La historia es la única rama del conocimiento que nos puede decir qué fuimos en el pasado, qué somos en el presente y qué seremos en el futuro.
jueves, 31 de octubre de 2019
Aramburu habla tras los fusilamientos, 1956
El dictador Pedro Eugenio Aramburu se dirige al país luego de que se hubiera sofocado el levantamiento encabezado por el general Juan José Valle y de que se produjeran los fusilamientos de José León Suárez. Aramburu admite que hubo derramamiento de sangre pero que entiende que pronto llegará la hora de la unión nacional y de la vigencia de la Constitución.
domingo, 27 de octubre de 2019
Los viejos Baños públicos de las Barrancas de Belgrano - Parte 2
El ombú protegía, contra los rayos del sol inclemente con su corpulencia, con la frescura de su verde y perenne fronda, y, en las noches de luna distraía su monotonía proyectando sobre el suelo extrañas, fantásticas y trágicas sombras, que iban cambiando de forma, obedeciendo inconscientes al lento andar del pálido astro.
Frente a la esquina de Casa, estaba este ombú y aun sobrevive, pues parece se hubiera impuesto a la fiebre de destrucción y de odio a la tradición de que hacen gala nuestras autoridades edilicias.
Sobrevive, porque es tan grande lo que simboliza que las generaciones que se han ido sucediendo, parece no se hubieran atrevido a afrontar las iras del señor de las pampas, que acostumbrado a luchar con los años, con los vientos, con los huracanes y con las tempestades, los hubiera arrollado con el fruncir de su entrecejo iracundo por irreverentes y atrevidos.
Como digo, al pie del ombú, llegaban las caravanas y allí pasaban un par de horas en amena conversación, unos, hablando de bueyes perdidos, otros de amor… tema siempre obligado, cuando no se ha llegado a una edad determinada de la vida en que prudentemente, se debe callar.
En la barranca no había más luz que la de la luna, ni más música, que la armonía melodiosa de las palabras de amor, que se pronunciaban a flor de labio, muy quedo, muy quedo, como para no ser oídas, sino comprendidas, y si se comprendía que eran oídas, era por el temblor de unas manos que se encontraban y sin querer se acariciaban.
¡Este sitio parece hubiera sido hecho por Dios, para el amor, todo era poesía, silencio, sombra y luna!
La banda iba a la plaza, frente a la iglesia; allá era la reunión popular, la barranca era su antítesis.
Un día resultó estrecho el abrigo del ombú y la sociedad emigró al tercero, ubicado en un semicírculo, en la eminencia de la barranca; iba más gente, la plaza empezó a desbordarse, un día, hizo su aparición una pareja, y nació por primera vez en boca de nuestras niñas esta pregunta, hasta entonces desconocida: ¿Quién es?… ¡No sé! Luego llegó otra, igual pregunta. ¿Quiénes son? ¡No sabemos!… Mirábamos esas gentes nuevas con curiosidad, sentíamos como un temor instintivo, como la sensación de un peligro oculto, y un sentimiento de propia conservación, nos hacía mirar con malos ojos a esos burgueses.
¡Pobres! … No hablaban con nadie, miraban azorados, andaban como oveja en corral ajeno y concluyeron por irse, mas después volvieron, primero uno, luego dos, tres, cuatro, y de este modo se fue metamorfoseando el nocturno lugar de reuniones. Un buen día llegó la banda, tras ella la multitud y como el frío hace emigrar las golondrinas, huimos los viejos amigos del ombú, dejándolo pensativo y triste, meditando sobre la fragilidad de las cosas humanas, rodeado de fulgurante luz de arco voltáico, de una banda sonora, de pavimento reluciente, de artística balaustrada de mampostería que lo circunda, que es, lo que el transeúnte de hoy considera como un progreso y que el viejo ombú, desde el fondo de su alma centenaria, mira como su cárcel, como sus cadenas, sólo envidiando al melancólico sauce, que en silencio puede llorar el pasado que se va.
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
sábado, 26 de octubre de 2019
Los viejos Baños públicos de las Barrancas de Belgrano - Parte 1
Las Barrancas de Belgrano ofrecían en otros tiempos gran
diversión para los días de verano. Allí, en 1883, se inauguraron los Baños
públicos, dos piletas con sus trampolines a cielo abierto –una para señoras y
otra para caballeros-, rodeadas por una tapia de madera para proteger a los
concurrentes de los curiosos. Poseían también una confitería muy concurrida,
que constituía un agradable lugar de reunión para las familias, “donde se
tomaba el aperitivo y se charlaba amenamente después del baño”.
A continuación transcribimos un texto con los recuerdos de
aquel rincón del Buenos Aires de antaño.
Fuente: Ricardo Tarnassi, Belgrano de antaño:
recuerdos e impresiones, Buenos Aires, 1922, págs. 91-97.
Las Barrancas, los Baños, el ombú
Las barrancas de Belgrano han sido siempre un lugar
pintoresco por excelencia como en la actualidad, y fueron siempre tres, pero
algo más reducidas, pues en una existían los baños públicos y en otro
estaba ubicado en un extremo, una propiedad privada, que luego fue expropiada
para ampliarla.
Los baños eran realmente hermosos. No es posible comprender
cómo pudieron desaparecer, y cómo pudo llegar a la quiebra la sociedad
fundadora.
Ellos no constituían solamente para Belgrano un
establecimiento de higiene, sino un agradable lugar de reunión de las familias,
pues en su rotonda, en las horas matinales, funcionaba una confitería, donde se
tomaba el aperitivo y se charlaba amenamente después del baño.
El establecimiento contaba con dos amplias piletas de
natación, una para señoras y otra para caballeros, y tenían si mal no recuerdo,
unos cinco metros de ancho, por diez o doce de largo, con una profundidad
apreciable, donde podían maniobrar y ejercitarse cómodamente los nadadores en
el trampolín.
Los baños estaban circundados por una como tapia de madera,
sus piletas al aire libre, y cubiertas con un gran toldo corredizo, que resguardaba
a los bañistas de los rayos del sol, y todo el local, a su vez, estaba rodeado
de frondosos y levados sauces llorones, que daban al paraje poesía, encanto y
frescura.
Yo alcancé a gozar de los baños, siendo aun niño y tuve la
inconsciente felicidad de haberme bañado en la pileta que envidiaba la
muchachada, la de las señoras, quienes al ver que mi madre me metía en el agua,
corrían cariñosas a estrujarme y besarme (dicen que era una
ricura). ¡Y yo tonto no comprendía, no apreciaba todo lo que eso iba a valer
más adelante!… Por eso me besaban, porque no comprendía, y las muy pícaras no
corrían peligro alguno… ¡Ahijuna!… si yo pudiera como aquel doctor nación,
volver a ser chabón!…
Muchos años los vi cerrados, hasta que un día recibí la
noticia de su clausura definitiva y siempre que paso por allí, miro el sitio
donde estuvieron, me detengo a contemplar los añosos sauces que fueron mudos
testigos de lo que bajo su verde fronda vieron y operaron en su larga vida de
silenciosos centinelas de esos parajes.
