-Si Yrigoyen tenía tanto apoyo electoral y popular, ¿por qué no salieron a defenderlo?
-Si hubo gente en la calle fue para apoyar el golpe, movida por la oposición para apoyar un virtual desfile militar, no una entrada por la fuerza para combatir activamente: se trataba de producir un hecho político.
Cuando sucede el golpe ni siquiera había un gran consenso en el Ejército: había sectores muy jugados, como Uriburu y Justo, pero no un apoyo consistente. Sí hubo una gran pasividad: se vio el golpe como un hecho consumado. En las filas del radicalismo hubo una escasa resistencia orgánica, una auténtica movilización de masas, estructurada en los comités cuyos tentáculos cubrían casi todo el país y tenían decenas de miles de integrantes. Hubo movilizaciones en provincias, pero minoritarias.
En Buenos Aires hubo hechos de violencia, algunos tiroteos, pero aislados. El partido estaba quebrado, consumido por la crisis.
-¿Qué significó el golpe para el país y a quiénes representaba?
-El golpe inaugura una etapa, que duró 53 años, de constante intervención de la vida política e institucional del país por las Fuerzas Armadas. Se terminaron convirtiendo en un actor político más de la vida argentina. ¿Por qué? Hay varias interpretaciones: una es que son un instrumento político de las facciones más orgánicas de la clase dominante.
El poder militar expresa la ausencia de un partido de derecha orgánico que se someta al juego político democrático. En el Ejército había elementos plebeyos e incluso llegaban a altos cargos, pero un estudio sociológico muestra un gran peso de los sectores más pudientes y acomodados. La alianza se da, entonces, por vínculos familiares, sociales, económicos. Igual está claro que detrás de cada golpe y sus decisiones hay intereses sociales y económicos. Los militares se convirtieron en canalizadores de esos intereses.
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