El 28 de enero, el Triunvirato ordena al coronel San Martín
que protegiese las costas del Paraná del desembarco realista. Los granaderos
siguieron el avance de la flota enemiga que constaba de 11 naves y unos
trescientos soldados. Las naves pasaron el pueblo de Rosario y fondearon frente
al Monasterio de San Carlos, en San Lorenzo, aguas arriba. Los españoles
bajaron a tierra, subieron las altas barrancas y se encontraron con los
pacíficos frailes. Luego llegaron algunos paisanos al mando de Caledonio
Escalada, comandante militar del Rosario, y, cuando los realistas volvían a
embarcarse, intercambiaron algunos disparos de cañón. El dos de febrero por la
noche llegan los granaderos de San Martín al convento y se ocultan en el patio,
en silencio, sin encender fuegos.
Desde la torre del convento, el Coronel
vigilaba las señales de luces de las naves enemigas. Cuando despuntaba el sol
del día 3 de febrero, las lanchas de la expedición realista tocaban tierra y
subían el barranco en dos columnas dispuestos al combate. San Martín dividió a
los granaderos también en dos columnas que, cuando sonó el clarín, cargaron
desde cada lado del convento.
En la primera carga, el caballo de San Martín fue derribado trabando una pierna
del Coronel. El granadero Baigorria traspasa con una lanza a un soldado español
que intentaba herir a San Martín. El soldado Juan Bautista Cabral echó pie a
tierra y levantó el caballo permitiendo a su jefe incorporarse, entonces fue
herido de muerte. A las pocas horas del combate, ya conociendo el resultado,
pronunció las famosas palabras:
"¡Muero contento! ¡Hemos batido al enemigo!"
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