La batalla de Famaillá fue el último gran combate que dirigió el general Lavalle y su pérdida significo el fin de la Coalición del Norte. El general Paz en sus memorias, cita las cartas que le envió el mismo general Lavalle y que fueron escritas seis días antes de su muerte desde Salta y llegadas por intermedio del contingente correntino que separado de Lavalle, había llegado a Corrientes vía el Chaco. Transcribimos aquí solamente el texto que describe la batalla de Famaillá librado al sur de la ciudad de Tucumán.
Señor general don José María Paz.
Cuartel General en Salta, octubre 3 de 1841.
"Mi querido amigo:
Cuartel General en Salta, octubre 3 de 1841.
"Mi querido amigo:
(...) "A las dos de la madrugada del 4 de septiembre, salí de la ciudad (de Tucumán) con mi pequeña fuerza, pasé por el flanco izquierdo del ejército enemigo, y reuniendo en esta marcha mis escuadrones, medio montados y medio a pie, pasé el río de Famaillá, quedé a retaguardia del ejército enemigo, el cual, suponiéndome bastante fuerte para batir a Garzón, que con setecientos hombres, de las tres armas, había quedado a su retaguardia, con su parque y bagajes, retrocedió rápidamente doce leguas.
Entonces y o volví por el mismo camino sobre la capital, y pude respirar en cuatro días que el enemigo permaneció inactivo. Reunido Garzón, todo el ejército enemigo volvió sobre la capital, por le camino por donde yo había maniobrado. Mis escuadrones estaban ya montados, a caballo por hombre, y había reunido, además, trescientos milicianos del regimiento de la capital. A la aproximación del enemigo, por el camino de arriba, como ya he dicho, tomé yo uno de los dos de abajo, y caí a Monteros, doce leguas al sur de la capital.
El enemigo, entonces, dejo en ella una guarnición de doscientos infantes, cuatrocientos hombres de caballería y tres piezas a las órdenes de Garzón, y con el resto de sus fuerzas, volvió a marchar hacía el sur, y campó en la orilla del río Famaillá. Yo mantuve mi campo a seis leguas del enemigo, y reuní entretanto quinientos milicianos más de los de Monteros, y otros departamentos. Mi fuerza ascendía entonces a mil trescientos hombres de caballería, y los infantes y cañones referidos.
Dos días medité profundamente sobre mi situación, y me resolví a atacar al ejército enemigo, siéndome imposible caer sobre la parte más débil en número, que era la guarnición de la ciudad. Las razones porque me decidí a dar esta batalla tan desigual, las expondré si algún día se me hace cargo del resultado.
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