En lo alto de la Barranca y a espaldas de los Baños, se
erguía majestuoso el rey de la pampa, el ombú… lo llamaban el primero, pues había
dos más, uno frente a lo de Bilbao y el otro a lo de Agrelo, tan hermosos uno
como otro, pero el primero en la época a que aludo ofrecía a nuestra
generación, más encantos, más atractivos, y efectivamente, en las noches
calurosas del estío, después de comer, veíase salir a las familias de sus
casas, que en el camino uníanse a otras y así, formando caravana, dirigíanse,
ya cantando una vidalita, un triste o una canción en boga al pie del ombú,
donde se sentaban las niñas con sus amigos en las toscas raíces que el gigante
extendía por el suelo, cual tentáculos de enorme pulpo, a guisa de
rústico banco, brindando así, comodidad a quienes iban a distraerlo durante la
noche, con sus cantos, sus charlas y sus alegrías juveniles, en su inmensa
soledad, llevando así a su alma milenaria un poco de dicha que atempera su
eterna melancolía.
sábado, 19 de octubre de 2019
“El Monumento a Trejo” (Crónica Histórica)
A todo aquel que visita el rectorado de la Universidad
Nacional de Córdoba, le llama la atención la imponente estatua que se alza en
medio del patio del edificio jesuítico; hasta es común escuchar, a alguno que
pregunta: ¿Che, y ese quién es? Ignorando todo sobre el Fray Fernando de Trejo
y Sanabria, Obispo de Santiago del Estero, quien allá por el año 1613 donó
todos sus bienes para que el Colegio Máximo continuara con los estudios
superiores en Córdoba. El Obispo Trejo murió al poco tiempo, y no
pudo ver su sueño realizado.
Tuvieron que pasar 290 años para que la Universidad, Córdoba
y el Estudiantado le rindieran un homenaje que lo inmortalizara en La Docta: la
creación de una estatua en su honor.
El 5 de abril de 1900, siendo rector de la Universidad el
Dr. José A. Ortiz y Herrera, el Consejo Superior acordó la creación de un
bronce para el padre de la universidad. Para semejante empresa, se
pidió ayuda al gobierno provincial, como así también se organizaron eventos
sociales de los más diversos tipos, dedicados al público en general, en los
cuales participaron artistas locales entre los que se destaca Leopoldo Lugones,
quien maravillo a la audiencia con el recitado de diversos poemas.
La estatua se realizó en Buenos Aires, y su construcción
estuvo a cargo del escultor Víctor de Pol, quien era constantemente visitado
por los cordobeses que ansiosamente querían ver el progreso de la obra.
Pasaron varios años para que el monumento quede terminado, y
en los primeros días de diciembre de 1903, se llevaron a cabo varias
actividades alusivas al festejo. El 4 de diciembre, el Consejo
Deliberante recibió un proyecto de manos del Dr. Arturo M. Bas, en el que se
proponía el cambio de nombres a dos calles, 1º, a la que por aquel entonces San
Luis, por el de Duarte y Quirós, y 2º, a la calle de la Universidad, por Obispo
Trejo.
Al día Siguiente, Córdoba se llenó de personalidades de todo
el país y el mundo. Gobernadores, ministros, obispos, y diplomáticos
de diversos países, como México, Brasil y Uruguay; se reunieron a las 5 de la
tarde de aquel sábado 5 de diciembre, en el cabildo junto al gobernador José
Manuel Alvarez, y luego fueron a una fiesta en el, por entonces, Teatro Rivera
Indarte, (hoy San Martín).
Los actos del 8 de diciembre, se realizaron en el patio
de “La Casa de Trejo”. A la mañana se llevó a cavo un tedeum,
presidido por el arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Espinosa. Llegada las 17
hs. se destapó la estatua del Obispo Trejo. Acto seguido, el rector
de la Alta Casa de Estudios y el Gobernador de Córdoba, fueron algunos de los
que dijeron unas palabras alusivas al tan esperado momento. Después,
por las calles céntricas, desfilaron las tropas de la guarnición, al son de
diversas marchas militares que interpretaba la banda.
Luego, la jornada terminó con una multitudinaria Colación de
Grados, en el salón principal del rectorado, en donde pronunciaron discursos
algunas de las autoridades presentes, entre las que se destacaba el ministro
del interior, Joaquín V. González.(*)
Esta fue la historia de cómo un pueblo rindió homenaje al
padre de la universidad, Fray Fernando de Trejo y Sanabria, obispo de Santiago
del Estero, quién sería conocido por las generaciones futuras simplemente como
el “Obispo Trejo”.
E. Ariel Rodríguez G.
(*) Fuente Bibliográfica:
- Revista “Tiempo de Ayer y de Hoy”, del diario “Los
Principios” en su 75 º Aniversario, Córdoba 1969, páginas 34 y 35
viernes, 18 de octubre de 2019
jueves, 17 de octubre de 2019
Aquel negro Cabral, soldado heroico - Parte 2
El peón heroico
--Déjenme, compañeros. ¿Qué importa la vida de Cabral?. Vayan ustedes a pelear que somos pocos -fue la frase que dijo Juan Bautista Cabral, según entiende el fraile Herminio Gaitán del convento San Carlos de San Lorenzo en su investigación sobre el combate.
Dos horas después, según el sacerdote historiador, en el refrectorio del monasterio -utilizado en ese momento como banco de sangre y sala de primeros auxilios- repitió la frase antes de morir.
Para el investigador Norberto Galasso, en su imprescindible "Seamos libres. Vida de San Martín", en cualquier caso, "lo más probable es que en el soldado correntino, en situación de muerte, haya brotado espontáneamente su lengua originaria por encima de la educación, prejuicios y modales y entonces haya dicho: Avyá amanó ramo yepé, ña jhundi jheguere umí pytaguá, expresión guaranítica de la frase que pasaría a la historia. Así lo sostiene criteriosamente Fray Herminio Gaitán: "palabras dichas en guaraní". También razonablemente, Gaitán sostiene que San Martín las escucha y las traduce, luego, al español, cuando las incorpora al parte de batalla, pues es tan natural que San Martín no dominase el idioma inglés, como que entendiese el guaraní", sostiene el historiador.
Y agrega en tono de reflexión: "Alguien probablemente, reste importancia a estas últimas circunstancias -Cabral, hablando guaraní y San Martín, entendiéndolo- pero, sin embargo, son reveladoras de la óptica con que se ha escrito nuestra historia, óptica europeizante y denigratoria de lo nativo, a la cual disgusta que sean dos correntinos, expresándose en el viejo idioma nativo, quienes protagonicen un episodio épico y prefiere, por tanto, limarle esas aristas pues, por supuesto, la Argentina la hicieron los rubios de ojos azules, directores de las empresas ferroviarias, frigoríficos, compañías de seguro, etcétera", sostiene Galasso.
