuelto nadie les ha negado la
mano, ¿por que?, porque todos sabemos la verdad que hay en el dicho del poeta:
“es el crimen, no el cadalso, el que infama”.
Bien, señor Presidente; sólo habrá ley de olvido; sólo habrá
ley de paz, sólo habremos restablecido la unión en la familia argentina, el día
en que todos los argentinos tengamos iguales derechos, el día que no se les
coloque en la dolorosa alternativa, o de renunciar a su calidad de ciudadanos,
o de apelar a las armas para reivindicar sus derechos despojados.
Y no quiero verter esta opinión sin volver a repetir, para
que todos y cada uno carguemos con la responsabilidad de lo que está por venir:
no sólo no hay olvido, no sólo todas las causas están en pie, sino que la
revolución está germinando ya. En los momentos de gran prosperidad nacional,
los intereses conservadores adquieren un dominio y un poder inmenso, y entonces
son imposibles todas estas reivindicaciones populares; pero ¡ay del día, que
fatalmente tiene que llegar, en que esta prosperidad cese, en que este
bienestar general desaparezca, en que se haga más sombría la situación nacional.
¡Entonces vamos a ver germinar toda esta semilla que estamos depositando ahora,
y quiera el Cielo, señor Presidente, que no festejemos el centenario de nuestra
Revolución con uno de los más grandes escándalos que pueda dar la República
Argentina!
Voy a votar, pues, esta amnistía respondiendo al anhelo
público; pero al hacerlo, he querido pronunciar estas palabras para llamar a
los gobernantes al sentimiento de su deber, para decirles que no es con frases,
sean sinceras o sean mentidas, que vamos a curar los males que hoy afectan a la
República, sino con voluntad, con energía, con actos prácticos, con algo que
levante el espíritu, con algo que haga clarear el horizonte y que permita a los
ciudadanos esperar en la efectividad de su derecho renunciando a estas medidas
violentas. Tal vez, señor Presidente, sea este nuevo pedido un eco más que se
pierda. Por mi parte aprovecharé siempre todo momento para continuar en esta
prédica. No abandono los principios que siempre he profesado. Condeno y
condenaré siempre los actos de violencia; pero será doloroso que llegue un día
en que tenga que convencerme que todas estas invocaciones sinceras al
patriotismo y al deber han sido estériles, y que haya que abandonar a los
hechos la suerte que el porvenir les depare.
Pero, señor Presidente, si voy a acompañar a la Comisión en
este voto, no puedo en manera alguna acompañarla en la amplitud que ha dado a
esta ley, y votaré por el proyecto tal como lo presentó el Poder Ejecutivo.
El último discurso parlamentario de Carlos Pellegrini (1906) - Parte 1
ULTIMO DISCURSO PARLAMENTARIO - INTERVENCIÓN EN EL DEBATE SOBRE LEY DE AMNISTIA, EN LA
CAMARA DE DIPUTADOS - Carlos Pellegrini - 11 de Junio de 1906
Voy a votar, señor Presidente, en favor de este proyecto,
pero como no lo voy a hacer, precisamente, por las razones que acabamos de
escuchar, me permitirá la Cámara que funde brevemente mi voto. Se pretende que
ésta es una ley de olvido, que va a restablecer la calma de la situación
política y a fundar la paz en nuestra vida pública.
No es cierto.
Ni los acusados ni los acusadores, ni ellos ni nosotros,
hemos olvidado nada. Puede decirse de todos lo que se decía de los emigrados
franceses después de larga emigración: ¡nada han aprendido y nada han olvidado!
Lo único que se ha olvidado y se olvida son las lecciones de
nuestra historia, de nuestra triste experiencia. Se olvida que esta es la
quinta ley de amnistía que se dicta en pocos años y que los hechos se suceden
con una regularidad dolorosa: la rebelión, la represión, el perdón. Y está en
la conciencia de todos, señor Presidente, que esta amnistía, que se supone ser
la última, no será la última; será muy pronto, tal vez, la penúltima.
¿Y por que, señor Presidente?
Porque las causas que producen estos hechos subsisten, y no
só1o subsisten en toda su integridad, sino quo se agravan cada día.
El año 93 se encontraba la República en una
situación difícil; estaba convulsionada. Un gran partido buscaba la reacción
institucional y la verdad de los principios constitucionales, por medio de la
revolución; otro partido, en el que también tenía yo el honor de figurar,
buscaba los mismos fines, pero por medio de la evolución pacífica.
Llegó un
momento, señor Presidente, tan difícil, que el partido a que pertenecía, a lo
menos sus principales hombres, desesperaron de la tarea; y en esa
circunstancia, solicitado por el señor presidente de la República, doctor Sáenz
Peña, manifesté francamente mi opinión, y le dije: que creía que, para alcanzar
el fin que todos nos proponíamos, debería el presidente de la República llamar
a otros hombres, porque nosotros estábamos vencidos en la jornada, y le indiqué
entonces, que entregara la dirección política del país a una de nuestras más
grandes inteligencias, a uno de nuestros más grandes estadistas, a un hombre
cuya honestidad política, cuyo sincero patriotismo eran indiscutibles, un
adversario decidido mío, al doctor Del Valle.
Y la razón que tuve para darle
este consejo, era que esperaba que él, con la autoridad que le daban sus
vinculaciones políticas y su influencia personal, pudiera dominar esa tendencia
revolucionaria, y con el apoyo de todos, buscar el ideal que todos perseguíamos
y llegar a la verdadera reacción institucional, al verdadero respeto de los
principios constitucionales. El presidente Sáenz Pena aceptó mi consejo, y mi
amigo personal y adversario político, el doctor Del Valle, fue llamado al
ministerio de la Guerra.
Tuvimos una larga discusión en que, desgraciadamente,
resaltó la completa divergencia de nuestras ideas. Yo era partidario, como lo
he sido siempre, de la evolución pacifica, que requiere como primera condición
la paz; él no lo creía: era un radical revolucionario. Creía que debíamos
terminar la tarea de la organización nacional por los mismos medios que
habíamos empleado al comenzarla. Me alejé de esta capital a las provincias del
norte, y le dejé en la tarea. Desgraciadamente, se produjo lo que había
previsto. La dificultad que tiene la teoría revolucionaria es que es muy fácil
iniciarla y muy difícil fijarle un límite. Recordé, entonces, como ejemplo,
que, queriendo el emperador Nerón sanear uno de los barrios antihigiénicos de
Roma, resolvió quemarlo, y dió fuego a la ciudad; pero, como no estaba en su
mano detener las llamas, ellas avanzaron, y no sólo quemaron los tugurios, sino
que llegaron también a los palacios y a los templos. Efectivamente, señor
Presidente; a pesar de todo el sincero patriotismo, de toda la inteligencia del
primer ministro en aquella época, llegó un momento en que la anarquía amenazaba
conflagrar a toda la república. No necesito continuar: vinieron los cambios y
los sucesos que todos conocemos.
miércoles, 28 de enero de 2015
Trocha Angosta (documental)
Documental realizado en 1994/1995, que reseña la importancia histórica y estratégica del Ferrocarril General Belgrano y las consecuencias nefastas que ocasionó el menemismo al clausurar la operación estatal de éste y los demás ferrocarriles en la Argentina. El relato se focaliza en las poblaciones de Laguna Paiva y San Cristóbal, en la provincia de Santa Fe. Es un trabajo de tesis de Mariano César Antenore para la Escuela Provincial de Cine y Televisión de Rosario. Color, 24 minutos.
martes, 27 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 11
Era un
pensamiento muy común en Roca creer que siempre Pellegrini se fastidiaba y al
poco tiempo olvidaba. Pero en cuestiones trascendentales como ésta no perdonó y
hasta calificó de cobarde al presidente. Su amistad con Roca había terminado,
así como terminó con la de Alem. Roca perdía a un gran aliado, con gran
capacidad ejecutiva, hombre de gobierno y fundamentalmente de una lealtad
incorruptible.
Después del discurso en el Senado en que Pellegrini le reclamara al presidente
la actitud tan inconsecuente que había tenido, Roca les dijo a los amigos
comunes: “No se preocupen: el “Gringo” volverá...”.
Pero el “Gringo” no volvió, ni olvidaba una afrenta con facilidad; como no
olvidó cuando se lo responsabilizó de la designación de Aristóbulo Del Valle en
los sucesos del 93.
