Era un
pensamiento muy común en Roca creer que siempre Pellegrini se fastidiaba y al
poco tiempo olvidaba. Pero en cuestiones trascendentales como ésta no perdonó y
hasta calificó de cobarde al presidente. Su amistad con Roca había terminado,
así como terminó con la de Alem. Roca perdía a un gran aliado, con gran
capacidad ejecutiva, hombre de gobierno y fundamentalmente de una lealtad
incorruptible.
Después del discurso en el Senado en que Pellegrini le reclamara al presidente
la actitud tan inconsecuente que había tenido, Roca les dijo a los amigos
comunes: “No se preocupen: el “Gringo” volverá...”.
Pero el “Gringo” no volvió, ni olvidaba una afrenta con facilidad; como no
olvidó cuando se lo responsabilizó de la designación de Aristóbulo Del Valle en
los sucesos del 93.
Roca tomó conciencia de la resolución de Pellegrini y admitió: que “allí empezó
mi tragedia. Nadie sino Pellegrini hubiera podido reemplazarme”.
Hay una anécdota que prueba que Pellegrini tenía un gran sentido de la amistad,
pero cuando era afectada por algún dicho de algún amigo, podía callar en
homenaje a ese sentimiento, pero nunca lo olvidaría porque, justamente,
provenía de un amigo: ... Ricardo Rojas siendo muy joven, visita al Dr. Carlos
Pellegrini en su domicilio de la calle Maipú, llevándole unos escritos que
debían salir al día siguiente en “El País”. Pellegrini muy atento lo hace pasar
y luego de escribir lo que debía decirse en el diario sobre temas muy
importantes, de pronto larga la lapicera y le pregunta:
–¿Usted es el del poema?
Yo era “el del poema”, en efecto; pero no entendí la pregunta porque el poema
en cuestión era mi primer libro, recién entregado al impresor, y conocido sino
por muy pocas personas. Le averigüé de dónde sacaba tan peregrinas noticias
sobre autor tan inédito y Pellegrini me respondió:
–Lo he sabido por Joaquín González. Anoche nos han sentado juntos en el
banquete de Concha Subercasseaux y, para no hablar de política hemos hablado de
literatura. Él me ha dado noticias de su poema con mucho elogio. Tráigamelo,
porque me ha despertado curiosidad.
Lleno de turbación bien explicable, le respondí que la obra estaba en prensa;
que él no tendría tiempo de atender aquella cosa tan nimia; y que lo demás eran
bondades de González.
–Tráigamelo mañana a las diez, aunque sea en los originales o en las pruebas:
vamos a leerlo juntos.
Salí de aquella casa transfigurado; pasó la noche, llegó el siguiente día,
corrí a la imprenta, recogí el manuscrito, lo empaqueté prolijamente, y volví a
la casa de la calle Maipú, donde Pellegrini esperaba. Me instaló a su lado en
el sofá de la noche anterior; puso el paquete sobre sus rodillas y empezó a
trabajar con la cuerda del envoltorio, que se había apretado en nudo ciego. Yo,
nervioso, de impaciencia, quise tomar el paquete; él me apartó las manos:
–Tenga paciencia, joven señor poeta.
Le propuse que rompiera la cuerda.
–No, señor –me contestó–, los nudos hay que desanudarlos.
Entonces, estimulado por aquella afectuosa familiaridad, me atreví a
responderle:
–Como la gente dice que usted no sabe desatar nudos, sino cortarlos...
–Sonrióse paternalmente; aguzó las uñas, empecinóse de nuevo, separó al fin las
cuerdas, diciéndome con aire de triunfo:
–Ya podrá usted alguna vez decir que Pellegrini sabe cortar nudos; pero
también, cuando se propone, sabe desanudarlos.
Con clara alusión a los dichos de Roca referidos a él, cuando propuso a Del
Valle como ministro. Pellegrini no olvidaba.
En 1906 fue elegido diputado nacional, cuyo mandato ejercería por poco tiempo
más, le fue sumamente propicio porque, según Ernesto Palacio, mientras se
debatía la ley de amnistía, pronunció uno de sus discursos más famosos y que
significó el testamento político del tribuno. “¿Cuál es la autoridad que
podríamos invocar para dictar estas leyes del perdón? ¿Quién perdona a quién?
¿Es el victimario a la víctima o la víctima al victimario?
¿Es el que usurpa los derechos del pueblo o es el pueblo que se levanta en su
defensa? ¿Quién nos perdonará a nosotros? Mañana vendrá también aquí el señor
presidente de la República y desde esta alta tribuna proclamará a la faz del
país su programa de paz y de reacción institucional, el mismo que nosotros
defendemos. Y si alguien se levanta en ese momento y pregunta: ¿Y de qué manera
se ha de realizar ese programa?
¿Es acaso cobijando todas las oligarquías y aprobando todos los fraudes y todas
las violencias, es acaso arrebatando al pueblo sus derechos y cerrando las
puertas a toda reclamación?”
En el año de los grandes funerales, juntamente con el de
Mitre y el de Quintana también se llevó a cabo el de Carlos Pellegrini, el 17
de julio de 1906.
Del
libro “Los Vicepresidentes”
Por
Rodolfo Sala
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