Hacia las dos de la tarde, los criollos Manuel José de Ocampo y Tomás Manuel de Anchorena cruzan la Plaza Mayor en dirección al Fuerte. Allí notifican la novedad al ex Virrey, que les dice:
- Acepto la decisión del Cabildo. Pero estoy dispuesto a alejarme del mando si es preciso. Considero prudente que antes de decidir nada en definitiva, se consulte a los comandantes de los Cuerpos de esta guarnición.
Apenas regresan los dos emisarios al Cabildo, con la aceptación escrita y condicionada de Cisneros, son citados los jefes militares. Estos responden la consulta de los cabildantes en forma ambigua, pues se limitan a expresar que el pueblo sólo ansía “que se haga pública la cesación en el mando del Excmo. señor Virrey, y la reasunción de él en el Excmo. Cabildo; que mientras no se verifique ésto (el pueblo) de ningún modo se aquietaría”.
Son aproximadamente las tres de la tarde, cuando los comandantes militares abandonan la Sala Capitular. Ni lerdo ni perezoso, Leiva aprovecha la ambigüedad de su respuesta para, que se confirme a Cisneros al frente de la Junta. Comienza a discutirse entonces la integración del nuevo cuerpo y, bajo la inspiración del síndico, se propone una Junta con mayoría de los partidarios del ex Virrey, reservándose sólo dos vocales para los revolucionarios: una la ocuparía Saavedra, a quien responden las fuerzas, y la otra el prestigioso secretario del Consulado, doctor Manuel Belgrano.
Se trata ahora de redactar un bando cuidadosamente armado, para que la noticia no exaspere a los revolucionarios. No es fácil hallar los términos más convenientes de la redacción, y en esa tarea transcurren las horas. Al promediar la tarde, nada se ha resuelto aún, y afuera los ánimos comienzan a inquietarse. Muchos curiosos se acercan a la Plaza, mientras los cabecillas de la Legión Infernal empiezan a sospechar que la demora obedece a algún arbitrio turbio de los cabildantes.
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