No
obstante la dilación de los hechos que demoraban la salida de los
revolucionarios, hubo enfrentamientos sangrientos en los que se contaban más de
mil bajas entre los caídos de ambos lados. Alem presionó para que se avanzara
sobre los lugares estratégicos de la ciudad y Campos se vio en figurillas para
argumentar la inacción, hasta que al final le dice a la junta revolucionaria
que no hay suficientes municiones. Esto fue un golpe mortal para la revolución.
A todo esto, Pellegrini que había sido designado jefe de la represión trató con
evasivas detener la respuesta bélica con el fin de ahorrar vidas humanas. El
jefe de policía, coronel Capdevila, leal al gobierno, decidió irse a su casa a
ponerse el uniforme de gala.
Dice Félix Luna que Roca, también, trataba de frenar a Levalle y a Capdevila,
su intención de atacar el cuartel central de los sediciosos. Mandó efectuar un
cerco en la plaza Lavalle a lo largo de la quinta de los Miró Dorrego y la
plaza Libertad. En realidad, lo que Roca quería era regular las acciones para
que los revolucionarios se desmoronaran anímicamente. El día fue pasando entre
escaramuzas hasta que llegó la noche del 26 al 27 con una gran confusión entre
los revolucionarios, cuya consecuencia fue que el lunes 28 éstos solicitaron un
armisticio encargando de tal gestión al doctor Aristóbulo Del Valle.
En el acuerdo se estableció que no habría juicios para los sediciosos, los
militares volverían a sus cuarteles y los civiles a sus casas. Las armas
quedarían en el Parque.
Queda grabado como fiel reflejo de la ausencia de los principios sustentados en
la Constitución, el discurso del senador cordobés Manuel Pizarro cuando dice:
“... La revolución, señor presidente, está vencida, pero el gobierno está
muerto...”, y a continuación pide la renuncia en masa del presidente,
vicepresidente, de los ministros y del presidente del Senado. Algunos autores
califican de una valiente alocución. Nosotros, por el contrario, creemos que no
fue un discurso republicano. O sea que la pretensión del senador era decretar
la caducidad del gobierno constitucional sin tomar en cuenta el ejercicio de
las instancias constitucionales para resolver la crisis.
Felizmente Juárez Celman se encuentra vencido por la política del vacío de su
propio partido, y el 6 de agosto de 1890 firmó la renuncia y, al día siguiente,
el vicepresidente, Carlos Enrique José Pellegrini asume la presidencia de la
Nación, o sea que el campanillero del Senado era ya presidente que luego se lo
denominaría piloto de tormentas.
Pellegrini
se había preparado para ser presidente de la República, pero nunca pensó que
las circunstancias en que le tocaría en suerte actuar sería un período plagado
de complicaciones económicas y políticas. Para colmo, el tan proclamado
patriotismo de la oposición, salvo contadas excepciones, como la de Aristóbulo
Del Valle, como se verá, no se haría presente a la convocatoria del nuevo
presidente, y más aún, trató de complicarle la gestión.
Los principales actos de gobierno del nuevo presidente fueron: levantar la
censura que pesaba sobre la prensa, aceptó la dimisión de los principales
funcionarios de la administración y levantó el estado de sitio. Formó su
gabinete con Julio A. Roca como Ministro del Interior, Eduardo Costa como
Ministro de Relaciones Exteriores y Vicente Fidel López en Hacienda; José María
Gutiérrez en Justicia, Culto e Instrucción Pública y con el general Nicolás
Levalle en el Ministerio de Guerra y Marina.
La situación económica era preocupante con la continua suba del oro, los bancos
habían paralizado sus operaciones, produciéndose una recesión galopante que
ponía a las entidades financieras en recesión de pagos al borde del colapso.
Se lanzó un empréstito nacional que fue suscrito por la banca bonaerense y por
los hombres de comercio. López envió a las cámaras varias leyes impositivas con
el propósito de mejorar la recaudación fiscal y Victorino de la Plaza, fue
convocado para negociar la deuda.
Estas tres medidas económicas fueron acogidas con resultados positivos: el
empréstito se colocó bien, las leyes impositivas se aprobaron y Victorino de la
Plaza, después de soportar la negativa de la banca londinense, que incluso se
decía que presionaba sobre el Foreing Office para cobrar compulsivamente la
deuda y que los diplomáticos ingleses vetaron inmediatamente, logró que la
banca Rothschild aceptara una moratoria antes que el cese del pago por parte
del gobierno argentino. Y una cuarta medida completó el plan de emergencia para
sobrellevar la crisis. Pellegrini sacó el proyecto que presentara con
Aristóbulo Del Valle en 1881, cuando era senador nacional por la provincia de
Buenos Aires, de creación del Banco de la República.
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