La postura de los comandantes es la que permite, en definitiva, el poder declinante del último Virrey del Río de la Plata, y no el pueblo en sí que permanecía ajeno a todas estas truculencias. Obra en el Registro Oficial de la República Argentina, tomo I, página 42, el comentario que Cisneros le hace al monarca español Fernando VII sobre la no ingerencia del pueblo en la revolución de mayo de 1810: “Ocultos los vecinos en sus casas, contraídos los artesanos en sus talleres, lóbregas las calles, en nada se pensaba menos que en ingerirse e incorporarse a tan inicuas pretensiones, especialmente cuando bajo el pretexto de fidelidad de patriotismo y de entera unión entre americanos y europeos se descubrían sin disimulo los designios de independencia y de odio a todos los buenos vasallos de V.M.”.
Explica muy bien Hugo Wast cuando refiere que el famoso Cabildo abierto no fue resultado de una “asamblea espontánea y popular, como quieren hacernos creer”. Más bien se trató de la reunión de “vecinos calificados”, o, como también se les decía, “la parte sana del vecindario”, a saber: el obispo, los militares, los magistrados, varios adinerados de la ciudad, etc. La particularidad es que, en ese entonces, respondían a la autoridad del teniente coronel Cornelio Saavedra. Esta fracción minoritaria de la población, reunida en el Cabildo abierto el 22 de mayo de 1810, debía votar por la continuidad o no del Virrey y, si ganaba el voto negativo, la conformación de una junta de gobierno criolla.
Buenos Aires tenía 50.000 habitantes, de los cuales solamente 3.000 debían ir a votar por tratarse de vecinos “de distinción”, pero ocurrió que el Cabildo solamente invitó a 300 (“vecinos calificados” con grandes intereses comerciales británicos, dicho sea de paso). Pero más exiguo fue aún el número de votantes: de los trescientos se presentaron solamente 224, siendo el resultado el siguiente: 155 votaron por la cesación de las funciones del Virrey Cisneros y 69 por su continuación en el mando. Apenas el 8% de la población concurrió, y pudieron observarse libretas en blanco, votos comprados, intimidación de los opositores por gentes armadas, intervención del ejército, capotes, sables y pistolas a la vista.
Pero, ¿qué había pasado con los partidarios o seguidores de Cisneros? Los mismos no habían podido ir a votar porque sobre ellos pesaban las represalias de los uniformados, de los militares. En tal sentido, no está mal inferir que lo que había votado la minoría reunida en el Cabildo abierto fue a contramano de la voluntad del pueblo.
Lo que siguió a la votación de la noche del 22 y la madrugada del día 23 de mayo, fue la frágil esperanza por parte del Virrey Cisneros por ser nombrado presidente de la nueva junta de gobierno que se iba a formar en reemplazo de la autoridad virreinal. Al día siguiente, ni el Virrey ni los Cabildantes –en su mayoría españoles- se atrevían a consultar sobre aquélla medida a los Comandantes de los cuerpos armados de Buenos Aires (Patricios, Artilleros, Ingenieros, Dragones, Granaderos de Fernando VII, Húsares del Rey, Migueletes, Arribeños, etc.), quienes, disconformes, el 25 de mayo de 1810 comparecen a las 9:30 de la mañana en el Cabildo para pedir la definitiva renuncia y eliminación del gobierno virreinal. Finalmente, Cisneros se resigna y firma su dimisión.
Para dar una cabal muestra del poder de los Comandantes militares porteños en el proceso que desembocó en el 25 de mayo, es preciso citar un artículo publicado en La Gaceta Mercantil el 25 de mayo de 1826, por Cornelio de Saavedra: “La Revolución la prepararon gradualmente los sucesos de Europa. Los patriotas de ésta nada podían realizar sin mi influjo y el de los jefes y oficiales que tenían las armas en la mano”. ¿Era ésta la naturaleza que se escondía en la “manifestación popular” de la revolución de 1810?
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