Según su estudio, Cabral sería hijo natural de don José Jacinto Cabral y Soto y de la morena Carmen Robledo que luego se casó con el también moreno Francisco que lleva el apellido Cabral, por ser también servidor de esa antigua familia.
Tal vez por esta razón otras fuentes lo dan como hijo de los dos esclavos, Carmen y Francisco, pues su nacimiento es anterior a la ley de libertad de vientres y de raza negra.
Hay una carta de don Luis Cabral, su amo, del 4 de diciembre de 1812, donde se refiere "a la situación de nuestro negro Juan Bautista… que en su carta me pide le escriba a San Martín para que lo baje a la infantería porque en la caballería corre peligro" (los negros integraban habitualmente la infantería pues no se caracterizaban por ser buenos jinetes, por lo cual el pedido tiene fundamento), apunta Galasso.
Añade que no contrajo matrimonio y en su condición de esclavo desempeñaba funciones de peón. "Suponemos que se integró al cuerpo de granaderos al fundarse éste -es decir, pocos meses antes del combate- y que desde Buenos Aires le pidió al amo que intercediera ante San Martín, como surge del fragmento de carta que reproducimos. A los veinte años declaraba, por único patrimonio, un caballo rosillo con la marca de don Luis Cabral y una sortija de oro en poder de doña Tomasa".
Finalmente, Cabral no era sargento.
-Informo que el granadero Juan Bautista Cabral…- decía el parte de guerra de San Martín.
"Era simplemente un granadero sin rango", escribió el sacerdote Gaitán.
"Al soldado Juan Bautista Cabral. Murió en la acción de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813", decía una placa que mandó colocar el propio San Martín sobre la puerta del cuartel de Retiro en un tablero de forma oval.
"También estas apreciaciones acerca de Cabral pueden ser tachadas de baladíes. Sin embargo, importan, no sólo para demostrar los débiles cimientos en que reposa la historia oficial, sino también para que se las recuerde en las escuelas, especialmente en aquellas adonde concurren niños pertenecientes a la clase media liberal que escuchan habitualmente, en sus familias, los peores epítetos sobre "los negros", "los correntinos", "los peones", "los paraguas", pues entonces aprenderían que es muy común en nuestra historia que esos "negros", "esclavos" que "hablan guaraní" y se asemejan más a los paraguayos o a los bolivianos que a la gente blanca de Buenos Aires, son los que acompañaron y dieron su vida por San Martín para que algún día tuviésemos patria", concluye Norberto Galasso con justicia y contundencia.
Por Carlos del Frade *
* Periodista, escritor y diputado provincial del Frente Social y Popular.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Aquel negro Cabral, soldado heroico - Parte 1
A la sombra de un pino añoso, que todavía se conserva, en el
huerto de San Lorenzo, firmó en seguida el parte de la victoria, cubierto aún
con su propia sangre y con el polvo y el sudor del combate. Los moribundos
recibieron sobre el mismo campo de batalla la bendición del párroco don Julián
Navarro, que durante el combate los había exhortado con la voz y el ejemplo. Y
para que ningún accidente dramático faltase a este pequeño aunque memorable
combate, uno de los presos canjeados con el enemigo fue un lanchero paraguayo,
llamado José Félix Bogado, que en ese día se alistó voluntariamente en el
regimiento.
Este fue el mismo que trece años después, elevado al rango de
coronel, regresó a la patria con los siete últimos granaderos fundadores del
cuerpo que sobrevivieron a las guerras de la revolución desde San Lorenzo hasta
Ayacucho -concluye Mitre su crónica sobre aquel 3 de febrero de 1813.
Agregaba que el combate de San Lorenzo, "aunque de poca
importancia militar, fue de gran trascendencia para la revolución. Pacificó el
litoral de los ríos Paraná y Uruguay, dando seguridad a sus poblaciones;
mantuvo expedita la comunicación con el Entre Ríos, que era la base del
ejército sitiador de Montevideo; privó de esta plaza de auxilio de víveres
frescos con que contaba para prolongar su resistencia; conservó franco el
comercio con el Paraguay, que era una fuente de recursos, y sobre todo, dio un
nuevo general a sus ejércitos y a sus armas un nuevo temple.
Tres días después
del suceso, la escuadrilla española, escarmentada para siempre, descendía el
Paraná cargada de heridos en vez de riquezas y trofeos, llevando a Montevideo
la triste nueva. Al mismo tiempo San Martín regresaba a Buenos Aires. El
entusiasmo con que fue festejado su triunfo en la capital, lo vengó de las calumnias
que ya empezaban a amargar su vida, presentándole como un espía de los
españoles que tuviese el propósito secreto de volver contra los patriotas las
armas que se le habían confiado", analizaba más en tono político.
Aquellos cantitos del combate
-- ¡Viva el rey! -gritaban los españoles que desembarcaron
en las barrancas de San Lorenzo aquel 3 de febrero de 1813.
-- ¡Viva la revolución! -contestaron los granaderos y los
sesenta milicianos populares rosarinos que venían comandados por Celedonio
Escalada.
Cuenta el historiador Miguel Angel De Marco hijo que
"el 9 de octubre de 1812, los realistas habían saqueado San Nicolás y dado
muerte al presbítero Miguel Escudero; tres días más tarde, cinco buques habían
pasado frente a Rosario, cuyo vecindario huyó a las estancias cercanas. Para
defenderse, el comandante militar sólo contaba con treinta fusiles en malas
condiciones".
El 3 de febrero, coinciden distintas fuentes históricas, el
combate fue breve pero sangriento.
Es llamativo el grito por la revolución que caracterizó a
los granaderos y a las milicias populares rosarinas.
La revolución era una palabra que adquirió sentido en el
programa de la primera junta de gobierno, el llamado Plan de Operaciones,
escrito por Mariano Moreno a sugerencia de Manuel Belgrano.
"...¿qué obstáculos deben impedir al gobierno, luego de
consolidar el estado sobre bases fijas y estables, para no adoptar unas
providencias que aún cuando parecen duras para una pequeña parte de individuos,
por la extorsión que pueda causarse a cinco mil o seis mil mineros, aparecen
después las ventajas públicas que resultan con la fomentación de las fábricas,
artes, ingenios y demás establecimientos a favor del estado y de los individuos
que las ocupan en sus trabajos?", se preguntaba y proponía, al mismo
tiempo, Mariano Moreno, el primer desaparecido de la historia nacional.