Roca tomó conciencia de la resolución de Pellegrini y admitió: que “allí empezó
mi tragedia. Nadie sino Pellegrini hubiera podido reemplazarme”.
Hay una anécdota que prueba que Pellegrini tenía un gran sentido de la amistad,
pero cuando era afectada por algún dicho de algún amigo, podía callar en
homenaje a ese sentimiento, pero nunca lo olvidaría porque, justamente,
provenía de un amigo: ... Ricardo Rojas siendo muy joven, visita al Dr. Carlos
Pellegrini en su domicilio de la calle Maipú, llevándole unos escritos que
debían salir al día siguiente en “El País”. Pellegrini muy atento lo hace pasar
y luego de escribir lo que debía decirse en el diario sobre temas muy
importantes, de pronto larga la lapicera y le pregunta:
–¿Usted es el del poema?
Yo era “el del poema”, en efecto; pero no entendí la pregunta porque el poema
en cuestión era mi primer libro, recién entregado al impresor, y conocido sino
por muy pocas personas. Le averigüé de dónde sacaba tan peregrinas noticias
sobre autor tan inédito y Pellegrini me respondió:
–Lo he sabido por Joaquín González. Anoche nos han sentado juntos en el
banquete de Concha Subercasseaux y, para no hablar de política hemos hablado de
literatura. Él me ha dado noticias de su poema con mucho elogio. Tráigamelo,
porque me ha despertado curiosidad.
Lleno de turbación bien explicable, le respondí que la obra estaba en prensa;
que él no tendría tiempo de atender aquella cosa tan nimia; y que lo demás eran
bondades de González.
–Tráigamelo mañana a las diez, aunque sea en los originales o en las pruebas:
vamos a leerlo juntos.
Salí de aquella casa transfigurado; pasó la noche, llegó el siguiente día,
corrí a la imprenta, recogí el manuscrito, lo empaqueté prolijamente, y volví a
la casa de la calle Maipú, donde Pellegrini esperaba. Me instaló a su lado en
el sofá de la noche anterior; puso el paquete sobre sus rodillas y empezó a
trabajar con la cuerda del envoltorio, que se había apretado en nudo ciego. Yo,
nervioso, de impaciencia, quise tomar el paquete; él me apartó las manos:
–Tenga paciencia, joven señor poeta.
Le propuse que rompiera la cuerda.
–No, señor –me contestó–, los nudos hay que desanudarlos.
Entonces, estimulado por aquella afectuosa familiaridad, me atreví a
responderle:
–Como la gente dice que usted no sabe desatar nudos, sino cortarlos...
–Sonrióse paternalmente; aguzó las uñas, empecinóse de nuevo, separó al fin las
cuerdas, diciéndome con aire de triunfo:
–Ya podrá usted alguna vez decir que Pellegrini sabe cortar nudos; pero
también, cuando se propone, sabe desanudarlos.
Con clara alusión a los dichos de Roca referidos a él, cuando propuso a Del
Valle como ministro. Pellegrini no olvidaba.
En 1906 fue elegido diputado nacional, cuyo mandato ejercería por poco tiempo
más, le fue sumamente propicio porque, según Ernesto Palacio, mientras se
debatía la ley de amnistía, pronunció uno de sus discursos más famosos y que
significó el testamento político del tribuno. “¿Cuál es la autoridad que
podríamos invocar para dictar estas leyes del perdón? ¿Quién perdona a quién?
¿Es el victimario a la víctima o la víctima al victimario?
¿Es el que usurpa los derechos del pueblo o es el pueblo que se levanta en su
defensa? ¿Quién nos perdonará a nosotros? Mañana vendrá también aquí el señor
presidente de la República y desde esta alta tribuna proclamará a la faz del
país su programa de paz y de reacción institucional, el mismo que nosotros
defendemos. Y si alguien se levanta en ese momento y pregunta: ¿Y de qué manera
se ha de realizar ese programa?
¿Es acaso cobijando todas las oligarquías y aprobando todos los fraudes y todas
las violencias, es acaso arrebatando al pueblo sus derechos y cerrando las
puertas a toda reclamación?”
En el año de los grandes funerales, juntamente con el de
Mitre y el de Quintana también se llevó a cabo el de Carlos Pellegrini, el 17
de julio de 1906.
Del
libro “Los Vicepresidentes”
Por
Rodolfo Sala
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 10
El
12 de agosto don Luis, sorpresivamente, reasumió el poder con energía,
designando los interventores y aceptando la renuncia de Del Valle y de su equipo.
Pero si bien es cierto que la provincia de Buenos Aires estaba controlada, en
el resto del país había focos revolucionarios, algunos importantes como los de
Rosario. Al día siguiente asumió como ministro del Interior el doctor Manuel
Quintana y luego de estallar movimientos en distintas provincias, Julio Roca
fue designado general en jefe de las fuerzas en campaña.
Con la detención de Leandro Alem en Rosario, y la acción de Bosch acompañado
por Pellegrini que se dirigieron a Tucumán y avanzaron sobre Rosario junto con
las fuerzas comandadas por Vintter, Arredondo y Bernal, el movimiento
revolucionario terminó.
Pellegrini y Alem habían hecho la Carrera de Derecho juntos y los unía una
cierta amistad que se enfrió luego de los movimientos cívico-militar de los
radicales. En setiembre de 1894 Alem publicó una declaración que le llegaba muy
de cerca a Carlos Pellegrini. Este decidió contestarle ácidamente y Alem quedó
sin respuesta. A partir de ese momento, la amistad se terminó definitivamente.
En 1895, luego de la renuncia de Sáenz Peña, y de la asunción de José Evaristo
Uriburu, se restableció el predominio de Roca y Pellegrini en el PAN. Cuando
Pellegrini dejó de ser presidente de la Nación, dando un ejemplo de su temple
empresario y que acredita su austeridad republicana, se asoció a la casa de
remate de los señores Funes y Lagos, al mismo tiempo que asumía como presidente
del Banco Hipotecario Nacional. En ese mismo año es elegido nuevamente senador
nacional por la provincia de Buenos Aires.
Cuando comenzó a barajarse los nombres que sucederían a José Evaristo Uriburu
una convención eligió casi por unanimidad a Roca, acompañado por Norberto
Quirno Costa. Pellegrini que había presidido la convención pretendió que fuera
Vicente Casares el segundo término, quien había sido el primer presidente del
Banco Nación, pero Roca se había inclinado por Quirno Costa, siguiendo la misma
especulación que cuando eligió a Madero. Pellegrini se sintió disgustado, pero
fue un enojo pasajero, y accedió a pronunciar una conferencia en el teatro
Odeón promoviendo la candidatura del general Roca. Félix Luna dice que
Pellegrini, en su alocución, hizo la historia del Partido Nacional, como un
instrumento de unidad de la Nación al haberse formado con el autonomismo
porteño de Alsina y las fuerzas vigentes del interior; además dijo que Roca fue
quien conquistó el desierto.
La multifacética personalidad de Carlos Pellegrini lo llevaría a fundar en 1899
el diario “El País”, inclinación que ya se había hecho presente siendo joven
como redactor de “La Prensa” y fundar en 1884 el diario “Sud América”, como ya
hemos visto.
Roca había insistido antes en que la deuda pública debía ser unificada ya que
había más de treinta empréstitos con tasas de intereses diferentes. En el nuevo
proyecto trabajaron Berduc, ex ministro, y el banquero Tornquist –según dice
Félix Luna–, pidiéndole a Pellegrini que conversara con la banca londinense
respecto a la factibilidad del proyecto. El plan consistía en unificar toda la
deuda en un solo bono con una tasa del 4% de interés más 0.50 % de
amortización, lo cual implicaba un gran ahorro teniendo en cuenta que había
bonos que pagaban hasta un 7 %. Pero lo que más afectaba al decoro nacional era
una cláusula por la cual el Estado argentino se comprometía a depositar en el
Banco de la Nación el 8 % de las entradas de la aduana a la orden de los
acreedores. Esto se interpretaba, con razón, dar participación a la banca
extranjera a que interviniera en los asuntos internos de las cuentas públicas.
Pellegrini se había jugado por el proyecto en su gestión personal ante la banca
extranjera, desde el diario “El País” y desde su puesto de senador.
La efervescencia popular iba in crescendo en repudio a la consolidación y los
actos insurreccionales se multiplicaban atacando los talleres del diario “El
País”, también fueron contra la casa de Pellegrini. La represión no se hizo
esperar por parte del presidente, y acertado o equivocado en el proyecto, el
gobierno debía mantener el orden.
