No hay opción entre la estabilidad financiera y la inflación incontrolada. Si no extirpamos el déficit fiscal, motivado en su mayor parte por el déficit de las empresas estatales, no habrá moneda sana y, por consiguiente, no habrá estabilidad en el salario real de los trabajadores y en los precios de los artículos que consume la población.
No hay opción entre el desarrollo y el subdesarrollo.
La crisis universal de los países exportadores de productos primarios no se soluciona con una política internacional de los precios de esos productos desvalorizados por el exceso de oferta y por la política proteccionista de países industriales que subvencionan su producción primaria y las de sus dominios. No hay otra solución que la de salir de la condición exclusiva de productores de materias primas y alimentos y emprender un vigoroso y rápido plan de explotación de los recursos internos, industrialización nacional e integración comercial en escala regional y mundial. En materia de comercio exterior hay que suprimir toda discriminación y buscar nuevos mercados en las naciones que como la nuestra están en pleno proceso de desarrollo, cualquiera sea el sistema político imperante en los países a los cuales necesitamos vender o a los cuales necesitamos comprar. El mundo puede estar dividido por barreras políticas pero éstas no pueden interferir en el comercio y no lo interfieren ni siquiera entre los más enconados rivales cuando se trata de restablecer las corrientes multilaterales del comercio mundial interrumpidas por la guerra.
No hay opción entre la convivencia y cooperación internacionales y el aislamiento. Los argentinos hemos tenido la dolorosa experiencia de una política fundada en la ilusión la autosuficiencia creada por una prosperidad efímera que no se asentaba en el desarrollo orgánico de los rubros fundamentales de toda economía nacional moderna.
Y aquí entramos de lleno al tema principal de esta exposición.
Los argentinos, todos los argentinos, estamos irrevocablemente comprometidos a dar término a la tarea de sacar a nuestro país de la quiebra financiera y del atraso económico. Para ello nos impusimos sacrificios y adoptamos medidas drásticas, que afectan el interés inmediato de todos los sectores. El gobierno acepta íntegramente la responsabilidad de haber ejecutado una política impopular en su expresión indispensable para asegurar a breve plazo el creciente bienestar del pueblo. No vacila en el ejercicio de su autoridad para contener y encauzar la justa impaciencia de quienes se sienten más afectados, que son los trabajadores y sus familias. Ahora mismo estamos decididos a ejecutar hasta el fin el plan de reestructuración de los transportes, resorte económico vital, aun enfrentando la incomprensión de cierto sector de dirigentes gremiales.
Pero la autoridad es indivisible. No se puede exigir del gobierno energía y responsabilidad para vitalizar el frente interno si al mismo tiempo se pretendiera inmovilizarlo y menoscabarlo en la conducción de la política internacional. La política internacional de un país no es una abstracción dada en puros conceptos, sino un instrumento de realización nacional, una herramienta de los pueblos para asegurar su existencia y su prosperidad dentro del marco de comunidad universal. En ese sentido es la proyección externa de su personalidad interna, el medio de obtener los fines nacionales con el auxilio de la cooperación internacional y de las corrientes mundiales del intercambio.
El objetivo básico de toda política internacional es lograr el respeto ajeno de la soberanía propia. Nuestro país es un país soberano, fundado en un régimen político democrático, en ideales cristianos profesados por la inmensa mayoría católica de su población y que provienen de su irrenunciable raíz histórica. El primer deber del gobernante es preservar esa herencia y defenderla contra toda agresión, franca o disimulada, directa o indirecta.
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