Con relación a la lucha contra la acción disolvente del comunismo, el aporte de nuestra propia fuerza y gravitación en el cuadro internacional es el mejor camino para preservar los principios y tradiciones inherentes a nuestra esencia nacional. Si a cambio de actuar como país independiente y en ejercicio de su plena soberanía, lo hiciéramos como satélite, no sólo abdicaríamos de nuestra dignidad nacional sino que seríamos responsables de dejar al país desguarnecido ante la reacción y el extremismo. Los satélites nada suman a los principios que se trata de reservar. Las naciones independientes, comprometidas y aliadas en la defensa de las grandes causas de la humanidad, aportan la fuerza política y moral de su propia gravitación.
En lo que concierne a las relaciones intercontinentales, la reciente conferencia de Punta del Este ha traducido la expresión de un profundo cambio, al que la Argentina ha contribuido de manera preponderante. América latina discutió de igual a igual can los Estados Unidos e impuso sus puntos de vista sobre la urgencia de proveer los recursos, en magnitud y oportunidad adecuadas, para el desarrollo de base del hemisferio. Se dejó de lado la vieja retórica del panamericanismo y se adoptaron resoluciones concretas y expeditivas.
Hubo acuerdo de criterios, entre la delegación norteamericana y las de la mayoría de los países latinoamericanos en un clima de mutuo respeto y armonía. La prensa mundial ha coincidido en destacar el papel preponderante de la Argentina en las deliberaciones. Puede decirse que
Punta del Este comienza una nueva era en la historia de América y que la Argentina ha sido uno de los principales arquitectos de esta victoria.
Tampoco esta circunstancia ha sido casual. En Punta del Este culminó una política americana que iniciamos antes de asumir el gobierno y cuyo fruto más reciente es el acuerdo de Uruguayana. La República Argentina está indisolublemente comprometida a participar en todos los esfuerzos de integración espiritual y material del continente y cifra en su política americana su mayor y más firme esperanza. En mis recientes conversaciones con los señores Stevenson, Dillon y otros hombres de Estado, escuché la firme opinión de que en todo el hemisferio se considera a la Argentina como factor decisivo del desarrollo económico, la estabilización democrática y, consiguientemente, del triunfo de los ideales occidentales en América. Prueba de esta convicción es el éxito que ha acompañado a las negociaciones del ministro de Economía y las de nuestro representante en Washington. El gobierno de los Estados Unidos entiende que en el fortalecimiento de la democracia argentina está la prueba de que el desarrollo, base de la elevación de los niveles de vida, puede avanzar y triunfar sin que de ningún modo sea necesario recurrir a la violencia y la destrucción de las libertades individuales que, por el contrario, actúan como factores negativos.
Al respecto, conviene recordar que con motivo de la conferencia celebrada, el 24 de mayo de este año en Washington con el presidente Kennedy por nuestro ministro de Economía, el jefe de Gobierno de los Estados Unidos declaró: “Si los años sesenta deben convertirse en la década del progreso para las Américas, si debemos aportar un progreso económico y una mayor justicia social a nuestro hemisferio bajo la égida de la libertad, debemos contar para ello con los esfuerzos cooperativos de los gobiernos de la Argentina y de los Estados Unidos.
“Nosotros, los Estados Unidos, esperamos colaborar con el gobierno argentino en sus esfuerzos heroicos para mejorar el bienestar de su pueblo, pues nos hemos comprometido a participar en el desarrollo económico de la Argentina. Más importante aún, es que nos hemos comprometido a continuar nuestras relaciones de amistad, asociación y respeto mutuo.
“En conjunto, la Argentina y los Estados Unidos pueden trabajar, no solamente con vistas a la solución de sus propios problemas, sino igualmente para mejorar la vida de los hombres libres de este hemisferio y del mundo entero, pues los Estados Unidos y la causa de la libertad, no tiene amigo más sólido y respetado que el pueblo argentino”.
Una nación no pasa a ocupar un lugar de expectación y privilegio en el concierto mundial sin que ello le comporte nuevas y más graves responsabilidades. Es el caso de la Argentina. En la medida en que su palabra es cada vez más escuchada, su participación en los asuntos del continente se torna imperativa. Aunque sus gobernantes quisieran, no podrían eludir la consideración y el análisis de los problemas de la comunidad. Entre estos problemas el más candente es quizás el de Cuba. El Gobierno mantiene y mantendrá la posición que ha adoptado con respecto a este país.
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