Mitre había dicho: “Cuando todo el mundo se equivoca, todo el mundo tiene
razón”. El presidente Roca se vio muy influenciado por esta posición de don
Bartolo, pero lo que no consideró, que la decisión que tomaría debería haberla
consensuado con Pellegrini, sobre todo teniendo en cuenta la consecuencia que
había demostrado éste en defensa de la consolidación, e hizo saber al Senado,
el 8 de julio, que el Poder Ejecutivo desistía del proyecto de consolidación de
la deuda.
lunes, 26 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 9
Ahora
Pellegrini y Roca se enfrentaban ante el problema que significaba la posible
inoperancia del presidente Luis Sáenz Peña, que siendo magistrado de la Corte
Suprema de Justicia, hombre recto y de claros conceptos de la justicia, no
tenía ninguna experiencia en el ejercicio de gobierno alguno, y menos asumir
los problemas políticos que se avecindarían, pero los dos eran conscientes que
tendrían que ayudar al presidente electo si las circunstancias se presentaran.
El 12 de octubre de 1892, al entregar el mando presidencial, Pellegrini se fue
caminando sin escolta y con toda dignidad desde la Casa Rosada hasta su
domicilio en Florida y Viamonte, entre los vivas a Alem, pero con gran valentía,
actitud que valoraron sus opositores. Paul Groussac, que también acompañó al
presidente dijo: “Sólo sentimos ladridos de la jauría en algún punto de este
mismo trayecto que dos años antes, cuando no había hecho nada aún, el jefe de
estado recorría como triunfador”.
Una vez más se presentaba el hecho que en lo económico la situación iba
mejorando notablemente, pero en lo político el gobierno de don Luis no daba pie
con bola.
Efectivamente la gestión del ministro de Hacienda, Juan José Romero y el
ministro argentino en Londres, Luis Domínguez, consiguieron mejorar
sustancialmente el acuerdo suscripto por Victorino de la Plaza, rebajando
considerablemente el pago anual a los acreedores de la Nación, y las deudas de
las provincias eran absorbidas por el Estado Nacional, las cuales no se
amortizarían hasta 1901 y no se pagarían comisiones.
Además, las crecientes exportaciones de cueros lanas y oleaginosas introdujo en
el mercado grandes cantidades de oro que los productores y comerciantes
gastaban en el mercado local, lo cual trajo como consecuencia el auge de la
economía y el crédito volvía lentamente a recuperarse. Pero, como decíamos, la
política era una bolsa de gatos.
Luego de varios cambios de ministros, Miguel Cané, a quien le habían
encomendado rehacer el gabinete no lograba conseguirlo proponiéndole al doctor
Luis Sáenz Peña que reuniera a Pellegrini, a Mitre y a Roca. La reunión se hizo
y el presidente no estaba acostumbrado a semejante ajetreo y, deprimido y
cansado, propuso renunciar. La reunión no se lograba encarrilar con algún plan
viable. Todos ponían reparos a las propuestas de otros, hasta que al final
Pellegrini, molesto dijo: “Si ustedes no pueden gobernar al menos dejen
gobernar al Dr. Sáenz Peña”. Y luego de un largo silencio propuso que se
llamara al doctor Aristóbulo Del Valle para que lograra la colaboración de
Alem.
El 4 de julio de 1893 Del Valle se hizo cargo del Ministerio del Interior y
consiguió la colaboración de algunos amigos para integrar el gabinete. Alem le
negó toda colaboración al gobierno y el 30 de julio se produjo un levantamiento
cívico en San Luis, Santa Fe y Buenos Aires. Yrigoyen partió para la ciudad de
Las Flores en donde sublevó a toda la zona central de la provincia, a partir de
la toma de las comisarías, para llegar el 4 de agosto a La Plata. Aquí se
instaló un gobierno revolucionario al que asumió el doctor Juan Carlos
Belgrano. Del Valle reconoció a Belgrano y a Candioti, como gobernadores
provisorios de Buenos Aires y Santa Fe, respectivamente. Peor solución para el
gobierno nacional no podría haberse logrado. Era el reconocimiento de la
violencia y del triunfo radical.
Pellegrini, ausente por una dolencia física, llegó desde Rosario y fue detenido
por los revolucionarios, pero es liberado inmediatamente por orden del jefe
revolucionario y se dispuso a desatar el nudo, que Roca le achacaba con la
designación de Del Valle.
Inmediatamente se movilizó, habló con los legisladores para lograr la
intervención de las provincias sediciosas, previo convencimiento del presidente
y de los mitristas para que se deshicieran de Del Valle, quien no había podido
convencer a Yrigoyen de llegar a un diálogo, y por otra parte, había colaborado
con los revolucionarios reconociéndolos gobernadores provisorios. Pellegrini
había actuado con acierto y con sorpresa, demostrando que en todos los ámbitos
en que se ocupara es prenda de éxito.
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 8
El 18 de
octubre de 1891 se llevó a cabo la reunión en la casa de Pellegrini, con la
asistencia de Hipólito Yrigoyen y Oscar Liliedal, éste en representación de
Bernardo de Irigoyen. Hipólito Yrigoyen manifestó que el radicalismo no
secundaría al presidente, si éste no se ponía en su puesto. A lo que Pellegrini
respondió airadamente: Cómo quiere el doctor Yrigoyen que me coloque en mi
puesto si siento que una revolución me está quemando la cara. Yrigoyen replicó:
Cumpla el presidente con su obligación, garantice el comicio y verá como ninguna
revolución le quema la cara.
El acuerdo estaba roto por la intransigencia radical, sin siquiera escuchar la
propuesta que la junta haría. Aristóbulo Del Valle intentó delegar en el
presidente para que reuniera hombres eminentes para lograr una solución
nacional. Yrigoyen se mantuvo intransigente. Era su estilo y lo sostuvo a lo
largo de su extensa vida política transmitiéndolo como parte de una ideología
de partido. Ya veremos en el estudio de otros vicepresidentes, como no todo el
partido lo siguió, produciéndose rompimientos partidarios importantes. Los
grises no contaban para Yrigoyen.
A todo esto el gobernador de Buenos Aires, Julio Costa, lanza la candidatura de
Roque Sáenz Peña, quien se llevaba bien con Pellegrini pero no con Roca. Pero
como el dúo Pellegrini Roca se había solidificado de tal modo, desde los
tiempos en que el tucumano era presidente, que los candidatos que ambos
promovieran debían de ser del agrado de los dos. Por otra parte Pellegrini era
más amplio y generoso de criterio.
Cuenta Roca (Félix Luna: “Soy Roca”) que estando en Mar del Plata, en una
casilla de madera al borde de la playa, cambiaban ideas de cómo eliminar a
Roque Sáenz Peña sin enfrentarlo, hasta que Roca le dice a Pellegrini:
“–Ya lo tengo, mi doctor...
”–¿Quién?
”–Su señor padre, el doctor Luis Sáenz Peña
”–¡Superior! Don Luis es un pan de Dios y no arrastra a nadie, pero para su
hijo...
”–Claro, es un buen hijo. Y ¿quién convencerá a don Luis que acepte la
candidatura? Yo no debo hacerlo: desconfiaría. Usted, tampoco: es el
presidente. Pero usted podría pedirle a Mitre que hable con don Luis y lo
persuada de que la Nación está ansiosa de tenerlo como presidente”.
Así fue que Mitre convenció a don Luis, y Roque, su hijo, en una carta muy
respetuosa, declinaba su candidatura cumpliéndose así la maniobra política
urdida por Roca y Pellegrini.
La situación política seguía complicada en el interior, y en la capital se
sospechaba de una nueva conspiración de la oposición. Precisamente en Mendoza,
José Néstor Lencinas, había iniciado un movimiento de copamiento electoralista
que hizo que Pellegrini enviara tropas a ocupar la provincia y decretar el
estado de sitio que luego se trasladó a otras provincias. En la capital, el 2
de abril la policía detiene a casi todo el elenco radical so pretexto de una
conspiración. Se mostraron bombas que estarían en poder de los revolucionarios
y un plan para asesinar a Mitre, Pellegrini y Roca. Según dicen, pocos creían
en la veracidad de estos hechos. El estilo electoral del elenco gobernante,
lamentablemente, se mantenía. Y lo que es lamentable también, la intransigencia
de los radicales en no contribuir a la pacificación del país y al compromiso de
respeto a la Constitución, lo que no resultaba justificable el accionar del
oficialismo. Porque si unos no la respetaban al no dar comicios libres, los
otros se pasaban conspirando para romper el orden constitucional sin entrar en
negociaciones que permitiera una salida electoral sin vicios, sobre todo
tomando en cuenta que el gobierno de Carlos Pellegrini había sacado del caos
económico a la Nación y que el unicato de Juárez Celman había sido desarmado.
