El señor del jardín
No lo homenajea ninguna calle, pero sí un parque (el de
Figueroa Alcorta que, años atrás, albergó el Ital Park). Y sin embargo, aunque
pareciera no formar parte más que de la pequeña historia urbana, se sabe de
Thays que la adorable casita en medio del Jardín Botánico supo ser su hogar
(como el Jardín Zoológico era, a la vez, el de su amigo Clemente Onelli), que
vivió allí con su mujer, con sus hijos.
Que estaba apegado a su trabajo, pero
más todavía a sus plantas, a las que amaba con tanto fervor que no había
persona en Buenos Aires que no supiera quién era. “Por donde quiera que
descubre un lugar propicio, el buen maestro jardinero aparece para plantar
algún vástago que más tarde será la alegría de los ojos”, apuntaba Georges
Clemenceau en medio de los festejos del Centenario.
Thays y el tipo de mentalidad que ponía en juego no podrían
haber existido en otro momento ni en otras condiciones: erudito, favorito de
los ricos, que lo habían contratado, no por ello se limitó a generar lujos.
“Trabajó para los estancieros, pero también para los obreros –señala Berjman–.
El hizo también parques de estancias, jardines de residencias y demás, pero
cuando venían unos vecinos del barrio tal y le decían ‘queremos la plaza’, él
les hacía la plaza. Y si le pedían plantas y flores para una fiesta, ahí iba el
carro de la municipalidad a regalar flores tanto para la fiesta de Villa Santa
Rita como para la fiesta de la Recoleta. Y Thays plantó 150 mil árboles en la
ciudad. La arboleda que tenemos hoy, que está a punto de morir porque tiene 120
años y está en su último período, fue la plantada por Thays y su hijo (Carlos
Thays, también director de Parques y Paseos Públicos algunos años después de
que su padre dejara el puesto, y hasta comienzos del primer peronismo).
El fue
también quien instauró el día del árbol, el 11 de septiembre: era un gran
evento y los chicos de la primaria salían a plantar árboles en las plazas.”
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