sábado, 5 de enero de 2013

Historia secreta de la revolución – parte 5




Los ocho conjurados
Pero el cambio de hombre no significó un cambio de rumbo. De alguna manera la situación en el seno del Ejército continúa con similares características, diferenciándose tres sectores: por un lado, la Secretaría de Guerra, ahora en manos del general Castro Sánchez y el subsecretario Laprida, que ante las inquietudes militares reitera la tesis del "escalonamiento". En reservadas conversaciones el general Laprida habría afirmado: "No se justifican los apresuramientos, porque al gobierno de Illia es más fácil "guidizarlo" que al del propio Guido". El general Laprida, al que los especialistas en temas castrenses sindican como "desarrollista" —un compacto grupo de oficiales rodeados de un hábil equipo civil proclives a concretar las ideas económicas lanzadas en su momento por Arturo Frondizi—, pretendía con esto señalar que paulatinamente podría cambiarse el rumbo del gobierno radical y llevarlo a producir las condiciones para reeditar en 1969 un frente electoral con el peronismo, tal como el que había fracasado en 1963, permitiendo en definitiva el acceso de Illia al poder. Las mismas fuentes no descartan que este sector hubiera podido optar a último momento, también por la toma del poder, pero más adelante.
En segundo lugar un sector legalista con una sola cabeza visible entre los jefes de más alto rango: el general Carlos Augusto Caro por curiosa coincidencia sucesor del general Rosas en el mando del II Ejército.
El tercer grupo lo integran quienes reciben la herencia de Onganía en el sentido de concretar el comentado "aggiornamento nacional". Pero la conducción del sector revolucionario se limita a un reducido núcleo que se ha dado en llamar "los ocho conjurados": los generales Pistarini, Lanusse, Villegas, Alsogaray, López Aufranc, Cáceres Monié, Martínez Zuviría y el coronel Sánchez de Bustamante, uno de los segundos de Caro, al mando del II Ejército. Todos ellos pertenecientes al arma de caballería e integrantes del grupo directivo que en 1963 había volcado la situación en favor de los "azules". La idea que los nuclea es ésta: "En el país no hay solución por la vía electoral ni tampoco con un mero cambio de nombres. De lo que se trata es que las Fuerzas Armadas ocupen institucionalmente un ''vacío de poder'' que a su juicio deja el gobierno radical. Y esta idea debe tenerse presente para comprender el hilo conductor de los dramáticos hechos que van a sucederse en la madrugada del 28 de junio de 1966. El Ejército no va a voltear a un gobierno; va a ocupar un vacío de poder que no tiene titular.

"De colores"
Evidentemente algo nuevo se está gestando. Pero para sus protagonistas no es una mera conspiración. Es por eso que no se determina una fecha fija para concretar el movimiento. Hay, sí límites de tiempo. Se piensa, por ejemplo, que hay que evitar la proximidad del 9 de julio, día en que los festejos del Sesquicentenario han de traer al país a mandatarios extranjeros. Se procura asimismo que sea antes de que Illia se apresure a llamar a comicios creando un clima preelectoral. Y esto porque se trata de evitar "que la revolución sea tomada como un golpe para impedir un eventual triunfo peronista". A los múltiples visitantes que se suceden en su domicilio de Belgrano, Onganía se limita a decirles: -"No voy a prestarme para un golpe de Estado más; sólo sí para una revolución de fondo".
Ex ministros, técnicos, especialistas de los más variados ramos, mantienen también entrevistas con el ex comandante en jefe, que sigue siendo figura nucleante, no sólo dentro del Ejército sino también en las restantes fuerzas. Incluso para aquellos que lo enfrentaron cuando la lucha entre "azules" y "colorados". Una figura de especial importancia se agrega en los últimos meses a estas reuniones: el obispo de Avellaneda, monseñor Podestá. En cierto momento el general desaparece durante 3 días de su domicilio. Se dice que ha viajado al Norte. en realidad está tomando parte de un "cursillo". Los "cursillos" son un movimiento inspirado por sacerdotes españoles para "fortalecer la fe en Cristo".

A modo de retiro espiritual se realizan durante 3 días en algún lugar apartado, en los cuales los "cursillistas" escuchan alocuciones de los sacerdotes organizadores y laicos destacados, tratando de encontrarse en su senda espiritual.

Para un "cursillista" estar "de colores" implica hallarse robustecido en su fe y preparado para enfrentar al comunismo. Un índice de la importancia que ha alcanzado el "cursillismo" puede hallarse en este episodio protagonizado por el comodoro Krause en ocasión de una visita a la planta de Kaiser en Córdoba. Al pasar por la sección matrizado, un operario saludó efusivamente al comodoro por su sobrenombre.
- "Adiós, comodoro. ¿Te acordás los churrascos que comíamos". Como la escena se repitiera en otra sección, uno de los directores de la firma se decidió a preguntar a Krause.
- "¿Así que tenía Ud. amigos en la fábrica?"
Krause. -"Sí. Ocurre que hemos realizado juntos un "cursillo" en Alta Gracia"
En reuniones "cursillistas" Juan Carlos Onganía fue tomando contacto con varias de las figuras que iban a acompañarlo luego en función de gobierno. Y es a través de un "cursillista", prestigioso militar que conoce a un joven industrial aceitero, estudioso de la economía: Jorge N. Salimei. Otras figuras se acercan también, en esos días, al departamento de la calle O'Higgins, desde gremialistas hasta empresarios.
En estas y otras reuniones comienzan a esbozarse los planes de gobierno de los cuales Atlántida dio cuenta en su número de junio. Se habla, por ejemplo, de establecer un presidente seguido por un primer ministro que reemplazará al presidente en caso de acefalía. El primer ministro -se aludió insistentemente para esas funciones al general Julio Alsogaray- estaría a su vez secundado de un gobierno de cuatro ministros.

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