Y sin embargo, aun cuando su presencia sigue siendo
constante, recién ahora la ciudad que ayudó a imaginar y concretar le rendirá
un homenaje. Claro que la ocasión será, como su propio ímpetu jardineril,
monumental: mil metros cuadrados del Centro Cultural Recoleta le serán
dedicados desde el atardecer del miércoles 4 (y hasta el 6 de diciembre),
cuando se inaugure “Carlos Thays, un jardinero francés en Buenos Aires”.
El paisaje cotidiano
Para quien la habita, una ciudad bien puede ser una sucesión
de espacios en los cuales se desarrolla su vida: en una calle quizás haya
transcurrido su infancia, en un parque tal vez se reuniera en las primaveras
con sus amigos, en una plaza puede haber descubierto horizontes insospechados,
y así cada rincón. Pero quien la recorre y la tiene por mundo inmediato y
propio nunca diría que esos lugares, esos ámbitos públicos que con el tiempo se
transforman tanto como las personas, no tienen identidad. “Históricamente, se
calcula que una generación son 30 años.
Eso quiere decir que desde que Thays
puso manos a la obra aquí hubo por lo menos cuatro o cinco generaciones. Hubo,
de habitantes de la ciudad, aproximadamente, 10 o 15 millones que se fueron
sucediendo en el tiempo. Buenos Aires tuvo una población más o menos estable de
tres millones de habitantes promedio en estos 120 años: son personas que
vivieron su vida signada por Thays y tal vez no lo saben, como posiblemente no
lo sepan tampoco los habitantes de ciertos lugares del interior”, indica Sonia
Berjman, doctora en Historia del Arte, especialista en historia urbana porteña
y curadora (aunque lo más correcto, y aun así mezquino, sería decir alma mater)
de la inminente exposición homenaje que llega, además de al comienzo del mes
del jacarandá, cuando se cumplen tres aniversarios: 160 años del nacimiento de
Thays, 120 de su radicación en Argentina y 75 de su muerte.
Todos esos números son la clave para leer la historia
de un hombre que nació y se formó en Francia (aunque Berjman, en sus
indagaciones por archivos, no dio con una sola institución que recuerde, en sus
registros, haberlo tenido como alumno), se convirtió en mano derecha de Edouard
André (el gran paisajista francés de fines del XIX), y no tuvo más remedio que
venir en su lugar cuando, llegando 1888, Miguel Crisol quiso contratar a un
jardinero refinado para inventar una urbanización elegante en Córdoba. Así
llegó Thays a la Argentina (tras dejar una París que recién estrenaba la Torre
Eiffel), sin contar con que un par de años después la crisis del ’90
desbarataría los planes y truncaría el proyecto.
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