En los comicios del 10 de abril de 1892 triunfó la fórmula acuerdista de Luis
Sáenz Peña-José Evaristo Uriburu sobre Bernardo de Irigoyen-Luis Garro, quienes
obtuvieron solamente cinco votos en el colegio electoral.
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 7
También durante su gobierno se crearon la Escuela Superior de Comercio y el
Museo Histórico Nacional y se iniciaron las obras de los jardines zoológico y
botánico de Buenos Aires. Se rescataron grandes extensiones de tierra en poder
de empresas ferroviarias que los concesionarios no habían efectuado los pagos
pactados, marcando la presencia del Estado en defensa de derechos incumplidos.
Tal vez por medidas como éstas a Pellegrini se lo calificó como proteccionista,
pero lo cierto es que fue, al igual que Roca, un pragmático. El ex presidente
decía: “cuando hace falta, el Estado debe meterse en la vida económica, y si no
es indispensable no debe hacerlo. Así de sencillo”. Y así lo hacía Pellegrini.
Las medidas financieras que se habían implementado dieron, como consecuencia,
superávit entre exportaciones e importaciones, pero la situación política no
acababa de acomodarse.
Roca y Pellegrini habían tomado la conducción del PAN, eligiéndose al primero
como presidente, éstos creían que Alem había perdido fuerza, pero no fue así y
el tribuno se levantó con más ímpetu encendiendo a las multitudes con su
oratoria florida pero muchas veces vacía de contenido.
Alem era un político sincero, honesto y capaz de llevar tras de sí legiones de
adherentes deseosos de ver una Argentina que, en lo político, derrochara pureza
democrática. Pero la realidad del país era otra: casi la mitad de la población
era extranjera y gran parte de la que no lo era carecía de instrucción pública.
Por eso Alem equivocó el camino al no aceptar la convocatoria del gobierno y no
llegar a un acuerdo y haber aprovechado la circunstancia de que ya no estaba en
el gobierno Juárez Celman y, en cambio, estaba Pellegrini con su gran capacidad
para resolver el desbarajuste que había dejado el ex presidente cordobés. “En
esto no transo, en esto soy radical”, habría dicho el caudillo cívico.
En enero de 1891 se realizó en Rosario una convención de la Unión Cívica, al
estilo norteamericano, en donde se reunieron gran cantidad de dirigentes de
todo el país. Se sancionó la Carta Orgánica del partido y se proclamó la
fórmula Bartolomé Mitre-Bernardo de Irigoyen para el próximo período
presidencial. Mitre se encontraba fuera del país y regresó en marzo de 1892,
siendo recibido por una apoteótica multitud.
Roca sabía que Mitre era hombre de acuerdos, y aprovechando este perfil
personal, le ofreció ser candidato del Partido Autonomista Nacional, sin
necesidad de declinar su candidatura por la Unión Cívica, con el fin de evitar
un enfrentamiento electoral que, al decir de Roca, si se produjera contribuiría
a dividir aún más a los argentinos. Mitre aceptó inmediatamente y Roca,
aprovechando la complacencia de don Bartolo, se animó a decirle que sería
conveniente reemplazar a don Bernardo, teniendo en cuenta que éste era porteño
y que la fórmula, para que fuera prenda de unión nacional, debería estar
integrada por un provinciano: José Evaristo Uriburu, por ejemplo, que era
salteño, un gran diplomático y muy apreciado en el interior.
Los Cívicos, en particular Alem, que era un candoroso político, recibió la
noticia con una gran desazón y acusó a Mitre de acuerdista tan luego con Roca
que era un ejemplo indeseable del régimen.
Pero Leandro Alem no cejaba en su intento de forjar una nueva política que
fuera limpia, exenta de acuerdos y que el ejercicio del voto libre se
constituyera en una realidad y el estandarte de la pureza cívica. Pellegrini,
pese a los inconvenientes que le causaba una oposición tan férrea, apreciaba a
Leandro. Alem se lanzó por el interior con una campaña promoviendo la nueva
Unión Cívica Radical y al binomio Bernardo de Irigoyen-Juan M. Garro para la
próxima campaña presidencial.
La intensa campaña desarrollada por el radicalismo obligó a la renuncia del
presidente del PAN, Julio A. Roca, y a la declinación de la candidatura de
Mitre. Ante el desconcierto que generaba la campaña radical, el presidente
Pellegrini reunió en su casa a lo más granado del acuerdismo, representantes de
partidos políticos: concurrieron Manuel Quintana, Bonifacio Lastra, Bartolomé
Mitre, Julio Roca, José María Gutiérrez y, exentos de representación, el dueño
de casa y Aristóbulo Del Valle. Mitre propuso la formación de una junta para
lograr un nuevo acuerdo. Luego de pasado unos días Pellegrini propuso a la
junta que se invitara a Bernardo de Irigoyen y a Hipólito Yrigoyen en forma
personal. Pellegrini quería integrar al radicalismo al acuerdo.
domingo, 25 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 6
No
obstante la dilación de los hechos que demoraban la salida de los
revolucionarios, hubo enfrentamientos sangrientos en los que se contaban más de
mil bajas entre los caídos de ambos lados. Alem presionó para que se avanzara
sobre los lugares estratégicos de la ciudad y Campos se vio en figurillas para
argumentar la inacción, hasta que al final le dice a la junta revolucionaria
que no hay suficientes municiones. Esto fue un golpe mortal para la revolución.
A todo esto, Pellegrini que había sido designado jefe de la represión trató con
evasivas detener la respuesta bélica con el fin de ahorrar vidas humanas. El
jefe de policía, coronel Capdevila, leal al gobierno, decidió irse a su casa a
ponerse el uniforme de gala.
Dice Félix Luna que Roca, también, trataba de frenar a Levalle y a Capdevila,
su intención de atacar el cuartel central de los sediciosos. Mandó efectuar un
cerco en la plaza Lavalle a lo largo de la quinta de los Miró Dorrego y la
plaza Libertad. En realidad, lo que Roca quería era regular las acciones para
que los revolucionarios se desmoronaran anímicamente. El día fue pasando entre
escaramuzas hasta que llegó la noche del 26 al 27 con una gran confusión entre
los revolucionarios, cuya consecuencia fue que el lunes 28 éstos solicitaron un
armisticio encargando de tal gestión al doctor Aristóbulo Del Valle.
En el acuerdo se estableció que no habría juicios para los sediciosos, los
militares volverían a sus cuarteles y los civiles a sus casas. Las armas
quedarían en el Parque.
Queda grabado como fiel reflejo de la ausencia de los principios sustentados en
la Constitución, el discurso del senador cordobés Manuel Pizarro cuando dice:
“... La revolución, señor presidente, está vencida, pero el gobierno está
muerto...”, y a continuación pide la renuncia en masa del presidente,
vicepresidente, de los ministros y del presidente del Senado. Algunos autores
califican de una valiente alocución. Nosotros, por el contrario, creemos que no
fue un discurso republicano. O sea que la pretensión del senador era decretar
la caducidad del gobierno constitucional sin tomar en cuenta el ejercicio de
las instancias constitucionales para resolver la crisis.
Felizmente Juárez Celman se encuentra vencido por la política del vacío de su
propio partido, y el 6 de agosto de 1890 firmó la renuncia y, al día siguiente,
el vicepresidente, Carlos Enrique José Pellegrini asume la presidencia de la
Nación, o sea que el campanillero del Senado era ya presidente que luego se lo
denominaría piloto de tormentas.
Pellegrini
se había preparado para ser presidente de la República, pero nunca pensó que
las circunstancias en que le tocaría en suerte actuar sería un período plagado
de complicaciones económicas y políticas. Para colmo, el tan proclamado
patriotismo de la oposición, salvo contadas excepciones, como la de Aristóbulo
Del Valle, como se verá, no se haría presente a la convocatoria del nuevo
presidente, y más aún, trató de complicarle la gestión.
