El 6 de noviembre de 1809 el virrey Cisneros se ve obligado a firmar un Edicto de Libre Comercio, que no era otra cosa que garantizar la compra de bienes importados manufacturados a cambio de las materias primas y los víveres de nuestros suelos. Los resultados, al cabo de unos pocos meses, fueron la virtual desaparición de los obrajes montados en el Alto Perú y el Paraguay, así como la pauperización de los talleres dedicados a los tejidos e hilados de las dos intendencias del Tucumán, agregando el enorme perjuicio propinado a la industria vinícola de Cuyo. Al mismo tiempo, el flujo económico que producía la comercialización de las artesanías quedó paralizado, lo mismo la industria minera, que al estancarse malogró sus implicancias industriales para beneficio de la economía virreinal.
El Edicto de Libre Comercio, por otra parte, aseguraba la libre exportación de metales como el oro y la plata de nuestros suelos para poder pagar en dinero en efectivo, una vez transformados en liquidez, los productos manufacturados ingleses, los mismos que terminaron con las nacientes industrias de las provincias.
El desamparo del Virrey Cisneros
El malestar fue minando el mandato de Baltasar Hidalgo de Cisneros, si bien su ordenanza de 1809 favorecía al comercio y las finanzas inglesas. De todas maneras, parecía más adecuado tener a los godos fuera de toda ingerencia gubernamental, para, en cambio, reemplazarlos por rioplatenses que se adapten más dócilmente a los nuevos tiempos.
Desde 1807 y hasta 1810, puede notarse el fortalecimiento del Cuerpo Urbano de Patricios de Buenos Ayres como batallón de la ciudad portuaria, el cual se nutría de criollos de temple poderoso y vigor inquebrantable, capaz de ejercer un dominio respetable entre la población. Será justamente este cuerpo militar el centro de una conspiración finamente urdida para destronar al Virrey Cisneros, aunque faltaba un motivo real y concreto para poder llevar a cabo dicho plan.
La importancia del Cuerpo Urbano de Patricios, resultante de su descollante actuación durante la Segunda Invasión Inglesa, se vio engrandecida cuando desde el 1° de enero de 1809 el Virrey Santiago de Liniers decide disolver los cuerpos españoles que para esa fecha se le habían sublevado. De modo que los Catalanes, los Andaluces, Vizcaínos, etc., más numerosos veteranos de las invasiones inglesas y valientes soldados peninsulares, todos fueron dados de baja. Cuando meses más tarde asume el Virrey Cisneros, se encuentra rodeado mayormente de batallones compuestos por criollos pero no por españoles. Flaco favor le hizo y menuda carga le dejó Liniers a su sucesor.
El día 18 de mayo de 1810, Cisneros lee al pueblo una proclama conteniendo las últimas noticias sobre la invasión que Napoleón Bonaparte había lanzado contra España. En ella declaraba que los únicos dominios que permanecían en manos españolas eran Cádiz y la isla de León. Al momento de la lectura de dicha proclama, Saavedra se encontraba en San Isidro, y hasta allí viajaron emisarios a contarle las últimas novedades provenientes del viejo mundo. Esa misma noche del 18, varios militares e integrantes de la futura Primera Junta fueron a la casa del capitán y partidario de la revolución Juan José Viamonte, lugar desde el cual planearían los pasos a seguir.
Dos días más tarde, el 20 de mayo, el teniente coronel Cornelio de Saavedra visitó al Alcalde de primer voto, don Juan José Lezica; también los acompañó Manuel Belgrano. Ambos le exigieron a Lezica la convocatoria de un cabildo abierto, es decir, el destronamiento del Virrey Cisneros.
Baltasar Hidalgo de Cisneros comprendió rápidamente que toda resistencia ya era inútil. Escribiría tiempo después, “que los sediciosos secretos, que desde el mando de mi antecesor [Liniers] habían formado designios de sustraer esta América a la dominación española…han ido ganando prosélitos”. Como se ha dicho, no tenía batallones ni regimientos españoles con qué defenderse, y España se hallaba invadida y sometida por las tropas francesas. Además, Cisneros se quejará en carta al Rey que Saavedra faltó a su palabra, cuando éste le juró lealtad: “Les recordé [a Saavedra y demás comandantes], las reiteradas protestas y juramentos con que me habían ofrecido defender la autoridad y sostener el orden público; y los exhorté a poner en ejercicio su fidelidad en servicio de V. M. y de la patria”. Y sigue diciendo: “Pero tomando la voz, don Cornelio Saavedra, Comandante del Cuerpo Urbano de Patricios, que habló por todos, frustró mis esperanzas. Se explicó con tibieza, me manifestó su inclinación a la novedad, y me hizo conocer perfectamente que si no eran los Comandantes los autores de semejante división y agitación, estaban por lo menos de conformidad y acuerdo con los facciosos”.
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