Un estado libre, independiente y nuevo que se erige como
motor del desarrollo económico yendo en contra de las riquezas agigantadas en
pocos individuos para luego distribuirlas.
Moreno, además, sostenía el "sistema continental"
de la "gloriosa insurrección".
La aparición de San Martín y su relación con el cura Navarro
y el comandante popular Escalada genera un puente entre los proyectos
personales y colectivos.
Navarro seguirá haciendo pastoral política junto a los que
buscan la liberación en aquel primer ejército popular latinoamericano en
operaciones, el de los Andes y Escalada, felicitado por San Martín, será
declarado "ciudadano americano de las Provincias Unidas del Río de la
Plata", por la asamblea constituyente de aquel año 1813.
Los paisanos que sangraron en San Lorenzo junto a San
Martín, Navarro y Escalada seguirían fieles a su proyecto colectivo de
transformación.
Por eso el rancherío sería incendiado por los ejércitos de
Buenos Aires.
Porque los pueblos del Litoral seguían, porfiadamente,
adhiriendo a la revolución política y social que proponía Artigas.
Y allí, en medio de ellos, estaba el esclavo negro y peón de
campo, Juan Bautista Cabral.
martes, 15 de octubre de 2019
Antiguos camposantos de nuestros barrios - Parte 2
Aunque desde fines del siglo diecinueve el cementerio ya no estaba, el lugar siguió ofreciendo un triste aspecto. Allá por 1920 se podían observar restos de bóvedas abandonadas, arbustos, bancos rotos y la derruida cerca primitiva. Era un paso obligado cuando se deseaba llegar al barrio de Belgrano, no muy poblado y falto de iluminación, proclive a la presencia de algún asaltante y un buen número de perros sueltos. Por disposición del intendente José Luis Cantilo, con fecha 28 de noviembre de 1919 se había proyectado la instalación de una plaza pública.
En 1921 se comenzaron a demoler los restos de las bóvedas del antiguo cementerio. Pasaron todavía unos cuantos años y recién en 1946 surgió la Plaza “Marcos Sastre”, que hoy nos permite tomar un descanso mientras juegan los niños. Se tejieron diversas leyendas relacionadas con el antiguo destino de esa manzana, pero el imaginario colectivo es así. Sólo podemos agregar que es muy grato contar con un espacio público que nos regala árboles, senderos y césped.
La última morada animal
En la década del 70, en el extremo oeste del barrio de Saavedra, en el inmenso predio comprendido entre las avenidas General Paz, Galván y Del Tejar (actualmente Ricardo Balbín) por un lado y la calle Republiquetas (hoy Crisólogo Larralde) por el otro, se encontraba el entonces Vivero Municipal. Ostentaba la particular característica de poseer ejemplares de alcanfor, un árbol que iba desapareciendo en el mundo. Asimismo, quedaba libre una gran extensión que en varias oportunidades las autoridades comunales imaginaron como sede del Zoológico Municipal; uno de los proyectos contemplaba, con las debidas precauciones, dejar a algunos ejemplares de animales en libertad.
Se forjaron diversos fines para estos terrenos de enorme extensión, hasta que finalmente se concedió una buena parte de los mismos para la construcción de la Embajada de China y el Parque Sarmiento, un excelente lugar de esparcimiento para los habitantes de la ciudad que incluía juegos, piletas de natación, canchas para diversos deportes, mesas, bancos y parrillas, hoy en decadencia. Además se cedieron en concesión terrenos para el Club Atlético Platense, la Unión Argentina de Rugby y el Club Sirio Libanés.
Pero además existió algo sumamente curioso: sobre la calle Republiquetas (hoy Crisólogo Larralde) se veía un portón y a su costado un cartel de reducidas proporciones con la leyenda “Sociedad Cooperativa El Refugio”, sin ninguna otra inscripción o dibujo que pudiera atraer la atención del transeúnte. Si uno atravesaba el portoncito veía un angosto sendero entre yuyales que, luego de caminar más o menos media cuadra, llegaba a un espacio abierto y despejado. Insólitamente, era un cementerio. Se veían tumbas minúsculas, y observando mejor, uno caía en la cuenta de que se trataba de un cementerio de mascotas. Salvando la distancia, podría describirse como una pequeña necrópolis. Se observaban sepulturas más bien modestas, pero aparte de éstas y de aquellas que sólo eran de tierra había también pequeños monumentos funerarios similares a los de un cementerio común.
Se desprendía de ellos la voluntad del homenaje y del recuerdo, como una herramienta de acercamiento de esos seres irracionales a un mundo trascendente.
Transitar por ese cementerio en miniatura sobrecogía el ánimo y producía una congoja difícil de explicar. Las lápidas estaban cargadas con palabras de elocuente dolor y presentaban hasta la fotografía, esmaltada y enmarcada con adornos de bronce, del perrito fallecido. Con el transcurrir del tiempo, y ya puestos en marcha algunos de los proyectos creados para esa vasta extensión de terreno, las topadoras derribaron alambradas y cercos. El lugar que ocupaba el cementerio de animales había desaparecido y en su lugar se podía observar escasa vegetación, escombros y restos de mampostería esparcidos por doquier.
BIBLIOGRAFÍA
Del Pino, Diego A. Villa Urquiza. Barrio centenario 1887-1987. Buenos Aires, Ediciones Marymar, 1987, 224 p., ils.
Colección Barrios Porteños.
Mayochi, Enrique M. Belgrano. 1855 -Del pueblo al barrio- 1993. 2da. edición. Buenos Aires, Fundación Banco de Boston, 1993, 142 p., ils.
Colección Cuadernos del Aguila.
Tenembaum, León. Buenos Aires. Un museo al aire libre. Buenos Aires, Fundación Banco de Boston, 1987, 254 p.
Antiguos camposantos de nuestros barrios - Parte 1
Hasta fines del siglo XIX, cuando un vecino de Villa Urquiza
fallecía era enterrado en Monroe y Miller. Sí, en el predio de la Plaza Marcos
Sastre funcionó una pequeña necrópolis entre 1875 y 1898. Pero eso no es todo:
en Crisólogo Larralde y Galván, donde se construye el Polo Educativo Saavedra,
existía un cementerio de mascotas.
El pueblo de Belgrano tuvo su primer cementerio en el
terreno encuadrado dentro de las actuales calles Monroe, Ricardo Balbín, Blanco
Encalada y Zapiola; fue clausurado en 1875. El 5 de julio de 1874 se constituyó
en el Municipio de Belgrano una comisión que estudiaría la instalación de un
nuevo cementerio para el pueblo y sus aledaños.
Integraban esa comisión el Pbro.
Diego Millar, cura párroco del Municipio; el Dr. Antonio Tarnassi, los
señores Policarpo Mom y Vicente Pardo y el arquitecto Juan
Antonio Buschiazzo, quien sería el director de las obras. Se eligió para tales
fines el solar formado por las calles Miller, Monroe, Valdenegro y las vías del
Ferrocarril Nacional “Bartolomé Mitre”.