Los principales actos de gobierno del nuevo presidente fueron: levantar la
censura que pesaba sobre la prensa, aceptó la dimisión de los principales
funcionarios de la administración y levantó el estado de sitio. Formó su
gabinete con Julio A. Roca como Ministro del Interior, Eduardo Costa como
Ministro de Relaciones Exteriores y Vicente Fidel López en Hacienda; José María
Gutiérrez en Justicia, Culto e Instrucción Pública y con el general Nicolás
Levalle en el Ministerio de Guerra y Marina.
La situación económica era preocupante con la continua suba del oro, los bancos
habían paralizado sus operaciones, produciéndose una recesión galopante que
ponía a las entidades financieras en recesión de pagos al borde del colapso.
Se lanzó un empréstito nacional que fue suscrito por la banca bonaerense y por
los hombres de comercio. López envió a las cámaras varias leyes impositivas con
el propósito de mejorar la recaudación fiscal y Victorino de la Plaza, fue
convocado para negociar la deuda.
Estas tres medidas económicas fueron acogidas con resultados positivos: el
empréstito se colocó bien, las leyes impositivas se aprobaron y Victorino de la
Plaza, después de soportar la negativa de la banca londinense, que incluso se
decía que presionaba sobre el Foreing Office para cobrar compulsivamente la
deuda y que los diplomáticos ingleses vetaron inmediatamente, logró que la
banca Rothschild aceptara una moratoria antes que el cese del pago por parte
del gobierno argentino. Y una cuarta medida completó el plan de emergencia para
sobrellevar la crisis. Pellegrini sacó el proyecto que presentara con
Aristóbulo Del Valle en 1881, cuando era senador nacional por la provincia de
Buenos Aires, de creación del Banco de la República.
sábado, 24 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 5
Era
tal la soberbia que hacía gala el gobierno nacional que le imposibilitaba
apreciar el descontento popular, y no percibir la revolución cívico-militar que
se estaba pergeñando.
Los opositores que estaban tramando la revolución, necesitaban de dos o tres
actos cívicos para que palparan el sentimiento popular de oposición al gobierno
nacional, para largarse a la patriada.
El 24 de julio de 1889 un grupo de jóvenes que se querían diferenciar de la
juventud incondicional del presidente, formaron un club político en cuya acta
constitutiva y declaración de principios establecían: “cooperar al
restablecimiento de las prácticas constitucionales en el país y combatir el
orden de cosas existentes”. Entre los presentes se encontraban: Luis María
Drago, Enrique Rodríguez Larreta (h), Marcelo T. De Alvear, Angel Gallardo,
Augusto Marcó del Pont, Octavio Pico, Luis Mitre y Rómulo Naón.
El unicato respondía con un banquete de incondicionales para adherir al
presidente, y el 1º de setiembre de 1889, el primer gran toque de atención para
el gobierno; se instalaba una oposición orgánica con el gran acto del jardín
Florida, ubicado en Florida entre Córdoba y Paraguay, en el que se constituye
la Unión Cívica de la Juventud y del que participaron Leandro Alem, Luis Sáenz
Peña, Aristóbulo Del Valle, Pedro Goyena y Lucio Vicente López.
El 2 de febrero de 1890 se realizaron comicios de renovación parlamentaria al
que no concurrieron mayor cantidad de votantes, y la prueba elocuente fue que
estuvieron los atrios vacíos. Las renuncias ministeriales se sucedían y el
gobierno tambaleaba sin rumbo. Parecía que los ministros no querían quedar
pegados a tan ineficiente gobierno.
Y al fin llegó el gran acto realizado en el frontón Buenos Aires al que
concurrieron más de diez mil personas, en cuyo transcurso se darían las
autoridades de la Unión Cívica; hablaron Bartolomé Mitre, Francisco
Barroetaveña, Leandro Alem, Aristóbulo Del Valle, José Manuel Estrada, Lucio V.
López, Rufino Varela y Pedro Goyena. Se designó presidente al doctor Leandro N.
Alem quien se manifestó pronunciando “unas pocas palabras”. Alem comienza su
discurso diciendo: “Se me ha nombrado presidente de la Unión Cívica y podéis
estar seguros que no he de omitir fatigas, ni esfuerzos, ni sacrificios ni
responsabilidades de ningún género para responder a la patriótica misión que se
me ha confiado”.
La conspiración civil comandada por Leandro Alem estaba en marcha y el cuartel
de operaciones era el estudio de los doctores Del Valle y Demaría. Los civiles
que intervinieron en el movimiento junto a éstos, entre otros, eran Hipólito
Yrigoyen, Juan José Romero, Lucio V. López y Miguel Goyena, y los militares
necesariamente complotados para tener posibilidades ciertas de éxito: el
general Manuel J. Campos, el coronel Julio Figueroa, el general Viejobueno, los
coroneles Julio Figueroa y Martín Yrigoyen, hermano de Hipólito, y el
comandante Joaquín Montaña. Hugo Ezequiel Lezama, en su libro “Balcarce 50”
narra: “Cuando el comité revolucionario decide elegir presidente de la
República del nuevo gobierno que surgirá con la revolución, todos votan por
Leandro Alem, menos Campos y Figueroa, que lo hacen por Mitre”. Sin embargo
Caldas Villar dice que Aristóbulo Del Valle elige a Vicente Fidel López,
a lo que se opone Alem. Finalmente se resolvió que el presidente sería Leandro
Alem y vicepresidente Mariano Demaría.
El 17 de julio se realiza una reunión en casa del capitán Sumbland a la cual
asisten todos los jefes civiles y militares complotados, pero al día siguiente
es detenido el general Campos acusado de sedición y, entonces, al quedarse sin
el jefe militar cunde la desesperación en los civiles y obliga a demorar el
estallido.
Se atribuye a Roca y Pellegrini un plan conducente a permitir que el movimiento
estallara, pero debilitarlo de tal manera que socavara el poder de Juárez
Celman y que la solución se diera con la asunción del vicepresidente al cargo
de titular del Poder Ejecutivo. Para esas gestiones Roca se pintaba solo y puso
en marcha una “zorrería” para que Alem no se encumbrara, y sí se mantuviera el
modelo instalado en el 80, en la persona del vicepresidente Pellegrini.
Narra Félix Luna, en “Soy Roca”, el cometido que el ex presidente se había
propuesto. El coronel Toscano, quien había sido compañero de armas de Roca, era
el jefe del regimiento en donde estaba preso el general Campos. Roca le expuso
al coronel sobre la situación institucional que se plantearía si la revolución
triunfara, con un grupo tan heterogéneo en el poder. Además, le pidió
autorización al jefe del regimiento para entrevistar al general sedicioso, a lo
que Toscano no se opuso. Roca logró convencer a Campos de mantener el orden
institucional con una salida de la crisis, con Mitre como prenda de unión
nacional, pero como la revolución no se podía parar, por el nivel que habían
tomado los acontecimientos, le instruyó sobre el plan que había preparado y que
consistía en que Toscano le permitiría que el regimiento fuera tomado y él –el
general Campos–, asumiría la conducción militar de la revolución. Así fue que
llegado el sábado 26 de julio varios regimientos habían salido de sus cuarteles
para levantarse en armas contra el gobierno constituido. Campos marchó al
Parque que había sido tomado y demoró por todos los medios el ataque final.
Esperó que de los distintos cantones fueran llegando y hace ejecutar por la
banda que lo acompañaba el Himno Nacional.
viernes, 23 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 4
Así
Carlos Pellegrini subía un peldaño más en su carrera política y no merecía
llegar como representante del nuevo régimen político impuesto por el fraude.
Roca se había equivocado de medio a medio con la candidatura de Miguel Juárez
Celman; por de pronto a él se lo había hecho a un lado y todos los aliados del
presidente trataban de evitarlo.
Las situaciones provinciales, en el período de Roca, se habían manejado con
astucia y con prudencia tratando de evitar situaciones conflictivas. En cambio
su sucesor, se encargó de crear un conflicto en Tucumán –provincia que había
votado en contra de Juárez Celman–, que terminó con el derrocamiento del
gobernador Posse. Luego siguió con Córdoba en contra del gobernador Ambrosio
Olmos, a quien le armó un juicio político en complicidad con la legislatura
afín al presidente y a su hermano Marcos, al que quería instalar en la
gobernación consiguiéndolo posteriormente. Tiburcio Benegas era gobernador de
Mendoza, también amigo de Roca, en donde ocurrió un hecho en el que tuvo
participación Pellegrini. Rufino Ortega, un incondicional de Juárez Celman, le
armó una revolución al gobernador obligándolo a renunciar. Como Pellegrini
estaba a cargo del Poder Ejecutivo por ausencia del presidente de vacaciones,
enfrentó firmemente a algunos ministros nacionales y envió un comisionado con
la orden de reponer al gobernador Benegas. Al poco tiempo, el gobernador
repuesto tuvo que renunciar por las presiones que tuvo de la legislatura, que
estaba dominada por el revolucionario Ortega.
