En 1911, el presidente Sáenz Peña resolvió que visitaría
Tucumán en julio del año siguiente. Comunicó esa decisión al gobernador, doctor
José Frías Silva. Expresó que “al adoptar esa determinación, he obedecido a un
concepto verdadero y expansivo de la nacionalidad”. Si el Congreso de 1816
afirmó la Independencia, “me parece que debemos rendirle homenaje en su sede y
en su ambiente, asociado el país entero al noble pueblo que lo hospedara,
templándolo con su admiración y sacrificio”.
Dos visitas y muerte
Vino efectivamente a Tucumán con gran parte de su gabinete, y se quedó varios
días, conquistando el afecto de todos. Era el tercer mandatario que llegaba a
la provincia desde la Constitución del 53: Nicolás Avellaneda vino en 1876 y
Julio Argentino Roca hizo una visita relámpago en 1883.
Al año siguiente, 1913, Sáenz Peña repitió la visita a nuestra ciudad, donde ya
gobernaba el doctor Ernesto Padilla. Declaró entonces su propósito de
centralizar en Tucumán los próximos festejos del Centenario de la
Independencia, que tendrían lugar en 1916.
Una vieja enfermedad empezó poco después a acosar su organismo. Debió pedir
reiteradas licencias por esa causa y, obviamente no pudo venir a Tucumán en
1914. Falleció un mes después de las fiestas julias, el 9 de agosto.
Estadista sin demagogia
El presidente que instaló la democracia quería dar la máxima jerarquía a la
imagen del Ejecutivo. Por eso dispuso que los ordenanzas de la Casa Rosada
vistieran frac, calzón corto de terciopelo, largas calzas y zapatos con
hebillas. Cuando llegaba a alguna ceremonia, recuerda Ramón Columba que repartía,
a los pobres que se acercaban al carruaje, “monedas de oro relucientes, que
eran libras esterlinas”.
Alto, elegante y distinguido, el mismo testigo admiraba la estampa del
presidente entrando al Congreso a leer su mensaje. Sobre el frac protocolar, “lucía
la capa granadina que daba a su figura románticos contornos”.
Apunta un historiador que tenía una conversación amena, capaz de cautivar tanto
a los hombres como a las mujeres. “Aristócrata por su cuna, por inclinación
natural y formación cristiana, se sentía cómodo entre príncipes como entre
obreros y campesinos, porque a unos y otros comprendía y tenía mucho que
decirles. De ahí que fuese un gran demócrata y jamás un demagogo”.
LA GACETA
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