Es por razones mucho más fundamentales que las que se han
expuesto, que voy a dar este voto limitado. Yo creo, señor Presidente, que se
trata de algo fundamental, de algo que afecta nuestra misma organización
política, nuestro porvenir como nación. No es admisible, en ningún caso, bajo
ningún concepto, sin trastornar todas las nociones de organización política,
equiparar el delito civil al delito militar, equiparar el ciudadano al soldado.
Son dos entes absolutamente diversos.
El militar tiene otros deberes y otros
derechos; obedece a otras leyes, tiene otros jueces; viste de otra manera,
hasta habla y camina de otra forma. Él está armado, tiene el privilegio de
estar armado, en medio de los ciudadanos desarmados.
A él le confiamos nuestra
bandera, a él le damos las llaves de nuestra fortaleza, de nuestros arsenales;
a él le entregamos nuestros conscriptos y le damos autoridad para que disponga
de su libertad, de su voluntad, hasta de su vida. Con una señal de su espada se
mueven nuestros batallones, se abren nuestras fortalezas, baja o sube la bandera
nacional, y toda esta autoridad, y todo este privilegio, se lo damos bajo una
sola y única garantía, bajo la garantía de su honor y de su palabra. Nosotros
juramos ante Dios y la Patria, con la mano puesta sobre los Evangelios; el
militar jura sobre el puño de su espada, sobre esa hoja que debe ser fiel,
leal, brillante como un reflejo de su alma, sin mancha y sin tacha. Por eso,
señor, la palabra de un soldado tiene algo de sagrado, y faltar a ella es algo
más que un perjurio.
Y bien, señor Presidente, es este el cartabón en que tienen
que medirse nuestros jóvenes militares, para saber si tienen la talla moral
necesaria para ceñir la espada, que es el legado más glorioso de aquellos
héroes que nos dieron patria; para vestir ese uniforme lleno de dorados y
galones, que sería un ridículo oropel si no fuera el símbolo de una tradición
de glorias, de abnegación y de sacrificios que obligan como un sacerdocio al
que lo lleva.
No, señor Presidente, no podemos equiparar el delito militar
al delito civil. Sarmiento decía, una vez, repitiendo las palabras que San
Martín pronunciara con relación a uno de los brillantes coroneles de la
Independencia: “El ejército es un león que hay que tenerlo enjaulado para
soltarlo el día de la batalla”.
Y esa jaula, señor Presidente, es la disciplina, y sus
barrotes son las ordenanzas y los tribunales militares, y sus fieles guardianes
son el honor y el deber.
¡Ay de una nación que debilite esa jaula, que desarticule
esos barrotes, que haga retirar esos guardianes, pues ese día se habrá
convertido esta institución, que es la garantía de las libertades del país y de
la tranquilidad pública, en un verdadero peligro y en una amenaza nacional! No,
señor Presidente. Establezcamos la diferencia, salvemos la disciplina, siquiera
sea en la forma benévola en que lo hace el Poder Ejecutivo; pero, de cualquier
manera, establezcamos esta equivalencia que importa destruir lo más grande, lo
más eficaz, lo más fundamental que tiene el ejército, más que el saber y más
que los cañones de tiro rápido: las ordenanzas y la disciplina; y que nuestros
regimientos repitan siempre lo que los viejos regimientos decían al terminar la
lista de la tarde, cuando se unían en una sola voz la de los jefes y los
soldados: ¡Subordinación y valor, para defender la patria!
CARLOS PELLEGRINI
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