Félix Luna en “Soy Roca” dice: “El sistema de Juárez Celman era un Unicato que
enrarecía la atmósfera civil y hacía retroceder veinte años nuestras costumbres
políticas. Y a medida que aumentaban las transgresiones, aparecía la verdadera
naturaleza del marido de Elisa Funes (hermana de la esposa de Roca): soberbio,
implacable con los que no le servían incondicionalmente, sordo a las
sugestiones que no fueran las que quería escuchar, encerrado en un grupo de
íntimos, no todos desestimables pero todos comprometidos en una actitud de
repugnante adulación”. Esta descripción de la personalidad de Juárez Celman era
el fiel espejo de lo que fue su gobierno. A todos engañó la buena gestión que
había realizado en la provincia de Córdoba.
Al propio concuñado, general Roca, lo había dejado mal parado al jugarse por el
actual presidente. El ex presidente no tardó en darse cuenta que Juárez Celman
no era el personaje que conocía. Pellegrini que veía impávido, desde el Senado,
como se sucedían los acontecimientos, entre errores en el plano económico y
como consecuencia en el político, o a la inversa, presentía que los personajes muy
comprometidos con la oposición tramarían alguna acción para la toma del poder y
permanecía con la menor exposición pública posible. Juárez Celman creía que con
la máquina montada por Roca en su gobierno, él sería el beneficiario de todos
los actos positivos de una concepción de gobierno basada en el modernismo y en
la terminación de proyectos que estaban en carpeta, que tuvieron una ejecución
meteórica como la inmigración, la capitalización de Buenos Aires, la promoción
educativa, ferrocarriles, la ocupación territorial y fijación de fronteras y el
consecuente aumento de la producción agrícola con la llegada de capitales de
inversión de riesgo, tal como lo había pronosticado Carlos Pellegrini, entre
otros, después de su viaje a Europa.
Pero el adelanto que se había producido requería la continuidad con políticas
de estado coherentes con el modelo iniciado en 1880. Sin embargo, el
despilfarro de los dineros públicos y el afán de lujo que impuso al gobierno
Juárez Celman, que se trasladó también a las provincias estaban cambiando la
economía. En 1887 Pellegrini le escribía a Roca donde le decía: “Un economista
extranjero acostumbrado a estudiar aquellas plazas donde las oscilaciones son
pequeñas y sujetas a cuatro reglas fijas, traído aquí se le quemarían los
libros y nos declararía locos o tontos”.
Nuevamente en 1889 Pellegrini viajó a Europa para buscar apoyo financiero en
Londres y París para hacer frente al caos económico que se avecindaba. A fines
de ese mismo año retorna a Buenos Aires sin obtener resultados positivos en
general. De todos modos, dice la Fundación Pellegrini5: “Entre otros hizo
amistad con Edmond Rothschild y con el presidente Carnot. La Reina Regente de
España le hizo Caballero de la Gran Cruz de la Real Orden de Isabel la Católica
y el gobierno de Francia le hizo Oficial de la Legión de Honor”. Pero cuando
las condecoraciones abundan, el interés financiero por el país escasea, sobre
todo por el seguimiento que en Europa se hacía de la economía argentina, en
quien los inversores europeos tenían la mirada fija.
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 3
En 1872
fue elegido diputado de la Legislatura de Buenos Aires y en mayo de 1873 se
incorporó a la Cámara de Diputados de la Nación. Cuando Mitre protagoniza el
levantamiento en contra de Avellaneda se opuso y defendió el gobierno nacional.
En 1878 comienza a adquirir experiencia ejecutiva al ser nombrado ministro de
Gobierno en la provincia de Buenos Aires. Previo al movimiento cívico-militar
tejedorista, al alejarse Roca de la función de ministro de Guerra, es llamado
por Avellaneda a ocupar la cartera vacante, en donde tuvo una actuación
sobresaliente convenciendo a Avellaneda a trasladar la capital para salvar al
gobierno del movimiento de Carlos Tejedor. Fue uno de los fundadores del
Partido Autonomista Nacional en 1880 y apoyó la candidatura presidencial de
Julio Argentino Roca.
En 1881 fue elegido senador nacional por la provincia de Buenos Aires y fiel a
sus preferencias financieras y económicas en el plano ejecutivo y legislativo,
presentó junto a Aristóbulo Del Valle, un proyecto de fundación del Banco de la
República Argentina, el cual tendría a su cargo la emisión de moneda y sus
billetes tendrían curso legal en todo el territorio de la República. La
iniciativa no prosperó, pero quedó en la mente de Pellegrini la concreción
futura de una entidad financiera de similares características.
En 1882 fundó el Jockey Club, siendo su primer presidente, y su multifacética
actividad lo llevó a fundar el periódico Sud América en 1884, desde cuyas
páginas siguió apoyando la gestión de Roca y promovió la candidatura de Miguel
Juárez Celman.
Luego del viaje que hiciera a Europa en representación del gobierno nacional,
que relatáramos antes para definir el perfil del personaje, el presidente Roca
le ofreció el ministerio de Guerra que había dejado vacante Benjamín Victorica,
cargo al cual accedió.
Un
año antes de la finalización del mandato de Roca, ya el ambiente electoral
estaba cambiando el ritmo de la ciudad de Buenos Aires y también en algunas de
las más grandes ciudades del interior.
Dardo Rocha, que había concluido el gobierno bonaerense, fue proclamado
candidato a presidente; también Antonio del Viso, senador nacional y ministro
de Roca; don Bernardo de Irigoyen fue postulado por el Club del Pueblo con
vistas a ocupar la primera magistratura. Todos vinculados al gobierno que
terminaba, pero Roca quería asegurarse con su cuñado, Miguel Juárez Celman, ex
gobernador de Córdoba, la continuidad de su influencia de gobierno, y se
manifestó por su candidatura. En el teatro Colón se llevó a cabo un banquete en
el que se lo proclamó. Sin embargo, Roca decía que la candidatura no había sido
obra de él, porque Juárez Celman contaba con el apoyo de la mayoría de los
gobernadores y que su nombramiento fue producto de esas adhesiones. Lo cierto
es que a medida que se acercaba la elección piloto de febrero de 1886,
comenzaron las deserciones: la de Dardo Rocha porque no lo seguía nadie y don
Bernardo porque era lo suficientemente experimentado como para no darse cuenta
que no tendría el aval de Roca. De tal modo que los partidos adversarios al
juarismo, reunidos en “Partidos Unidos”, hicieron un acto en el que Mariano
Varela leyó un discurso de Sarmiento fustigando a Roca y a Juárez Celman y
proclamando la candidatura de Manuel Ocampo.
Si bien las elecciones que se habían realizado –dice Caldas Villar–, “... no
coincidía con las condiciones imprescindibles para exteriorizar la verdad
electoral y había sido motivo de preocupación de varios hombres públicos, la
violencia y la trapizonda burda no se había utilizado como sistema para ganar
los comicios a lo largo de la breve historia política argentina vivida hasta el
año 1886”.
Las elecciones presidenciales del 11 de abril de 1886 fueron un calco de las de
febrero de ese mismo año en cuanto a violencia y fraude. Como resultado de los
comicios los colegios electorales eligieron a la fórmula Juárez
Celman-Pellegrini, como nuevos mandatarios para el período presidencial
1886-1892, sobre los candidatos de los partidos unidos, que a juzgar por el
resultado de los colegios electorales, aparecían más desunidos que antes,
puesto que se repartieron los votos de la minoría entre Manuel Ocampo,
Bartolomé Mitre y Bernardo de Irigoyen.
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 2
Carlos
Pellegrini nació en Buenos Aires el 11 de octubre de 1846, hijo de Carlos
Enrique Pellegrini, de Chambery del departamento de Saboya, en Francia, cercano
a Les Charmettes, donde residió Rousseau, y de María Bevans Bright, inglesa.
