domingo, 5 de julio de 2015

Coronel Pascual Pringles: el honor de ser valiente – Parte 3



Un pequeño drama de amor acompaña estas jornadas. El general Ordoñez se enamora de Margarita Pringles, la hermana de Juan Pascual. También está enamorado de ella Bernardo de Monteagudo, pero los favores de la dama son para Ordóñez. Se dice que la pasión amorosa tuvo alguna relación con la rebelión y el posterior ajuste de cuentas. Lo que se sabe es que Monteagudo ordenó fusilar a Ordóñez. En materia amorosa, Monteagudo no era buen perdedor. Tampoco le temblaba el pulso.

En las Chacras de Osorio, el joven Pringles se incorpora al ejército que San Martín estaba formando para marchar a Perú. La expedición sale de Valparaíso el 20 de agosto de 1820. Tres meses después Pringles vivirá su hora más gloriosa. San Martín le había encargado que acompañara a un emisario que debía negociar la deserción de un regimiento español integrado por americanos.

Pringles sale con diecisiete granaderos. En la Caleta de Pescadores, cerca de Chancay, decide hacer un alto. De pronto aparecen en el horizonte dos escuadrones de dragones armados hasta los dientes. Son más de 500 hombres contra 17. El jefe español exige rendirse. El único grito que se oye en el silencio atroz de la tarde es su voz gritando “a degüello” . Los godos no podían creer lo que estaban viendo. Apenas diecisiete hombres se abalanzan sobre ellos como si fueran soldados de juguete.

Después del primer encontronazo, Pringles y un puñado de sobrevivientes quedan acorralados. Al frente, los españoles; a sus espaldas, el océano. La voz de general Valdez vuelve a reclamar rendición. Pringles no lo duda. No ha venido al Perú a rendirse. Se envuelve en la bandera y se lanza con sus soldados al abismo. El coraje es contagioso. Desde el acantilado, los soldados españoles saludan a los bravos. Las olas los arrastran hasta la costa. Valdez propone ahora la rendición condicional. A Pringles y a sus soldados se les respetará la vida y no están obligados a entregar documentos o a revelar secretos.

Unas semanas después, los prisioneros serán canjeados por prisioneros españoles. Valdez le envía un parte al coronel Alvarado en el que pondera las virtudes guerreras de Pringles. San Martín, cuando se entera de la noticia, no lo duda. Ordena que se forjen medallas para Pringles y sus hombres. La medalla tiene inscripta esta frase: “ Gloria a los vencidos de Chancay”.


Y entramos ahora al último tramo de la historia. El escenario son las soledades de San Luis y Córdoba. Otra vez la mano del destino. Pringles acaba de ser derrotado por las tropas de Facundo Quiroga en San José del Morro. Se repliega hasta la provincia de San Luis. Está rodeado. Lo sabe y no le importa. Confía en su estrella. Ha conocido momentos peores. En las orillas del río Quinto es derrotado otra vez. Un oficial le ordena rendirse. Pringles dice que sólo entregará su espada al general Quiroga. El oficial le dispara a quemarropa.

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