Cerca de la estación
La construcción de la necrópolis se hizo de acuerdo con las
características edilicias que presentaban por entonces los camposantos
pueblerinos. El lugar era un descampado a la vera de un camino, en este caso la
actual calle Monroe, y no se hallaba distante del ancho camino que ahora lleva
el nombre de Alvarez Thomas.
Una valla de mampostería conformaba el contorno
del cementerio; una entrada importante con gruesos pilares y una sólida puerta
de hierro, con frente a Monroe. Destaquemos que esta calle comunicaba al
Municipio de Belgrano con el de Villa Catalinas (Villa Urquiza).
Del portón de entrada salía un amplio sendero principal, con
frondosos árboles a la vera. A los costados se encontraban las bóvedas de
varias familias notables de la zona y construcciones de sencilla planta, entre
ellas las pertenecientes a las familias Agrelo,Lambruschini, Saravia, Roland y Sagasta
Isla. En esta última se encontraban depositados los restos de Marcos
Sastre, autor de un libro famoso: El tempe argentino. El escritor fue un
importante vecino de Belgrano; vivía en una quinta ubicada en las calles Blanco
Encalada y Arribeños.
Poco a poco la zona se fue poblando y en un momento dado los
avecindados en las cercanías del Cementerio de Belgrano formularon gestiones
para que se clausurara, teniendo en cuenta que su ubicación frente la calle
Monroe producía inconvenientes en el desarrollo del sector. Finalmente, en 1898
se procedió al cierre del camposanto, que coincidió con la instalación del
Cementerio de la Chacarita.
La mayoría de los restos inhumados en el de Monroe
y Miller fueron trasladados -con pocas excepciones- al establecido en la calle
Guzmán. Los restos de Marcos Sastre pasaron a la bóveda de la familia Sagasti
Isla en Recoleta.
El predio donde se había instalado el Cementerio de Belgrano
y alrededores pertenecía a la sucesión de Francisco Chas. Fue donado al
Municipio por los señores Vicente y Joaquín Chas en 1910
con la expresa condición de que se instalara allí una plaza pública. Como
detalle digno de destacar, enfrente del clausurado cementerio se encontraba la
residencia del vecino Carlos Ferdrin, con su señorial aspecto de castillo.
lunes, 14 de octubre de 2019
viernes, 11 de octubre de 2019
Las famosas escalinatas de Roca vuelven a brillar tras años de abandono
Tardes en familia, caminatas en pareja, vacaciones de verano y festejos de fin de año. Son pequeños pasos, pero unen grandes historias. En el corazón de Vicente López, las escalinatas de las calles Roca y Madero, que eran utilizadas por los seguidores de Perón para visitarlo en la residencia luego de su exilio, acaban de ser remodeladas y puestas en valor para recuperar un símbolo del Partido.

Hotel Edén. Atraía a muchos turistas. Fue demolido en 1934.
(Foto: Guillermo López).
Actualmente, las escaleras son una continuación de la
calle Madero que desemboca en Roca. Sin embargo, hace muchos años, cumplían
otra función. En el siglo 18, existían en la zona las famosas “estancias de
veraneo”, donde comerciantes y profesionales con un alto poder adquisitivo
gozaban de unas lujosas vacaciones. Una de las más relevantes fue la “Quinta
de San Antonio”, un establecimiento que contaba con una importante
infraestructura colonial. Allí se hospedaron personajes relevantes como el ex
gobernador de Buenos Aires, Miguel Salcedo, y el
Virrey Juan José de Vértiz.
Hacia principios del siglo pasado, una vez que las tierras
pasaron a manos del empresario Cristóbal de Accini, se convirtieron en el
lujoso “Hotel Edén” y luego “Parque Hotel”, un lugar que atraía
a muchos turistas.“En 1934 fue demolido, en parte, porque se transformó casi en
un hotel alojamiento con mala fama”, asegura el fundador y presidente del
“Centro de Investigación Histórica Vicente López”, Guillermo López. Las
escalinatas de Roca y Madero eran las laterales del antiguo hotel.
Perón y las escalinatas históricas.
Luego de su exilio en España, Perón vivió en Gaspar
Campos 1065,una residencia que estaba cerca de la zona. Una multitud de fieles
seguidores se reunía en el lugar, recorría las
calles y atravesaba las famosas escaleras para intentar ver a su
líder.
A pocas cuadras, en Avenida Del Libertador y
Urquiza funcionaba"Nino", un histórico restorán y boliche bailable donde
Perón asistía regularmente. El 19 de noviembre de 1972, el ex presidente se
encontró allí con el histórico político radical Ricardo Balbín y se
fundieron en un abrazo para lograr una "unidad nacional".
Las escaleras formaron parte de la vida de muchos: tardes
familiares, caminatas en pareja y recorridas en bicicleta. Por otro
lado, al subir los escalones y caminar unas cuadras por la calle
Madero hasta llegar a un punto de encuentro en Penna y Joaquín V. González, los
vecinos todavía se juntan para recibir fin de año con un tradicional festejo.
Una vecina de Olivos, Hilda Tercic, cuenta su historia con
respecto a las escaleras: “Las he recorrido durante mi adolescencia. En esa
época, estaba de novia y caminábamos juntos por la zona”. Y agrega: “Fue y es
parte de mi vida y la de muchos vecinos. Me gustaría que la sigan
disfrutando las futuras generaciones”.
En los últimos años, la estructura se encontraba muy
deteriorada. Los muros de contención tenían rajaduras, las paredes estaban
pintadas con grafitis, no había mucha iluminación y la vegetación era
incontrolable.
Historia. Así lucían en el siglo pasado. (Foto: Cristina
Mirabelli).
“La intervención, que se hizo en consenso con un grupo de
historiadores, se produjo en el marco de ‘Acupuntura Urbana’, un programa
que pone en valor espacios patrimoniales y paisajísticos de Vicente López”,
informan desde la Municipalidad. Y añaden: “Se realizó una limpieza
profunda de las paredes y ladrillos para recuperar su forma original, se
hicieron todos los revoques a nuevos y se completaron las piezas faltantes del
lugar. Por otra parte,instalamos luminarias y generamos un espacio
agradable con vegetación”.
Sin embargo, hay opiniones dispares sobre la remodelación.
La historiadora y vecina del barrio Cristina Mirabelli dijo al respecto: “Nos
enteramos de una micro intervención en las escalinatas que formaron
parte de la Quinta San Antonio, con el característico aporte de cemento y un
cartelito que saca de contexto y distorsiona el sentido patrimonial. Tememos
que nuestra ciudad pierda su identidad y se convierta en un ‘no lugar’ ”.
Las escalinatas son parte de la idiosincrasia del Partido, un
símbolo que perdura con el paso de los años. “Para mí, el proyecto es
indispensable para recuperar nuestra identidad. Un pueblo sin identidad ni
historia es propenso al olvido”, destaca López.
jueves, 10 de octubre de 2019
HyDUCR: "Una democracia militante" por Arturo Illia (22/2/1965)
El Dr. Arturo Illia en su paso por Leones, Córdoba durante la fiesta nacional del trigo hace consideraciones en torno a la defensa de la democracia, 22/2/1965.
sábado, 5 de octubre de 2019
Amor de leona
Nada más espléndido que aquella noche de luna en que el aire
apenas movía las hojas de sierra de las cortaderas. Aquel pequeño
destacamento compuesto de quince hombres marchaba tranquilamente a relevar a la
guarnición del fortín Vanguardia. En el destacamento iba el cabo
Ledesma, acompañado como siempre de su anciana madre, el sargento 1º Carmen
Ledesma, que no lo desamparaba un momento. Mama Carmen, como se la
llamaba en el Regimiento 2, no tenía sobre la tierra más vínculo que el cabo
Ledesma, su último hijo vivo, y en él había reconcentrado el amor de los otros
quince, muertos todos en las filas del regimiento.
Y era curioso ver cómo aquel gigante de ébano respetaba a
mama Carmen, en su doble autoridad de madre y de sargento. En sus
momentos de mayor irritación y cuando era difícil contenerlo, un solo grito del
sargento Carmen lo hacía humillar como una criatura. Aquellos dos
seres se amaban con idolatría profunda: ella dividía su vida entre el servicio
y el hijo, y él no tenía mayor encanto que las horas tranquilas que pasaba en
el toldo de la madre.
En aquella marcha, como siempre, el
sargento iba al lado del cabo Ledesma, acariciándolo y alcanzándole un mate que
cebaba de a caballo, a cuyo efecto no saltaba nunca el mancarrón sin llevar la
pava de agua caliente. Todo
estaba tranquilo y el piquete
marchaba fiado en aquella tranquilidad del campo que indicaba no haber gente en
las cercanías.
Al bajar un médano de los muchos que hay
por aquellos parajes, se sintió un inmenso alarido, y el piquete se vio
envuelto por un grupo de más de cien indios, que sin dar tiempo a nada cargaron
sobre los soldados con salvaje brío. Acababan de caer en una emboscada hábilmente
tendida.
Soldados viejos y aguerridos, pronto
volvieron del primer asombro, y bajo las puntas de las lanzas que evitaban como
podían, obedecieron la voz del oficial, que les mandaba echar pie a tierra y
cargar las carabinas.
El momento era solemne; casi todos los
soldados habían sido heridos más o menos levemente, cuando sonaron los primeros
tiros. El piquete había
formado un grupo compacto en disposición de poder atender a todos lados, y
hacían un fuego graneado que algo contuvo en el principio a los indios. Pero comprendiendo que esto era su
pérdida irremisible, mientras más tiempo se sostuvieran los soldados, cargaron
con terrible violencia.
Un grito inmenso se escuchó a la derecha
del grupo, grito terriblemente conmovedor que acusaba la desesperación del que
lo había dado. Era mama
Carmen, a cuyo lado acababan de dar dos lanzazos de muerte a su hijo
Angel. La negra arrancó a
su hijo el cuchillo de la cintura, y como una leona saltó sobre los indios, a
uno de los cuales había agarrado la lanza. Este desató de su cintura las
boleadoras y cargó sobre la negra, a golpe seguro. Aquella lucha fue corta y tremenda.
La negra, huyendo la cabeza a la bola del
indio, se había resbalado por la lanza hasta tenerlo al alcance de la
mano. Entonces le había saltado al cuello, sin darle tiempo a usar de la
bola. El salvaje se había
abrazado de la negra y había soltado lanza y bolas, para buscar en la cintura
el cuchillo, arma más positiva para el momento apurado de la lucha cuerpo a
cuerpo.
Se puede decir que indios y cristianos
dejaron de luchar un momento, embargados por aquel espectáculo
tremendo. Indio y negra, formando un solo cuerpo que se debatía en
contorsiones desesperadas, habían rodado al suelo. Ambos se buscaban el corazón. A los pocos segundos se escuchó algo
como un rugido y se vio a la negra desprenderse del grupo y ponerse en pie,
mientras el indio quedaba en el suelo, perfectamente inmóvil: el puñal de la
negra le había partido el corazón.
Mama Carmen volvió al lado del cabo Ledesma,
que agonizaba. El fuego
continuó unos minutos más, causando a los indios algunas bajas, que los
hicieron retirarse abandonando la empresa de cautivar al piquete. Toda persecución era imposible, pues
el piquete tenía cuatro heridos graves, y el cabo Ledesma, que expiró pocos
minutos después sobre el regazo de mama Carmen.
La pobre negra miró a su hijo con un amor
infinito, le cerró los ojos y sin decir una palabra lo acomodó sobre el
caballo, ayudada por dos soldados. En
seguida, y siempre en su terrible silencio, se acercó al indio que ella había
muerto y con tranquilidad aparente le cortó la cabeza, que ató a la cola del
caballo donde estaba atravesado su hijo.
Al incorporarse al piquete, regresó al
campamento con su triste carga y su sangriento trofeo. A la siguiente noche y a la derecha
del campamento, se veía una mujer que, sable al hombro, paseaba en un espacio
de dos varas cuadradas. Era
el sargento Carmen Ledesma, que hacía la guardia de honor al cabo Angel
Ledesma, enterrado allí.
Fuente
Gutiérrez, Eduardo – Croquis y siluetas
militares – Ed. Edivérn – Buenos Aires (2005).
miércoles, 2 de octubre de 2019
Elpidio Gonzalez - Parte 3
Tan grande y seria fue la actuación de los federales “rusos” en Córdoba, que Rufino de Elizalde, entonces Ministro de Relaciones Exteriores de Mitre, le manda decir a éste que era imperioso “ocupar militarmente a Córdoba, y ponerla a cubierto de un movimiento, ya sea del gobierno o de su partido; hacer salir de allí a los enemigos, poner la fuerza en poder de los amigos”.
El encargado de poner orden en la provincia de Córdoba contra la revolución de los “rusos” confederados, fue el general Emilio Conesa, quien el 27 de agosto de 1867 le intimó al mayor Simón Luengo para que se rinda y entregue a la justicia. Luengo se negó, por eso el general Conesa irrumpe en la capital cordobesa el 28 de agosto, persiguiendo y matando a los federales “rusos” que hallaba en su camino. La represión mitrista perduró hasta el mes de diciembre, “facilitada –dice Fermín Chávez- por los batallones de línea”.
Por este enfrentamiento y ocupación, que revivió el inextinguible choque de unitarios versus federales, el 4 de diciembre de 1867 fue hecho prisionero el coronel montonero Domingo González. Su captor fue G. L. del Barco; quien con fecha 6 de diciembre le envió una misiva al vicepresidente de la Nación, Marcos Paz, informándole la verdad:
“El mismo día 4 tomé a Domingo González, uno de los peores cabecillas del motín de Luengo, y el que se sublevó contra las fuerzas nacionales en los momentos de entrar a esta ciudad, y trató de asesinar al ministro de Guerra (3) y demás presos que estaban con él. Están, pues, bajo la acción de la justicia todos los cabecillas de aquel escándalo, sin faltar ninguno. Los individuos de tropa, y que han servido voluntarios a Luengo, ejerciendo un rol más o menos importante, todos están tomados, a excepción de muy pocos que no se escaparán”.
Se dice que el coronel González permaneció detenido en la cárcel de Córdoba capital junto a Simón Luengo y Agenor Pacheco por varios meses, sin que se efectúen los correspondientes trámites judiciales. Abandonados a su suerte, los únicos que se preocuparon por estos gauchos federales fueron los responsables del periódico “La Capital”, de la ciudad de Rosario, el cual había sido fundado por don Ovidio Lagos en ese mismo año de 1867, colaborando en ello su amigo, el poeta José Hernández.
Pidiendo por los tres montoneros, salieron diversas publicaciones en los meses de mayo y agosto de 1868. En 24 y 25 de agosto, por ejemplo, “La Capital” sacó una columna intitulada Los mártires políticos del pueblo cordobés. Allí, se leía lo siguiente: “Las naciones y los pueblos tienen sus héroes y sus mártires; Córdoba se distingue por los primeros y es célebre por los segundos. D. Simón Luengo, don Agenor Pacheco, don Domingo González y don Jacinto Alvarez. He aquí el nombre de cuatro mártires, víctimas de la infamia y de la traición de ciertos hombres político…” Esta afirmación periodística hacía alusión, sobre el final, a la esquiva actitud del general Justo José de Urquiza.
Como solía ocurrir con tantos federales tardíos que murieron en las mazmorras de las cárceles públicas, “La Capital” denunciaba el maltrato que recibían los “rusos” cordobeses. “Luengo, Pacheco y González –clamaba el periódico rosarino- han sido sacados del calabozo en altas horas de la noche, sin que el pueblo llegara a percibirse del hecho. Al otro día, como un sordo rumor, circulaba de boca en boca la desaparición de aquellos jefes beneméritos”.
En efecto, lo que había sucedido era que los tres federales habían sido trasladados a Buenos Aires en el máximo sigilo. Dos meses más tarde, en octubre de 1868, fueron castigados con la pena de “extrañamiento del territorio argentino”, es decir, el exilio.
El 20 de noviembre de 1868, otro periódico, “La América”, cuyos redactores eran Agustín de Vedia y Olegario V. Andrade, publican una nota titulada Los presos políticos, la cual contenía una carta que los tres detenidos habían dirigido al presidente de la Nación, Domingo Faustino Sarmiento. Allí solicitaban la salida del país o la excarcelación. A mediados de diciembre del mismo año, sale a la luz otra carta de los reos federales a Sarmiento con términos más o menos similares.
Al no haber respuestas de parte del salvaje unitario Sarmiento, el 21 de enero de 1869, Luengo, Pacheco y Domingo González le vuelven a escribir una misiva para el pronto esclarecimiento de su situación.
Lo último que se sabe del coronel montonero González, es que entre el 1º y 2 de febrero de 1869 fue embarcado con destino a Montevideo junto con Agenor Pacheco, como lo informó el diario “La América”. El vapor que los condujo a Uruguay era el Río Negro, y hasta allí fueron acompañados por una escolta, sugiere Fermín Chávez.
El único que quedó a merced de la justicia liberal fue Simón Luengo, el cual será muerto a tiros en 1872 en su Córdoba natural, al resistir a tiros una emboscada que le habían tendido los enemigos de la patria gaucha.
Es indudable que el coronel Domingo González llegó a inculcarle a su hijo los valores patrióticos llenos de moral, sacrificio y humildad, los que, recogidos por Elpidio, han merecido la escritura de una de las páginas más ilustres de la olvidada doctrina radical de Hipólito Yrigoyen. Hoy el pueblo deberá exigir la reaparición de decenas, de cientos y hasta de miles de Elpidio González para devolverle a la patria una felicidad y dignidad que hace mucho ha dejado de tener.
Referencias
(1) Se refiere al Presidente de la Honorable Convención Nacional de la UCR, doctor Francisco Beiró.
(2) Turone, Gabriel O., “Coronel Simón Luengo: Exponente del Federalismo Tardío Cordobés. 1858-1863” , Buenos Aires, Mayo de 2012.
(3) No sabemos si se refiere al Ministro de Guerra y Marina Juan Andrés Gelly o a Wenceslao Paunero.
Autor: Gabriel O. Turone
Fuente:
Barovero, Diego – “Elpidio González, el asceta de la política”, Villa Mercedes, San Luis, 2003.
Chávez, Fermín – “Vida del Chacho”, Ed. Theoría, Buenos Aires, Enero 1974.
Gallo, Rosalía Edit y Giacobone, Carlos – “Radicalismo bonaerense. 1891-1931” , Editorial Corregidor, Buenos Aires, Abril 1999.
Portal www.revisionistas.com.ar
Turone, Gabriel O. – “Origen federal de los primeros radicales”, Portal de Internet “Revisionistas.com.ar”, Buenos Aires, 2009.
Se permite la reproducción citando la fuente: www.revisionistas.com.ar
martes, 1 de octubre de 2019
Elpidio Gonzalez - Parte 2
Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero a este hombre que fue hijo de un gaucho federal de Felipe Varela, dada a conocer por el diario “La Nación” el día de su muerte (18 de octubre de 1951), y que decía así.
“(…) en un tranvía cierto domingo de un frío invierno, al mediodía, un anciano, pesándole más los años que el maletín de gastado cuero cargado de betún y anilinas Colibrí para los zapatos con que se ganaba la vida, vistiendo un traje gris, pobre y limpio y la barba, larga pero cuidada, subió a un tranvía.
Después de sacar el boleto se sentó al lado de un señor que venía leyendo un libro.
-“Cantos de vida y esperanza”, un buen libro de Rubén Darío”, le dijo el anciano al pasajero lector, y luego se enfrascó en sus cosas sin prestarle más atención.
El anciano contaba ahora algunas monedas que había obtenido de la venta del día.
-“Y sí, es él”, pensó el lector; ese al que ahora se le caía una moneda de un peso y se levantaba cansinamente a recogerla. Era él, el mismo que decían que vivía en un cuarto de la calle Cerrito que se venía abajo; el mismo que había rechazado una pensión que le correspondía; el amigo de Yrigoyen; el vicepresidente de Alvear…. el que tampoco aceptó una casa que el gobierno quiso darle para que viviera como merecía. Si, era Elpidio González.
