Un pequeño drama de amor acompaña estas jornadas. El general
Ordoñez se enamora de Margarita Pringles, la hermana de Juan Pascual. También
está enamorado de ella Bernardo de Monteagudo, pero los favores de la dama son
para Ordóñez. Se dice que la pasión amorosa tuvo alguna relación con la
rebelión y el posterior ajuste de cuentas. Lo que se sabe es que Monteagudo
ordenó fusilar a Ordóñez. En materia amorosa, Monteagudo no era buen perdedor.
Tampoco le temblaba el pulso.
En las Chacras de Osorio, el joven Pringles se incorpora al
ejército que San Martín estaba formando para marchar a Perú. La expedición sale
de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Tres meses después Pringles vivirá su
hora más gloriosa. San Martín le había encargado que acompañara a un emisario
que debía negociar la deserción de un regimiento español integrado por
americanos.
Pringles sale con diecisiete granaderos. En la Caleta de
Pescadores, cerca de Chancay, decide hacer un alto. De pronto aparecen en el
horizonte dos escuadrones de dragones armados hasta los dientes. Son más de 500
hombres contra 17. El jefe español exige rendirse. El único grito que se oye en
el silencio atroz de la tarde es su voz gritando “a degüello” . Los godos no
podían creer lo que estaban viendo. Apenas diecisiete hombres se abalanzan
sobre ellos como si fueran soldados de juguete.
Después del primer encontronazo, Pringles y un puñado de
sobrevivientes quedan acorralados. Al frente, los españoles; a sus espaldas, el
océano. La voz de general Valdez vuelve a reclamar rendición. Pringles no lo
duda. No ha venido al Perú a rendirse. Se envuelve en la bandera y se lanza con
sus soldados al abismo. El coraje es contagioso. Desde el acantilado, los
soldados españoles saludan a los bravos. Las olas los arrastran hasta la costa.
Valdez propone ahora la rendición condicional. A Pringles y a sus soldados se
les respetará la vida y no están obligados a entregar documentos o a revelar
secretos.
Unas semanas después, los prisioneros serán canjeados por
prisioneros españoles. Valdez le envía un parte al coronel Alvarado en el que
pondera las virtudes guerreras de Pringles. San Martín, cuando se entera de la
noticia, no lo duda. Ordena que se forjen medallas para Pringles y sus hombres.
La medalla tiene inscripta esta frase: “ Gloria a los vencidos de Chancay”.
Y entramos ahora al último tramo de la historia. El
escenario son las soledades de San Luis y Córdoba. Otra vez la mano del destino.
Pringles acaba de ser derrotado por las tropas de Facundo Quiroga en San José
del Morro. Se repliega hasta la provincia de San Luis. Está rodeado. Lo sabe y
no le importa. Confía en su estrella. Ha conocido momentos peores. En las
orillas del río Quinto es derrotado otra vez. Un oficial le ordena rendirse.
Pringles dice que sólo entregará su espada al general Quiroga. El oficial le
dispara a quemarropa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario