Durante la noche del 18 al 19 pasé el río de Famaillá, veinte cuadras del campo enemigo, aguas arriba, y dando vuelta sobre mi derecho; amanecí formado en batalla a la espalda del enemigo, y a una distancia de veinte cuadras aproximadamente. El enemigo dio vuelta y me tacó al instante. El éxito de la batalla dependía del combate entre mi izquierda y la derecha enemiga.
Donde estaba lo selecto de la caballería de ambos. Mi derecha y la izquierda enemiga, compuestas de los santiagueños, esperaban el resultado del combate del ala opuesta, para huir o avanzar. La poderosa infantería enemiga estaba contenida y obligada a tenderse en el suelo, por el fuego de nuestros tres cañones, que habían tenido la fortuna de desmontar una pieza de a ocho, la más fuerte del enemigo. La derecha enemiga atacó mi izquierda; mis primeros escuadrones fueron vencedores, y lancearon por la espalda más de cien enemigos; pero el escuadrón Libertador (compuesto todo de porteños), al que no tocaba sino un esfuerzo muy inferior al que habían hecho los otros escuadrones, huyó a treinta varas del escuadrón enemigo, que le tocó cargar, y la derrota de la izquierda empezó a pronunciarse.
Lancé entonces mi escolta, que tomaba perfectamente por el flanco izquierdo de la derecha enemiga. En su primer ímpetu arrolló una parte de la fuerza enemiga que perseguía, pero no fue ayudada por los otros escuadrones, que debían haber vuelto caras inmediatamente, y huyó también. Mi derecha, que mandé en el acto cargar a la izquierda enemiga, se disolvió moverse, y entonces los santiagueños avanzaron, porque ya no tenían enemigos al frente. Debe usted inferir lo que harían mis pobres ochenta infantes, cuya mayor parte tenían fusiles descompuestos. Huyeron a salvarse en un bosque inmediato. Mis tres piezas fueron tomadas por el enemigo, que no persiguió a nadie, sino a mi sola persona, pues nuestra izquierda había salido del bosque con menos pérdida que el enemigo, el que siempre le respetó aun viéndola dispersa y en fuga.
Se perdió, pues la batalla de Famaillá, y a los once días llegué a esta ciudad, con la mayor parte de mi ala izquierda. Mi ala derecha era toda de tucumanos, que se fueron a sus casas (...).
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