De la página de internet “Fundación Pellegrini” extraemos este perfil de su
juventud: “Como estudiante, Carlos Pellegrini solía aventajar a sus compañeros,
aún sin proponérselo. Su tía, Ana Bevans, quien fue su primera maestra, y su
padre, quien influyó decididamente en su educación, se empeñaron en enseñarle a
pensar con claridad y a expresarse con brevedad geométrica. Cuando tuvo la edad
suficiente, ingresó al Colegio Nacional de Buenos Aires. Como todos los jóvenes
de su época, sus intereses intelectuales no eran los autores románticos tan
populares en la generación anterior sino aquellos más fuertes y ejecutivos que
se ocupaban de los asuntos públicos”.
”Ya a los dieciséis años su trabajo escolar “Ruina de las Misiones sobre la
expulsión de los Jesuitas de las Misiones del Paraguay” denota su pensamiento
objetivo y realista. De entre sus compañeros de colegio, se destaca la amistad
que tuvo con Ignacio Pirovano, la que duró toda su vida”.
”Terminados sus estudios secundarios, ingresó a la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires, cuando era rector Juan María Gutiérrez. Para ser
admitido en la Facultad presentó un trabajo titulado “Disertación sobre
Instrucción Pública, principalmente con respecto a las necesidades en la
República Argentina”.
En 1865, como todos lo jóvenes estudiosos y patriotas de la época, se incorporó
como voluntario en el ejército para combatir en la guerra de la Triple Alianza,
como ayudante del capitán Enciso, ascendiendo luego con el grado de teniente.
Terminó para él la guerra al contraer una enfermedad que lo llevó nuevamente a
Buenos Aires. Retomó sus estudios universitarios que finalizarían en 1869 con
una tesis doctoral sobre “El Derecho Electoral”. En su tesis doctoral,
Pellegrini, deja sentado toda una doctrina filosófica sobre el derecho al voto
que tienen los ciudadanos; en su desarrollo decía que el voto se debía limitar
a los alfabetos, instando al Estado a introducir la instrucción primaria
obligatoria, cuya consecuencia sería el aumento del padrón electoral. No
coincide con el filósofo inglés, Stuar Mill que defendía el sufragio censitario
(para ejercer su capacidad electoral se obligaba a pagar los réditos de un
censo), porque, decía Pellegrini, eran los pobres quienes se beneficiaban con
las leyes. De acuerdo con la célebre frase de consideraciones sobre el gobierno
representativo, Mill sostenía que “La educación universal debe preceder al
sufragio universal”, lo cual estaría indicando una coincidencia de Pellegrini
con Mill. Obsérvese que se habla de derecho que el individuo tiene al voto y
nunca de obligación, como luego se establecería en la Argentina con la Ley
Sáenz Peña.
Nuestro personaje tiene un profundo sentido de la vida afectiva cuando dice:
“¡Cuán desgraciado debe ser el que nunca ha querido!”. Esto lo expresa después
de haber contraído matrimonio, el 25 de diciembre de 1871, con Carolina Lagos
García, de diecinueve años, hija de Juan Isidro Lagos y de Josefa García
Arguibel.
La preparación de Pellegrini y su personalidad participativa, interesada en los
asuntos públicos, indicaba que el único cauce de su vida sería la política y es
así que adhirió al alsinismo, es decir al Partido Autonomista.
jueves, 22 de enero de 2015
CARLOS ENRIQUE JOSÉ PELLEGRINI – Parte 1
La
liberalidad del pensamiento político, que así debe ser, porque así son nuestras
tradiciones y así lo establece nuestra Carta Magna; en lo económico el
equilibrio de las variables que tiendan a incrementar la producción, sin entrar
en el proteccionismo a ultranza, pero tampoco en el liberalismo ortodoxo, es la
práctica aconsejada a países con un exiguo grado de desarrollo. Creemos que
Carlos Pellegrini era un pragmático, poniendo énfasis en el industrialismo
utilizando en la práctica esa política de flotamiento de las variables.
La
formación industrialista era natural de su familia, ya que su padre era
ingeniero y había venido al país en 1828 a realizar diversas obras públicas,
que el retraso de las mismas lo obligó a ejercer de pintor y retratista para
solventar a su familia. La ausencia de industrias lo dejó sin alternativas para
su profesión.
En 1883 viajó a Estados Unidos a estudiar los procesos de industrialización,
visitar fábricas, usinas, laboratorios y talleres. Carlos Pellegrini quiso
tomar una visión personal de la forma en que los Estados Unidos de América
había entrado en la industrialización, sabiendo que también la producción
agropecuaria era una de las fuentes de ingresos importantes. Así como
Sarmiento, viajó al país del norte a estudiar la educación de ese país, él
también quería incrementar el trabajo industrial en provecho del pueblo.
Asimismo, visitó Canadá con el mismo propósito.
Roca tenía una gran cualidad natural para evaluar el conocimiento de las
personas y vio en Pellegrini un promotor de la comprensión del país en el
exterior; por eso le encargó que se trasladara a Europa, en representación del
gobierno argentino, para que inicie gestiones de crédito y demuestre a la banca
internacional el campo de inversiones que la Argentina le proponía.
Al respecto Pellegrini manifestó: “... en Londres me aguarda una batalla más
compleja y sutil. Los banqueros ingleses ignoran las enormes posibilidades de
este país. Yo les demostraré la grandeza del cuadro y a buen seguro que abrirán
la bolsa”.
La gira fue harto exitosa y prolifera en entrevistas y jornadas de trabajo,
exhibiendo informes y estadísticas del crecimiento argentino y sus
potencialidades en la cuestión de los recursos naturales y humanos. En materia
política tuvo que acrecentar el convencimiento al explicar la evolución que
habían tenido las instituciones a partir de 1853, con una Constitución vigente
y una República naciente y vigorosa. Su presencia personal, imponente y de voz
firme, daba a la acción la credibilidad que era necesaria para exponer los
temas. Londres y París fueron los teatros de operaciones de Pellegrini y su
gestión fue calurosamente aprobada por el presidente Roca.
Era evidente que Carlos Pellegrini se estaba preparando para ocupar posiciones
trascendentales en la vida institucional del país. Sus viajes al exterior y la
experiencia recogida le han otorgado un pensamiento adelantado para la época.
Antes de los viajes relatados había visitado París, Hamburgo, Viena, Londres y
Egipto en compañía de su esposa.
La modernidad de sus pensamientos y siguiendo la tradición familiar, se declara
partidario del voto femenino y de los derechos civiles de la mujer, conceptos
tan adelantados como el caso del sufragio femenino, que recién se aplicaron
sesenta años después, no como un derecho sino como una obligación; pero voto al
fin.
miércoles, 21 de enero de 2015
martes, 20 de enero de 2015
Esteban Echeverría – Parte 4
¿Y cómo resuelve Echeverría este problema? –“La política,
dice él, debe encaminar sus esfuerzos a asegurar por medio de la asociación de
cada ciudadano su libertad y su individualidad”. –“La sociedad no debe absorber
al individuo o exigirle el sacrificio absoluto de su individualidad”.
¿Es eso el comunismo que hoy aflige a la Francia y amenaza a
Europa?
El libro de Echeverría o más bien de la juventud que le
adoptó por órgano, es el punto de partida de toda propaganda sana y fecunda
para estos países. Contiene el credo político con que la juventud de Buenos
Aires se preparó a la vida pública en 1837, cuando parecía llegada la hora de
sus destinos. As cosas han vuelto al punto de arranque. Mañana cuando la
juventud se apronte de nuevo, debe acudir a esa fuente porque no hay otra. Es
el honor, es la lealtad, es la religión, es el desprendimiento aplicados a la
política. Echeverría ha sellado la pureza de su doctrina, con su muerte,
aceptada con tranquilidad y nobleza, en país extraño, en medio de la pobreza,
lejos de la tiranía, que le hubiera recibido con caricias, lejos de sus bienes
de fortuna, que no ha querido poseer bajo la tiranía.
He aquí sus máximas; Armando Carrel habría tenido envidia de
tanta virilidad y energía; -“Asociarse, mancomunar su inteligencia y sus brazos
para resistir a la opresión, es el único medio de llegar un día a constituir la
patria… Uníos y marchad… No os arredre el temor, ni os amilanen los peligros…
Del coraje es el triunfo; del patriotismo el galardón; de la prudencia el
acierto. Acordáos que la virtud es la acción, y que todo pensamiento que no se
realiza, es una quimera indigna del hombre. Estad siempre preparados porque el
tiempo de la cruzada de emancipación se acerca… Caed mil veces; pero levantaos
otras tantas. La libertad como el gigante de la fábula, recobra en cada caída
nuevo espíritu y pujanza; las tempestades la aguardan y el martirio la
diviniza”.
