Durante dos o tres días Pringles agoniza en medio del
desierto. La patrulla llega finalmente hasta el campamento de Quiroga.
Orgulloso, el oficial le muestra el cadáver. Quiroga ya está enterado de todo.
Siempre sabía todo. Sus ojos negros brillan furiosos. La leyenda cuenta que los
destinatarios de aquellas miradas fue lo último que vieron en la vida.
“ ¡Por no manchar con tu sangre el cadáver del valiente
Pringles -le dice- es que no te hago pegar cuatro tiros ahora mismo!. ¡Cuidado
otra vez -miserable- que un vencido invoque mi nombre!” Quiroga se ha sacado su
poncho, el poncho que lo acompañó en tantas batallas y que lo protegió del frío
y de la lluvia, de la soledad y de las derrotas. Se ha puesto de rodillas. Los
hombres lo miran en silencio. Con un cuidado, con una delicadeza que ninguno de
sus soldados conocía, cubre el cuerpo del bravo coronel Pringles. Imposible un
homenaje más justo y más digno.
Rogelio Alaniz
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2009/05/13/opinion/OPIN-03.html
No hay comentarios.:
Publicar un comentario