Pero, por encima de estas apreciaciones, deseo remitirme a la esclarecedora Encíclica “Mater et Magistra” de Su Santidad Juan XXIII, en cuyas páginas están claramente definidas las condiciones y normas de la vida internacional por cuya vigencia debemos trabajar los pueblos que nos consideramos depositarios de esos ideales.
La defensa de la soberana propia, elemento básico del derecho internacional, presupone el respeto de las soberanías extrañas. No podemos reprimir a quienes intentan alterar nuestro modo de vida si a nuestra vez intentamos alterar el modo de vida de otros pueblos. En nuestra América tenemos una triste experiencia de la injerencia extraña en los asuntos internos de otros Estados. Por eso hemos instituido el principio de autodeterminación de los pueblos en el fundamento del sistema interamericano. Si violáramos ese principio para imponer nuestras ideas a nuestros vecinos, no podríamos protestar mañana cuando otra nación quisiera imponer los suyos a los argentinos. Cuando respetamos la autodeterminación de otros pueblos estamos exigiendo, a la vez, el respeto a nuestra propia autodeterminación, estamos defendiendo nuestra propia soberanía.
En el mundo han coexistido siempre diversas filosofías nacionales, regímenes políticos autocráticos y democráticos, países católicos, protestantes y musulmanes. La humanidad ha aspirado siempre suprimir las guerras ideológicas entre naciones porque su experiencia milenaria demuestra que ningún pueblo logra vencer a sangre y fuego el alma de otro pueblo. Vivimos en este mundo diverso y debemos acatar las leves de la convivencia de esas diversidades. Así lo entienden las naciones adelantadas de la tierra, las más celosas de su patrimonio legendario, cuando mantienen relaciones y comercian con otras naciones que son el polo opuesto de sus ideales nacionales. En esta aceptación expresa de las diversidades nacionales se funda precisamente todo el derecho internacional y la carta de las Naciones Unidas. La Argentina, que es miembro de esa comunidad, tiene la obligación de respetar sus cánones y los respetará sin excepciones.
Pero la Argentina es más que un miembro pasivo de esa comunidad universal. Después de años de aislamiento la República ha adquirido una gravitación excepcional en los asuntos internacionales, desde luego, hemisféricos, propios de una verdadera y efectiva potencia americana. Ello hace que el país haya alcanzado una peculiar consideración mundial y sea altamente respetado. Junto a otros países hermanos, encabezamos una nueva conciencia latinoamericana que se proyecta con vigor sin precedentes en el ámbito mundial. Esto no es fruto de una casualidad ni de una improvisación, ni siquiera de una postulación ideológica.
Estamos ocupando un lugar de primer plano por la sencilla razón de que América latina ha decidido emprender la extraordinaria empresa común de superar el subdesarrollo y la pobreza. Esta determinación nacional de cada uno de sus países y de la comunidad entera es la que se traduce en su creciente gravitación internacional. La medida de esa gravitación es el tamaño de su vocación de progreso. Nos hemos hecho fuertes ante los ojos ajenos porqué hemos determinado con precisión los objetivos y los estamos persiguiendo con irrevocable decisión.
Esta gravitación, cada día más creciente, de la Argentina, determina su intervención constante en los más graves problemas que afronta actual situación del mundo mediante consultas directas al Presidente de la Nación. Cuestiones como la del desarme, las repercusiones del fracaso de la Conferencia Cumbre de París celebrada, el año próximo pasado, la evolución de la guerra fría, la actual situación de Berlín, han provocado contactos directos con nuestro gobierno por parte de los jefes de Estado de las más grandes naciones del mudo. A la vez que ello demuestra que las discrepancias existentes entre los países comprometidos por todas esas cuestiones deben ceder a la necesidad objetiva de negociar los diferendos para mantener la paz del mundo, muestra a las claras que la República detenta voz y audiencia propia en el ámbito mundial. Correlativamente, ello acredita que la Argentina no está ubicada entre los satélites, que obedecen sumisos los dictados de las grandes potencias sino que toma parte activa y resuelta en la consideración de los problemas que más afligen a la humanidad.
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