El Correo de Ultramar, del 15 de diciembre de 1849, ha
publicado su retrato, y uno de sus poemas titulado la Guitarra. –El espiritual Rugendas ha
ilustrado algunas escenas de la Cautiva, -poema descriptivo del desierto o
la pampa, con cuadros que se han publicado en Europa.- La última obra publicada
por él, es el Avellaneda, poema político en que canta al héroe de este
nombre, muerto gloriosamente por la libertad en la última revolución argentina.
Pero el más hermoso trabajo suyo está inédito tal vez hasta
hoy; pues aunque lo tiene el señor Frías, en París, con encargo de imprimirlo,
no tenemos noticias de que lo hay llevado a cabo.
En cartas que el ilustre muerto hoy día, nos hizo el honro
de escribir hace un año, nos habla de esos poemas en estos términos, que
creemos dignos de reproducir, pues serán el único prefacio de tales trabajos;
-“No sé si habré acertado en la pintura de Tucumán. En cuanto al carácter de
Avellaneda, me he atendido a lo ideal. No poco me ha dañado a este propósito la
circunstancia de ser hombre de nuestro tiempo. No se pueden poetizar sucesos ni
caracteres contemporáneos, porque la poesía vive de la idealización. Avellaneda
es una transformación de un tipo de hombre que figura en todos mis poemas, en
varias edades de la vida y colocado en situaciones distintas”.
“El Ángel Caído” me decía en otra carta, es un poema serio y
largo: tiene once cantos y más de once mil versos. Es continuación de la Guitarra.
El Avellaneda es una transformación del personaje principal de
aquellos poemas. El Pandemonium, que escribiré si Dios me da salud y
reposo de ánimo, será el complemento de un vasto cuadro individual y social en
el Plata”.
La muerte ha segado en su germen esas brillantes flores que
un día debían ornar las letras de la América del Sud.
El sol fulgente de mis bellos días
Se ha oscurecido en su primera aurora
Y el cáliz de oro de mi frágil vida
Se ha roto lleno.
…
Ángel de muerte de mi vida en torno
Mueve sus alas y suspira sólo
Fúnebre canto.
Como la lumbre de meteoro errante,
Como el son dulce de armoniosa lira,
Así la llama que mi vida alienta,
Veo extinguirse.
Lira enlutada melodiosa entona
Funeral canto, acompañadla gratas,
Musas divinas; mi postrer suspiro
Un himno sea.
La aurora de esperanzas políticas aparecida en el horizonte
argentino en 1838, hermoseó la tumba de Juan Cruz Varela, el barco de la guerra
de la Independencia de aquel país. Echeverría cierra hoy sus ojos cuando de
nuevo bullen las esperanzas de la libertad en el corazón de su patria. Ellos se
han ocultado cual luceros al despuntar el día de la regeneración política de
los pueblos del Plata.
lunes, 19 de enero de 2015
Esteban Echeverría – Parte 3
A este espíritu de asociación y a las ideas adoptadas como
palabras y principios de orden, ha dado Echeverría el título de dogma
socialista, en la última edición del código o digesto de principios que la
juventud argentina discutió y adoptó en 1836. Ese trabajo, de que fue redactor
Echeverría, muestra lo adelantado de la juventud de Buenos Aires, en ese
tiempo, gracias a sus esfuerzos propios, pues la revolución francesa de febrero
no ha dado a luz una sola idea liberal que no estuviese propagad en la juventud
de Buenos Aires, desde diez años atrás.
El socialismo originando por ese movimiento, ha hecho
incurrir en el error de suponer idéntico a ese loco sistema, el formulado en
Buenos Aires por el escritor americano de que nos ocupamos. Hay un abismo de
diferencia entre ambos, y sólo tienen de común el nombre, nombre que no han
inventado los socialistas o demagogos franceses, pues, la sociedad y el
socialismo tales cuales existen de largo tiempo, expresan hechos inevitables
reconocidos y sancionados universalmente como buenos. Todos los hombres de bien
han sido y son socialistas al modo que lo era Echeverría y la juventud de su
tiempo. Su sistema no es el de la exageración; jamás ambicionó mudar desde la
base la sociedad existente. Su sociedad es la misma que hoy conocemos,
despojada de los abusos y defectos que ningún hombre de bien autoriza.
Un escritor de Rosas, un extranjero mezclado en las
disensiones de Buenos Aires, por vía de especulación, ha supuesto calumniosamente
que la doctrina formulada por Echeverría, era la misma que propagaban los
perturbadores de la paz en Europa. El nombre, el título de la publicación, han
dado pretexto para esa innoble y pérfida imputación. Echeverría contestó en el
lenguaje merecido al autor del Archivo Americano.
Todo el socialismo de Echeverría se encierra en esta fórmula
que tomo de su libro excelente, calumniado por los asalariados de la tiranía;
-“Para que la avocación corresponda ampliamente a sus fines (se lee en el Dogma),
es necesario organizarla y constituirla de modo que no se choquen ni se dañen
mutuamente los intereses sociales y los intereses individuales, o combinen
entre sí estos dos elementos –el elemento social y el elemento individual, la
patria y la independencia del ciudadano. En la alianza y armonía de estos dos
principios, estriba todo el problema de la ciencia social”.
Esteban Echeverría – Parte 2
Echeverría había recibido una educación distinguida, que bien
resalta en sus obras sanas de fondos y elegantes de forma. Aunque conocido como
poeta principalmente, escribía prosa con fuerza y elegancia, y sus
conocimientos como publicista eran de una extensión considerable.
Él se educó en Francia. Favorecido de la fortuna, rodeado de
medios ventajosos de introducción en el mundo, frecuentó los salones de
Laffitte, bajo la restauración, y trató allí a los más eminentes publicistas de
esa época, como Benjamín Constant, Manuel, Destut, de Tracy, etc.
Regresó a Buenos Aires en 1830, dejando preparada la
revolución de Julio, cuando en el Plata se entronizaban los hombres retrógrados
que han gobernado hasta hoy.
Echeverría fue el portador, en esa parte de América del
excelente espíritu y de las ideas liberales desarrolladas en todo orden por la
revolución francesa de 1830. Como la de 89, cuyos resultados habían favorecido
y preparado el cambio argentino de 1810, la insurrección de Julio ejerció en
Buenos Aires un influjo que no se ha estudiado ni comprendido aún en toda su
realidad. Echeverría fue el órgano inmediato de esa irrupción de las ideas
reformadoras.
No hay hombre de aquel país, en efecto, que con apariencia
más modesta haya obrado mayores resultados. Él ha influido como los filósofos
desde el silencio de su gabinete, sin aparecer en la escena práctica. Él
adoctrinó la juventud, que más tarde impulsó a la sociedad a los hechos,
lanzándose ella la primera.
Todas las novedades inteligentes ocurridas en el Plata, y en
más de un país vecino, desde 1830, tienen por principal agente y motor a
Echeverría. Él cambió allí la poesía, que hasta entonces había marchado bajo el
yugo del sistema denominado vulgarmente “clásico”; introdujo en ese arte las
reformas que este siglo había traído en Europa. Gutiérrez, Mármol, y cuantos
jóvenes se han distinguido en el Plata como poetas, son discípulos más o menos
fieles de su escuela.
En otro orden más serio, en el camino de las ideas políticas
y filosóficas, no fue menos eficaz su influjo. Él hizo conocer en Buenos Aires,
la “Revista Enciclopédica”, publicada por Carnot y Leroux, es decir, el
espíritu social de la revolución de julio. En sus manos conocimos, primero que
en otras, los libros y las ideas liberales de Lerminier, filósofo a la moda en
Francia, en esa época, y los filósofos y publicistas doctrinarios de la
Restauración.
Él promovió la asociación de la juventud más ilustrada en
Buenos Aires; difundió en ella la nueva doctrina, la exaltó y la dispuso a la
propaganda sistemaza, que más tarde trajo o impulsó enérgicamente la agitación
política, que ha ocupado por diez años la vida de la república argentina. Es
raro el joven escritor de aquel país de los que han llamado la atención en la
última época, que no le sea deudor de sus tendencias e ideas en mucha parte, por
más que muchos de ellos lo ignoren.
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