El viejo político, con la moneda recuperada en su mano, jadeó un poco. Se había agitado al agacharse a recogerla. Y, como justificándose, dijo a su vecino al sentarse nuevamente junto a él:
-“Si no la uso para limosna, la usaré para comer”.
Y en la siguiente parada se alejó hacia la puerta trasera, como un espectro, para irse.
-“¡Oiga, señor González! -le dijo el viajero- sírvase guardar el libro que le agrada con usted. Sería un honor para mí que le aceptara”.
El anciano le miró agradecido y, cerrando los ojos, le dijo con convicción y humildad:
-“Un funcionario, aunque ya no lo sea, no acepta regalos, hijo. Y, además, recuerdo bien a Darío, mejor que a los precios de las pomadas: … y muy siglo dieciocho, y muy antiguo, y muy moderno; audaz, cosmopolita; con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo, y, una sed de ilusiones infinitas…”
Después de recitar su estrofa, tras la parada, el anciano bajó del tranvía y se perdió en la historia, con toda la riqueza de su pobreza, guardada en un maletín viejo, lleno de pomadas, y de unas pocas monedas escurridizas.
Un hombre olvidado, quizás, porque es un espejo en el cual muy pocos –o acaso nadie en la política argentina de hoy- pueda mirarse…. Elpidio González.
Lo recordamos, rechazó toda pensión del estado que le correspondiera y había sido: diputado nacional, ministro de Guerra, jefe de Policía, vicepresidente de la República, ministro del Interior y, finalmente, preso político durante dos años, tras el derrocamiento del gobierno democrático de Yrigoyen, que integraba.
Su paso por los altos cargos públicos no había significado para él un enriquecimiento material. Pobre, muy pobre, hizo frente al violento cambio de la fortuna con estoica simplicidad”.
Su padre, el coronel Domingo González
Reservo para el final, algunos datos interesantes acerca del padre de don Elpidio González, hablo del coronel Domingo González, militar que abrazó la causa de las montoneras federales.
Bajo las órdenes del caudillo y general Juan Saá, Domingo González se sublevó en la zona de Cuyo hacia 1866 y 1867, siendo parte de la última gran revuelta federal que hubo en el país. Cabe agregar que el padre de Elpidio González fue también un viejo servidor de Angel Vicente “Chacho” Peñaloza.
La estrategia de la sublevación de 1866/67 estaba a cargo de tres caudillos federales: Felipe Varela, Ricardo López Jordán y Juan Saá. El primero lucharía por el noroeste, el segundo en el litoral, y Saá en la zona de Cuyo. El Quijote de los Andes (Varela), le dio un nombre a esta contraofensiva gaucha federal: “Revolución de los Colorados”.
Igualmente, no pasó mucho tiempo para que, una vez iniciado el levantamiento federal, Domingo González pasará a colocarse bajo las órdenes del mayor Simón Luengo, en Córdoba, donde se enroló dentro del partido “ruso” que existía en la provincia mediterránea. En el post-Caseros, se entendía por “ruso cordobés” al hombre político intransigente que, a su vez pertenecía a “una organización amigadel general Urquiza –dúplice jefe del Partido Federal- y de los hombres decididamente antiporteñistas. En Córdoba, los “rusos” marcaron (…) una estoica “tercera posición” que se batió contra los partidos Constitucional y Ministerial, ambas expresiones del unitarismo cordobés”. (2)
Aunque no hay muchos datos biográficos del padre de Elpidio González, lo que debería generar una inquietud para la investigación revisionista, sí sabemos que el coronel era apodado con el alias de “Gato Amarillo” y que, sublevado el 20 de febrero de 1867 en la provincia de Córdoba junto con Simón Luengo, José Pío de Achával –ex hombre de confianza del caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra- y el mayor Agenor Pacheco –ex secretario privado del “Chacho” Peñaloza-, González fue designado jefe de un Batallón de Guardias Nacionales. Esta noticia cundió rápidamente en las hojas del periódico “La Nación Argentina” de febrero de 1867.
Elpidio Gonzalez - Parte 1
Elpidio González había nacido el 1º de agosto de 1875 en
Rosario. Ocupó diversos cargos públicos durante la primera presidencia de
Hipólito Yrigoyen: Ministro de Guerra de 1916 a 1918 y Jefe de la Policía Federal
Argentina, a partir de aquel último año y hasta 1921. Fue elegido para
acompañar a Marcelo T. de Alvear como vicepresidente de la Nación, y volvió a
cumplir funciones en el segundo mandato de Yrigoyen (1928-1930), siendo
Ministro del Interior.
El 12 de marzo de 1922, tras dos jornadas de reunión, la UCR
(Unión Cívica Radical), por medio de su Honorable Convención Nacional, designa
por medio de una rigurosa votación que el compañero de fórmula del candidato
presidencial Marcelo T. de Alvear va a ser Elpidio González. El
escrutinio le fue favorable por 102 votos propios contra 28 votos de quien le
seguía en la lista, Ramón Gómez, lo que a las claras demuestra todo lo que
representaba Elpidio González para sus correligionarios.
Como flamante candidato a Vicepresidente de la Nación,
González remitió una nota muy conceptuosa y llena de compromisos y lealtades:
“Me es grato acusar recibo de la nota del señor Presidente
(1), en la cual me hace saber que la Convención Nacional de la Unión Cívica
Radical, me ha designado candidato del partido para la vicepresidencia de la
República en el próximo período constitucional.
“Después de una intensa lucha de mi espíritu ante el honroso
voto del más alto cuerpo de mi partido, que valoro en todo su significado, me
hago un deber en aceptar su determinación, asegurando a sus miembros que si el
sufragio popular llegase a confirmarlo, pondría en el desempeño de tan alta
magistratura todas mis aptitudes e inspirándome celosamente en las virtudes del
esclarecido ciudadano que hoy preside la República (Hipólito Yrigoyen), cuyo
ejemplo democrático –me considero en la obligación moral de manifestarlo así-
ha de constituir la norma de mi acción al servicio de las instituciones
nacionales, en el culto invariable de la verdad y la justicia. Elpidio
González”.
Gente que lo ha tratado hasta su muerte, decía que Elpidio
González murió muy pobre. Esto dice un portal del partido al cual
perteneció: “No solamente se rehusó (Elpidio González) a percibir la pensión
como ex vicepresidente que por ley le correspondía, sino que para ganarse la
vida debió ingresar a la conocida firma productora de anilinas “Colibrí”, para
desempeñarse como corredor de comercio percibiendo una modestísima remuneración
que le obligaba a vivir austeramente”. Dignísimo.
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