Pronto Urquiza comprendió que la victoria obtenida
sobre Rosas en Caseros tendría un gusto amargo. Con buen tacto político y
seguramente para evitar reacciones populares contra su persona, decidió nombrar
como gobernador provisorio al rosista Vicente López y Planes. Pero los
emigrados unitarios, una vez vueltos a Buenos Aires, no tardarían en hacer
sentir su influencia.
Para Brasil la batalla de Caseros implicó un resonante
triunfo de su política de debilitar la presencia rosista en la cuenca del Plata.
Lograba la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay, factor que daba
salida a la economía del Mato Grosso. Estos beneficios se sumaron a los que ya
había obtenido sobre el Estado Oriental, gracias a los acuerdos firmados en
octubre de 1851 con el oriental Andrés Lamas.
Para Inglaterra y Francia la caída de Rosas ofrecía la
tantas veces frustrada oportunidad de negociar la libre navegación de los ríos
interiores. En abril de 1852 ambos países europeos mandaron con este objeto a
sus enviados especiales, como también lo hizo el gobierno norteamericano.
Finalmente, el 10 de julio de 1852 Urquiza firmó tratados con Francia, Gran
Bretaña y Estados Unidos, que establecían el libre tránsito de los ríos Paraná
y Uruguay.
Por otra parte, las consecuencias políticas y económicas de
la Guerra Grande en la Banda Oriental -que se inició con el comienzo de la
lucha de Rivera contra Oribe en 1839, se agravó con el sitio de Montevideo por
parte de las fuerzas de Oribe-Rosas establecido en febrero de 1843, y terminó
con la capitulación de Oribe pactada con Urquiza el 8 de octubre de 1851-
fueron marcadamente negativas para la economía, la sociedad y el gobierno
uruguayos. Tanto los "blancos" como los "colorados" estaban
desilusionados de la intervención extranjera. Los partidarios de Oribe lo
estaban por la vulnerabilidad que demostró Rosas ante el levantamiento de
Urquiza. Los seguidores de Rivera por la falta de vocación demostrada por los
ingleses y franceses para destruir el régimen de Rosas. Ambos partidos estaban
también molestos por la descarada explotación a que sus respectivos aliados
"externos" sometieron al Uruguay.
La matanza indiscriminada de
animales, el asalto de rebaños, el consumo de ganado por parte de las tropas
que atravesaban la campaña oriental arruinó la actividad ganadera y saladeril.
Además, el gobierno uruguayo se había endeudado con los prestamistas locales y
extranjeros. Por último, se registró una notable reducción de la población
oriental: de 140.000 habitantes en 1840 a 132.000 en 1852; por su parte, la
población de Montevideo disminuyó de 40.000 habitantes a 34.000 (1).
- Cifras citadas en Leslie
Bethell (comp.), Historia de América Latina, Volumen 6, América Latina independiente,
1820-1870, Barcelona,
Crítica, 1991, cap. 8, p. 302.
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